¿Dios o la sociedad?

Dios, o la sociedad: ¿a cuál escoger? No solamente son distintos; son opuestos. Es lógico que el verdadero cristiano no va a compartir los mismos valores ni tener los mismos intereses que abraza el mundo. ¿Cómo debemos responder?

La sociedad está cambiando

En las últimas generaciones se ha visto una dramática y continua transformación en la sociedad. Al notar los valores y las costumbres del ser humano, vemos que la mentalidad moderna ha sufrido un cambio de paradigma. Si fuera posible trazar una línea gráfica, ésta mostraría que la dirección moral de todos estos cambios es hacia abajo.

Ha habido un desvío marcado de los valores y principios cristianos. El posmodernismo y el humanismo han influenciado grandemente el pensamiento de las personas, impulsando una cosmovisión drásticamente distinta a la del pasado.

Esto debe preocuparnos, pues Cristo nos mandó a ser sal y luz del mundo (Mateo 5:13-16). La sal mejora el sabor, sirve para preservar, y funge como antiséptico. La luz da dirección, aclara el entendimiento, y evita los tropiezos y las heridas. Conforme la sociedad moderna se aparta más y más de Dios y sus principios, más resalta la importancia de esta tarea y a la vez, se vuelve más difícil.

Más y más personas viven una vida vacía y cada vez menos receptiva a la sanidad que trae Jesús. Por ejemplo, ¿cómo podemos convencer a alguien de que hay esperanza para el futuro si ni siquiera cree en un mundo espiritual? ¿Cómo podemos ayudarle a comprender que su pecado es la causa de sus problemas si ni siquiera acepta la idea del pecado? De verdad vivimos en una nueva era, una era en decadencia.

¿Cómo afecta esto al cristiano?

Estos cambios no sólo afectan nuestra relación con el mundo en que vivimos. También nos afectan de forma personal. Es una verdad, tal vez un tanto desconcertante, que somos influenciados por la mentalidad de la cultura en que vivimos. Tendemos a aceptar como correctos los valores y las costumbres de nuestra sociedad. Cuando éstos cambian, los cristianos tienden a ser influenciados. Cuando los cambios son repentinos, muchas veces nos resultan chocantes, y nos parecen malos. Sin embargo, ¿qué sucede con el pasar del tiempo? Pensemos por ejemplo en el vestuario. Hace 150 años, había más honestidad entre muchas de las prostitutas en su vestuario que lo que se ve en algunas mujeres en la sociedad de hoy. Y dado que hay poca diferencia entre el vestuario del cristiano moderno y del mundo, ¿qué nos dice al respecto? ¿Será posible que los cristianos de hoy se vistan con menos honestidad que las prostitutas de antaño? ¿Qué ha sucedido? No fue un cambio instantáneo, sino un pasito a la vez. Cuando entraba una moda nueva, la iglesia por lo común se escandalizaba. Con el tiempo, sin embargo, la iglesia adoptó las mismas costumbres. Se acostumbró y finalmente no le puso mente.

Cuando los cambios son sutiles, es aún más difícil evitar esas influencias. Muchas veces nos parece que un cambio no representa un paso definitivo hacia lo malo. Más bien, puede parecer como algo bueno. Pensemos en el énfasis que se da hoy al respeto y la tolerancia. Éste es un cambio positivo, ¿verdad? Cuando se hace correctamente, sí. Pero el abuso de esos conceptos ha resultado en mucho maltrato a muchas personas y a muchos grupos.

Con todo, el respeto y la tolerancia no significan aprobación. Todo ser humano es amado por Dios y merece el mismo amor y respeto. Sin embargo, la iglesia moderna nos dice que respetar significa aprobar todo lo que hacen los demás, siempre y cuando no causa daño a terceros. ¿Es correcta esta manera de pensar?

En el pasado, la sociedad occidental basaba gran parte de sus valores sobre principios bíblicos. La gran mayoría asistía a una iglesia y se consideraba cristiano. Por lo tanto, también respetaba por lo menos ciertos aspectos de la Biblia. Se respetaba el día domingo como día del Señor, se creía que el matrimonio debía ser de por vida, se consideraba necesario trabajar para ganarse la vida, se le daba importancia a la familia, etc.

Vamos a dejar claro esto. Al decirlo, no estamos diciendo que la sociedad seguía a Dios. Sólo queremos recalcar que había gran respeto por ciertas verdades de la Biblia. En aquel entonces había también muchas cosas indebidas como el racismo, el amor al dinero, y la opresión de los indígenas.

En ese ambiente era muy fácil profesar el cristianismo y respetar las enseñanzas bíblicas. Muchos asentían a ciertos fundamentos básicos enseñados en la Biblia.

Hoy todo eso está cambiando rápidamente. Usar la Biblia como base de nuestros valores ya no es aceptable. Hoy, en muchas partes del mundo, se considera que los valores antiguos son ilógicos y anticientíficos. A los cristianos se les mira como anticuados.

¿Cómo podemos enfrentar lo que vemos?

¿Cómo debemos responder? ¿Cómo podemos cumplir con nuestra misión divina?

Debemos recordar que el mundo no se somete a Dios; es un reino aparte. “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19) “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu …. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios …. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.” (Romanos 8:5, 7-9) Debemos esperar que el mundo se aparte de Dios. Ellos siguen al “principe de este mundo”, y por lo tanto buscarán lo opuesto de lo que pide el Señor.

Los cristianos no somos del mundo; tenemos otro Rey y otra patria. “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). Nuestro Rey nos llama a seguir su ley. Para hallar su voluntad, y discernir qué es verdad entre toda la confusión que se nos presenta, es fundamental que conozcamos a Dios, nuestro Padre (Juan 16:3). En este versículo, vemos que si no conocemos a Dios, no conocemos a Cristo tampoco.

Dios, ¿Quién es y cómo es Él?

Dios se ha revelado al ser humano, en gran parte por medio de la Biblia. Veamos unos ejemplos:

1. Dios es el Creador de todo.En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1) (Véase también los capítulos 1 y 2 de Génesis). Esto 8 implica que él es soberano, que tiene el derecho de decirnos cómo debemos vivir. Por eso es tan importante lo que creemos acerca de nuestro origen. Si somos un producto del azar, no más que el resultado de miles de millones de años de unos procesos químicos y biológicos sin ninguna dirección inteligente, no tenemos por qué obedecer a Dios. Sin embargo, si somos su creación especial, él tiene autoridad sobre nosotros.

2. Dios es omnipotente. “También le dijo Dios: Yo soy el Dios omnipotente” (Génesis 35:11). Dios es todopoderoso. Él lo sustenta todo (Hebreos 1:3; Hechos 17:28). Sin él, no podemos hacer nada (Juan 15:5). Hasta dependemos de él para hacer lo que pide de nosotros (Filipenses 2:13).

Al ver los primeros dos puntos, ¿qué podemos decir? ¿No debemos tener vergüenza por la rebeldía que tan frecuentemente sentimos contra sus mandamientos? A pesar de que Dios tenga todo el poder y toda autoridad, él ha querido darnos el libre albedrío (Véase Génesis 2:16-17). Dios permite que el hombre elija entre obedecerlo o no. Esto nos enseña cuánto nos ama.

3. Dios es omnipresente. “Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra” (Salmo 139:9-10). Dios es espíritu (Juan 4:24), y no está limitado por las dimensiones humanas. Él está en todo lugar. Esto tiene implicaciones muy bellas: nunca tenemos que temer, pues nuestro Creador omnipotente siempre está a nuestro lado. A la vez nos debe dar temor, pues él ve todo lo que hacemos. Si desobedecemos, siempre lo sabe.

4. Dios es omnisciente. “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido… has entendido desde lejos mis pensamientos… todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.” (Salmo 139:1-4) Dios lo sabe todo. No podemos esconder nada de él.

5. Dios es santo. “Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (1 Pedro 1:16; véase también Levítico 11:44) Dios no sólo es santo, sino que también pide que nosotros lo seamos. Otra forma de decirlo sería que Dios es “perfecto” y debemos ser iguales (Mateo 5:48). Veamos algunos otros aspectos de su santidad:

  1. Justicia. La Biblia nos dice en Efesios 5:9: “Porque el fruto del Espíritu es en toda … justicia”. Todo lo que Dios hace es justo. No hay nada entre oscuro y claro. Ni siquiera podemos ver a Dios sin la santidad (Hebreos 12:14). La palabra “justicia” en griego significa pureza y santificación. Dios no acepta nada malo ni inmundo en su presencia (Efesios 5:5).
  2. Verdad. Dios no miente “…Dios, que no miente” (Tito 1:2). Él es verdad (Juan 14:6). Lo vemos también en el hecho de que nos prohíbe jurar (Mateo 5:33-37); si tenemos que decir más que un simple “sí” o un simple “no”, no somos de confianza, lo cual es contraro a la verdad.
  3. Amor. Ésta es otra de las cualidades del carácter de Dios. “Dios es amor” (1 Juan 4:8). También es una de las más malentendidas. Tantas veces oímos decir que Dios no me castigará porque él es amor y quiere que yo sea feliz. Sin embargo, el amor verdadero busca el bien de la otra persona. Por ejemplo, el padre que ama a su hijo no permitirá que éste juegue con cosas peligrosas, aunque el niño grite y llore. ¿No desea él que su hijo sea feliz? El padre bueno también corrige a su hijo si hace algo que no conviene. Por supuesto, al niño no le gusta la corrección. ¿Significa eso que el padre no lo ama? Todo lo contrario, es una de las señas más grandes de su amor para con el hijo.
  4. Misericordia. Dios mismo dice que él es misericordioso. “Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7). Dios no nos ha tratado conforme a nuestras iniquidades (Salmo 103:10). Pero recordemos, su misericordia no anula su justicia. Claramente dice que no tendrá por inocente al malvado.

El imperativo de los absolutos

Nuestra sociedad dice que el bien y el mal son relativos, que no podemos juzgar lo que hacen otros pues todos tenemos el derecho de hacer lo que nos plazca. Es importante que comprendamos que sin fundamentos absolutos no hay ninguna moralidad. Tenemos que tener un concepto claro de lo que es bueno y lo que es malo. Si cada uno hace lo que bien le parece sin tomar en cuenta las bases establecidas por Dios, el resultado será el caos total.

Aun los relativistas más extremos en el mundo de hoy tienen algunas normas. Por ejemplo, casi ninguno diría que matar a una persona inocente es bueno. Casi todas las personas tienen algo que consideran malo. La pregunta es, ¿quién decide lo que es bueno y lo que es malo? Oímos decir muchas veces: “Si te gusta, hazlo, con tal de que no lastime a nadie”. Pero, es importante definir quién decide lo que es perjudicial y lo que no lo es. ¿Quién decide cuáles son las normas a seguir? ¿Es como dicen algunos, que la sociedad es la que impone los valores? O, ¿puede cada uno decidir por sí mismo? O ¿existe la posibilidad de que haya algunos absolutos universales?

Volvamos a lo que acabamos de ver acerca del carácter de Dios. Él claramente tiene autoridad absoluta y nos ha dejado ciertas normas que deben gobernar la vida. También queda claro que lo hace porque nos ama y porque desea lo mejor para nosotros.

Como cristianos, es muy fácil saber dónde están nuestros fundamentos. Dios los dejó claramente escritos en la Biblia. Lo que no siempre es tan fácil es honrar a Dios y ser honrados con nosotros mismos. Tantas veces vemos que un cristiano no toma literalmente las palabras del Señor porque éstas lo mandan a hacer algo contrario a lo que él desea o lo que la sociedad dicta. No es agradable para la carne que se burlen de nosotros y nos menosprecien. Nos gusta ser populares y tenidos en gran estima.

La verdad es que tenemos que volver al concepto de los dos reinos que Dios estableció como principio fundamental, el reino del maligno, y el reino de Dios. No solamente son distintos; son opuestos. Es lógico que el verdadero cristiano no va a compartir los mismos valores ni tener los mismos intereses que abraza el mundo.

Vivamos nuestra vida de acuerdo con los principios que Dios nos ha dejado. Valdrá la pena, y al final recibiremos la corona de la vida.

Detalhes
Idioma
Español
Autor
Ronald Yoder
Temas

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