El camino de Caín

Tenemos que estar en alerta de que no haya infiltración de la actitud de Caín en la iglesia. Somos responsables los unos por los otros. Si otros ven deficiencias en nuestra vida, debemos agradecerles su ayuda espiritual. Si vemos deficiencias en otros, somos responsables de ayudarles a ver su error.

El apóstol Judas en su epístola nos advierte de los peligros que enfrentamos en cuanto a perder la fe que nos fue dada y de la importancia de contender por ella. Nos enseña que el que no lucha por mantenerse firme en la doctrina, corre el peligro de ser engañado y perder la fe. Su pequeña carta en el Nuevo Testamento nos muestra lo serio que es esta lucha. Para exponer a los creyentes los peligros que enfrentan y las características de los falsos maestros que se infiltran en la iglesia, usa los ejemplos de varios personajes del Antiguo Testamento. En este estudio queremos centrarnos en Caín, el hijo de Adán y Eva (Véase Judas 11). ¿Qué nos enseña el apóstol por medio de ese personaje?

Vivimos en un mundo donde existen dos reinos. Se trata por un lado del reino de los cielos. En ese reino de justicia, el rey es Jesucristo, el Rey de reyes. Por otro lado, está el reino de este mundo de tinieblas. Al frente de ese reino está Satanás, el príncipe de la potestad del aire.

Estos dos reinos viven en oposición el uno al otro. Hay una guerra espiritual constante entre los dos. El reino de Dios recibe oposición y amenazas de varios frentes, porque el objetivo del enemigo es derrotara quien pueda. Estos ataques los hace por medio de personas que abiertamente lo siguen, tales como los satanistas, los hechiceros, y los ateos. Sin embargo, su ataque principal es por medio de personas religiosas que dicen conocer a Dios, pero por sus obras lo niegan. Son personas que dicen creer en Dios, pero a la misma vez, creen que pueden servir a Dios a su propia manera.

Judas dice que los falsos profetas que se infiltran en la iglesia han seguido el camino de Caín. Para entender el “camino de Caín” veamos lo que la Biblia dice de él en Génesis 4.

Dios había creado a Adán y Eva y los había puesto en el huerto de Edén. Todo fue bello y perfecto hasta que desobedecieron el mandamiento de Dios de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. Dios advirtió que morirían si desobedecieran su mandato y, efectivamente, la muerte vino sobre ellos y sobre todo el mundo. Los hijos de Adán, Abel y Caín, nacieron con una naturaleza propensa a la rebeldía y el pecado. Abel era pastor de ovejas y Caín era labrador de la tierra. Ambos contaban con un trabajo digno y noble. También, es muy probable que los dos hubieran sido orientados en las cosas de Dios y en cómo debieran adorarlo. Pero había una gran diferencia entre ellos. Abel era justo, un hombre de fe (Mateo 23:35; Hebreos 11:4). Caín era del maligno y sus obras eran malas (1 Juan 3:12).

Un día Caín y Abel trajeron una ofrenda a Dios. Abel trajo un cordero bien gordo de su rebaño y Caín trajo del fruto de la tierra. Dios miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró con agrado a Caín y la ofrenda suya. La Biblia no dice por qué a Dios no le agradó la ofrenda de Caín. Pero sí recalca la reacción de Caín. Se enojó en gran manera. Era tal su enojo que su semblante decayó. Reaccionó con envidia, como al que le remuerde la conciencia. ¿Será que estaba enojado con Dios porque no le aceptó su ofrenda? ¿O será que estaba enojado con Abel porque Dios se agradó de él y de su ofrenda?

Dios le habló a Caín y con mucha paciencia le dio otra oportunidad. Había hecho mal, pero Dios le dio la oportunidad de arrepentirse y corregir sus malas obras. Pero Caín no quiso. Dejó que su enojo lo dominara y mató a su hermano. ¿Qué podemos aprender de esa historia en cuanto al “camino de Caín”?

Primero, es obvio que Caín no acató las instrucciones de Dios de alguna forma cuando trajo su ofrenda, porque Dios estaba disgustado con él y con su ofrenda. De alguna forma no había cumplido el mandato de Dios. Quizá creía que su propia manera era mejor y que Dios lo aceptaría así. Había escogido hacer las cosas a su propia manera en lugar de seguir el mandato de Dios. Probablemente se había acostumbrado seguir su propio camino en el pasado. Luego, cuando Dios trató de corregirlo, no aceptó la corrección. Por su orgullo y rebeldía, no se humilló para corregir su vida. Por resistir a la mano de Dios en su vida, un pecado lo llevó a cometer otro pecado más grave cuando mató a su hermano y después le mintió a Dios.

¿Qué semejanza tiene la vida de Caín con los falsos profetas de que habla Judas en su epístola? No sabemos si Caín tuviera algún problema con su familia antes de este incidente. Parece que se consideraba parte de la familia. Él trajo una ofrenda en adoración a Dios como el hermano. Parece que quería el favor de Dios. Pero no estaba dispuesto a seguir lo que Dios le había enseñado, sino que pretendió seguir a Dios a su propia manera. Quería hacer lo que a él le parecía. Buscaba su propio bien y no el quedar bien con Dios. Con su ofrenda, no actuó con fe cuando desobedeció el mandato de Dios. La Biblia dice que sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11:6). En 1 Juan 3:12 nos dice que Caín mató a su hermano porque sus obras eran malas. En Hebreos 11:4 nos dice que Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, dando a entender que Caín ofreció su ofrenda, pero no con fe. En Santiago 2:20 nos dice que la fe sin obras es muerta. Una fe muerta no tiene valor; no es verdadera. Caín no sólo hizo lo malo ante los ojos de Dios, también rehusó aceptar la corrección e insistió en seguir su propio camino. Además, él hizo excusas por lo que había hecho y no quiso tomar responsabilidad por sus hechos.

La Biblia nos advierte que, en los postreros días, vendrán tiempos peligrosos. El apóstol Pablo en 2 Timoteo 3:2-5 dice que “habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”. Y el apóstol Judas nos advierte de que entrarán en la iglesia personas que siguen el camino de Caín.

La iglesia de hoy día también tiene que tratar con personas que no han querido aceptar la autoridad de la Palabra de Dios como la regla para su vida. Hay muchos que creen que la Biblia contiene verdades de Dios, pero no aceptan su Palabra como la verdad absoluta. Se atreven a negociar con Dios y su Palabra. Buscan su propia manera de servir a Dios y creen que la gracia de él cubre cualquier desobediencia.

Otros tienen el concepto de que su relación con Dios es un asunto privado, una relación en que nadie tiene que meterse. Cuando un hermano los quiere ayudar con alguna deficiencia en su vida, se enojan. Viven su propia vida y que nadie se meta. Creen que cada uno decide por sí mismo cómo va a vivir su vida cristiana. Pronto muchas clases de pecado y mundanalidad contagian a la iglesia. El concepto de los dos reinos se pierde y el enemigo se aprovecha para introducir más y más de su agenda en la iglesia. Poco a poco la iglesia va hacia la apostasía, perdiendo la vida espiritual. No toman en cuenta que “la amistad del mundo es enemistad contra Dios” (Santiago 4:4).

Hoy, así como en los días de Judas, es importantísimo que nos percatemos del peligro que presentan tales falsos maestros. Judas dice que esa clase de personas se infiltra en la iglesia sin que se dé cuenta. Esas mismas personas tienen mucha influencia en la iglesia y si no se detectan a tiempo, la llevan al fracaso. Por eso es tan importante que seamos advertidos, y que luchemos por la pureza de doctrina y práctica que la Biblia enseña.

¿Cómo podemos mejor contender por la santísima fe en medio de las muchas amenazas a la santidad que enfrentamos? Veamos algunas maneras que nos pueden ayudar.

Primero, tenemos que tener bien claro en el corazón que hay un solo Dios, vivo, eterno, y presente, que nos dio su Palabra como la última y máxima palabra de él. Tenemos que creer que la Palabra de Dios es la perfecta y literal voluntad de Dios para nuestra vida. Tenemos que creer que Dios exige la obediencia a los mandamientos de su Palabra, y que no podemos negociar con él las enseñanzas que nos dio. Tenemos que entender que somos nosotros los que tenemos que ajustarnos a lo que manda la Palabra y que no podemos vivir según nuestros antojos ni nuestras ideas propias.

Luego, tenemos que creer que la iglesia es el cuerpo de Cristo y que la voluntad de Dios para cada uno de nosotros es participar en una asamblea (congregación) de creyentes local donde cada uno busca la manera de servir a Dios fielmente. En la congregación, cada uno contribuye según la gracia y los dones que Dios le ha dado. Somos responsables el uno por el otro, y nuestro deber es edificar unos a otros. Se requiere obediencia a la Palabra de Dios. Cuando un miembro persiste en pecar y no se arrepiente, es excluido de la hermandad, porque siendo cuerpo de Jesús, es necesario mantener a la iglesia pura y santa.

Por último, cada seguidor de Cristo debe vivir en dependencia de la gracia y el poder de Jesús. Cada uno debe ser lleno de su gracia y del Espíritu Santo. Cuando los hermanos viven según el poder de Cristo y en victoria sobre el pecado, el mundo y los falsos profetas no pueden hallar con qué negar la eficacia del evangelio verdadero que está entre ellos. Cuando los seguidores de Cristo viven una vida pura y santa, y sus familias viven en armonía y paz, es un verdadero testimonio del poder de Dios y de la eficacia del evangelio. Cuando el amor entre los hermanos se mantiene vivo y ferviente, el mundo lo notará. Este testimonio sirve como una gran defensa de la santísima fe.

Como seguidores de Cristo, es importante que nos examinemos a ver si hay rasgos en nuestra vida de las actitudes que notamos en Caín, y si hay evidencias de “el camino de Caín”. Examinarse a uno mismo es también una parte de contender “ardientemente por la fe”. A la misma vez, tenemos que estar en alerta de que no haya infiltración de la actitud de Caín en la iglesia. Somos responsables los unos por los otros. Si otros ven deficiencias en nuestra vida, debemos agradecerles su ayuda espiritual. Si vemos deficiencias en otros, somos responsables de también ser instrumentos de gracia y reconciliación en las manos de Dios con ayudarles a ver su error.

Detalhes
Idioma
Español
Autor
Duane Eby
Editora
Publicadora La Merced
Temas

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