¿Debemos guardar el día de reposo, o debemos guardar el día del Señor? En algunos sectores de la iglesia cristiana, este es un tema muy polémico; y cada quien tiene sus argumentos y sus versículos bíblicos.
¿Debemos guardar el día de reposo, o debemos guardar el día del Señor? En algunos sectores de la iglesia cristiana este es un tema muy polémico; y cada quien tiene sus argumentos y sus versículos bíblicos.
En este tratado intentamos llegar a la raíz de este asunto por medio de considerar algo que a primera vista no parece tener nada que ver: la importancia fundamental de la resurrección de Jesús.
Cuando Jesús estuvo aquí en la tierra, el país de los judíos se encontraba bajo el dominio del Imperio Romano. Esto representaba una molestia insoportable para la nación judía.
Pero siempre había esperanza para los judíos subyugados porque, según los escritos proféticos, vendría el Mesías. Y, según el entendimiento común de los judíos en el tiempo de Jesús, el Mesías libraría a la nación judía del dominio de los romanos. ¡Llegaría una nueva época para la nación judía, y el Mesías sería su Rey!
Esta esperanza y entendimiento de los judíos daba por sentado que el Mesías sería un rey nacional. Cuando la madre de los hijos de Zebedeo le pidió a Jesús que les concediera a sus dos hijos una posición especial en su reino (Mateo 20.20–21), ella tenía en mente un reino judío independiente y libre del gobierno romano.
Vemos en Marcos 8.27–33 que Pedro expresó la creencia de los apóstoles en cuanto a Jesús. Ellos creían que Jesús era “el Cristo” (v. 29), es decir, el Ungido, el Rey. La respuesta de Jesús a esta declaración fue que él padecería rechazo por los líderes de Israel, que ellos lo matarían, y que resucitaría después de tres días. Cuando Pedro escuchó esto, comenzó a reprender a Jesús. ¿Por qué? Porque lo que Jesús le había respondido no cuadraba en lo más mínimo con el concepto que los apóstoles tenían en mente acerca del reinado de Jesús. Ellos tenían en mente que Jesús sería el Rey nacional de la nación judía, que él les libraría del dominio de los romanos. Sencillamente no podían entender eso de morir y sufrir rechazo. Y mucho menos podían entender lo de “resucitar”; ¿cómo que resucitar? ¡Jesús es el Rey, el Cristo, el Ungido de Dios! A tal Rey nadie lo puede matar…
Imagínese la completa desilusión de los apóstoles cuando Jesús en verdad fue crucificado, y esto a manos de los romanos, los mismos opresores extranjeros que ellos creían que Jesús echaría abajo. Los apóstoles quedaron completamente desorientados.
Al tercer día, sucedió algo que les inquietó aún más: algunas mujeres fueron al sepulcro y lo hallaron vacío... ¡El cuerpo de Jesús no estaba! Además, Jesús se presentó vivo ante algunas personas aquel mismo día. ¿Habría vuelto su Rey? Parecía que sí… Pero, ¿cómo es posible que un muerto resucite tres días después de morir? ¡La sorpresa y la alegría de los apóstoles no tenían límites!
Semanas después los apóstoles le preguntaron a Jesús: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1.6). ¡Todavía creían que Jesús estaba a punto de hacerse Rey nacional sobre la nación judía! Pasados tal vez sólo unos minutos después de hacerle esta pregunta, su Rey ascendió al cielo… ¡y no volvió! Los apóstoles quedaron totalmente confusos.
Diez días después de la ascensión de Jesús, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, y sobre los demás que creían en el Señor. Ahora, por fin, comprendieron que en verdad Jesús sí es Rey. Comprendieron que es Rey, no tan solamente de una pequeña nación política, sino que es Rey de reyes y Señor de señores. Comprendieron que él conquistó no tan solamente al Imperio Romano, sino a todas las fuerzas malignas en todo el universo.
¿En qué se basaron los apóstoles al estar completamente convencidos de que Jesús es Rey de mucho más que sólo la nación judía? ¡Se basaron en la prueba innegable de la resurrección de Jesús! Jesús mismo había predicho que su resurrección sería la prueba suprema de que él era quien decía ser (véase Juan 2.16–21; 8.25–28). En estos versículos Jesús afirmó que cuando le mataran y él resucitara de los muertos, entonces sabrían quién es. Efectivamente esto es lo que sucedió: “Cuando resucitó de entre los muertos, sus discípulos se acordaron que había dicho esto; y creyeron la Escritura y la palabra que Jesús había dicho” (Juan 2.22).
Basándose en la prueba innegable de la resurrección, los apóstoles empezaron a predicar el señorío de Jesús:
¡La resurrección de Jesús es de fundamental importancia! En ella se basa toda la fe cristiana: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. (…) Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. (…) Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1 Corintios 15.14, 16–17, 20). Volvamos ahora a nuestra primera pregunta:
¿Día de reposo, o día del Señor?
¿En qué acontecimiento fundamental se basa toda la fe cristiana? Ya hemos visto que se basa en la resurrección de Cristo, ¿verdad?
¿En qué día resucitó Cristo? El domingo por la mañana; más paladino no puede ser: “Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. (…) Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo” (Mateo 28.1–6). “Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena…” (Marcos 16.9).
Pero alguno dirá que el hecho de que la resurrección de Cristo tuvo lugar el domingo no necesariamente quiere decir que debamos guardar el día del Señor en lugar del día de reposo. Le concedemos eso; el Nuevo Testamento no presenta ningún mandamiento con relación a esta cuestión.
No obstante, ¡es de notar que el guardar el día de reposo, al igual que muchas otras prácticas del Antiguo Testamento, fue cumplido en Cristo! Si esto es así, entonces, ¿por qué seguir practicando la sombra de la realidad que ahora tenemos en Cristo? Veamos algunos de los propósitos que Dios tenía en mente al mandar que los judíos guardaran el día de reposo:
Cuando los discípulos finalmente comprendieron qué clase de Rey es Jesús, cuando comprendieron el significado de su resurrección después que ellos recibieron el Espíritu Santo… entonces no les quedaba ninguna duda. Sabían que había llegado una nueva época. Sabían que había llegado el reino de Dios. Y reconocieron que todo aquello dependía de un acontecimiento fundamental que tuvo lugar un domingo por la mañana: la resurrección de Jesucristo.
Cuando los apóstoles comprendieron todo esto, empezaron a reunirse el primer día de la semana porque fue en este día que Jesús había resucitado e iniciado la nueva creación en la que participaban. Jesús los había sacado de la esclavitud del Egipto espiritual, por lo cual querían guardar el día del Señor. Y la nueva iglesia cristiana se unía a ellos en esta práctica. Véase, por ejemplo, Hechos 20.7 y 1 Corintios 16.1–2 para cerciorarse de que la iglesia cristiana guardaba el día del Señor.
Aparte del Nuevo Testamento, existen otros escritos que dan testimonio de que los cristianos primitivos guardaban el día del Señor:
Hace casi dos mil años que Jesús resucitó de los muertos y comenzó su nuevo reino. Tal vez ya no sintamos el impacto de este suceso fundamental como deberíamos. ¿Podría ser por eso que a veces se nota en las iglesias una falta de respeto al día del Señor? ¿Será por eso que a veces surge tanta polémica con relación a guardar o no este día?
Que cada cual aproveche personalmente el poder de la resurrección de Jesús en su vida diaria. “Andemos como de día, honestamente” (Romanos 13.13). En tanto que hagamos esto, el Espíritu Santo nos guiará en cuanto a cómo celebrar la resurrección de Jesús… y en qué día hacerlo.
“Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6.4).
—Ernesto Martin
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