Una breve explicación del origen de la iglesia menonita, su fundación, de donde surgió su nombre, y las doctrinas bíblicas que enseña y practica las congregaciones de menonitas fieles hoy día
La Iglesia Menonita fue establecida en la era de la Reforma, entre los años 1517 y 1575. Este período marcó el principio de las iglesias protestantes. Durante este tiempo, algunos de los países de Europa occidental se separaron de la Iglesia Católica. Antes había una sola iglesia en Europa occidental, que era la Católica Romana, menos unas pocas sectas pequeñas, tales como los Waldenses y la hermandad de Bohemia. Estas sectas habían mantenido su existencia a pesar de toda clase de persecución.
La Iglesia Católica y el estado se hallaban unidos en todos los países. La gente se veía obligada por el gobierno a aceptar la doctrina de la Iglesia Católica. La mayoría de la gente aceptaba la doctrina católica como una cosa tradicional e indiscutible para no tener que sufrir persecución. Pero a partir del año 1500, hubo en toda Europa un renacimiento de interés en estudiar los escritos antiguos, principalmente la Biblia. Cuando los hombres empezaron a estudiar por sí mismos lo que en realidad enseñan las Escrituras, se asombraron de la sencillez y pureza de la iglesia apostólica y se horrorizaron de la complejidad y la corrupción de la Iglesia Católica.
Los reformadores se levantaron para denunciar la Iglesia Católica y para reclamar para el retorno a la doctrina y práctica bíblica. Martín Lutero de Alemania, Ulrico Zwinglio de Suiza, Juan Calvino de Francia y Juan Knox de Escocia eran los principales en reclamar la reforma de la Iglesia Católica.
Además de estos principales reformadores, había extremistas como Muntzer y Carlstadt. Éstos no tenían como meta la reforma, sino que agitaban en pro de una revolución sangrienta. Proponían deponer a los reyes y gobernantes y despojar de sus bienes a los ricos con fines de distribuirlos entre los pobres.
Los reformadores protestantes rechazaron esta revolución sangrienta, pero pidieron a los príncipes y gobernantes, que les apoyaran en la reforma, que aplastaran las revoluciones y que defendieran la reforma de la Iglesia Católica. También rechazaron la idolatría y las falsas creencias de la Iglesia Católica, pero aceptaron el sistema político de la unión de la iglesia con el estado. Esto sucedió en muchos de los países que se llamaban cristianos. Rompieron sus relaciones con la Iglesia Católica, pero las nuevas iglesias que fundaron seguían las enseñanzas de Constantino y Augustín acerca de la unión de la iglesia con el estado. Todavía bautizaban a los niños recién nacidos como antes; apoyaban la muerte y tortura de los disidentes y rechazaban las doctrinas apostólicas del discipulado, la no resistencia, y la disconformidad con el mundo.
Por causa de estas concesiones de parte de los reformadores, se levantaron a partir de 1520 grupos de cristianos sinceros quienes rechazaban esa simple reforma del catolicismo. Tuvieron por meta nada menos que la restauración de la doctrina y la hermandad enseñada por los apóstoles. Querían establecer una iglesia administrada según la disciplina de la iglesia apostólica compuesta sólo de miembros nacidos de nuevo, el discipulado para todos, la no resistencia al malo y la disconformidad con el mundo. Los líderes de este movimiento fueron Conrado Grebel, Félix Manz, Jorge Blaurock, Dirck Philips y más tarde Menno Simons.
La fundación de la Iglesia Menonita tuvo lugar en Zurich, Suiza, en el año 1525, aunque no se usó el nombre “menonita” hasta más tarde. El Concejo Municipal de Zurich, en confederación con la iglesia reformada dirigido por Ulrico Zwinglio, había llegado a la decisión de suprimir el pequeño grupo de creyentes dirigido por Conrado Grebel, Jorge Blaurock y Félix Manz, porque rehusaban bautizar a sus hijos recién nacidos. También porque insistían en la restauración total de la doctrina de la hermandad separada del estado según la iglesia apostólica, la cual era la meta y promesa original de Zwinglio. Sin embargo, Zwinglio había abandonado su primera visión y había entregado en manos del Concejo Municipal el mando y la conclusión de la reforma.
Se fijó un debate entre Zwinglio y sus seguidores por una parte y los hermanos que se oponían al bautismo de niños por la otra. El Concejo Municipal esperaba que se pudiera convencer a los hermanos con una política basada en la razón humana, la tradición y las amenazas de cárceles. Pero los hermanos se mantuvieron firmes en su creencia bíblica de que el bautismo se debe administrar sólo a los creyentes adultos y que, por lo tanto, la iglesia debe estar compuesta sólo de miembros renacidos. Cuando el debate no logró persuadir a los hermanos, el Concejo Municipal les dio órdenes severas de que no se congregaran, y que no enseñasen a otros su doctrina, y que no se reunieran en ninguna manera.
De este modo los hermanos se enfrentaron con alternativas trágicas: podían abandonar su visión de establecer una iglesia pura según el Nuevo Testamento y ceder ante las presiones de la iglesia estatal de los reformadores, o podían desobedecer al Concejo Municipal y formar una iglesia aparte.
Decidieron “obedecer a Dios antes que a los hombres” a pesar de que corrían el riesgo de persecución y encarcelamiento. El 21 de enero de 1525 se reunieron para pedir a Dios Su dirección y gracia. Se sintieron dirigidos a restaurar la norma de la iglesia apostólica formando una hermandad de fieles recibidos por el bautismo sobre la confesión de fe. En esta reunión se bautizaron el uno al otro. Conrado Grebel bautizó a Jorge Blaurock y éste bautizó a los otros.
Salieron de esta reunión histórica con gozo y una convicción profunda de que debía continuarse la hermandad. Se comprometieron a enseñar y a predicar la fe, llamando a todos los hombres a que se apartaran del mundo y las iglesias mundanas y que se convirtieran para ser miembros del cuerpo de Cristo. Así que se fundó la Iglesia Menonita en una reunión de oración por una separación voluntaria de la transigente reforma popular y por un rechazo de la unión de la iglesia con el estado. Esto tuvo por consecuencia mucha oposición y persecución, tanto a manos de los católicos como de los reformadores.
Sus enemigos les llamaban “anabaptistas” (que significa rebautizadores) porque rechazaban el bautismo de niños y porque insistían en el bautismo de sólo los creyentes. Bajo la bendición de Dios, el movimiento se difundió por toda Europa, mayormente entre la clase baja. Se unieron también al movimiento, líderes valientes que querían obedecer a Dios y ser fieles a las normas originales de la iglesia apostólica.
En el año 1536, un sacerdote en Holanda llamado Menno Simons (1496-1561) renunció al catolicismo y se unió a los anabaptistas, sometiéndose al bautismo de creyentes. En esta época había mucha confusión entre los hermanos del norte de Europa porque algunos revolucionarios dirigidos por Muntzer habían conducido por engaño a un grupo de anabaptistas a una rebelión fanática. Los anabaptistas pacíficos y no resistentes se unieron y se establecieron otra vez bajo la dirección de Menno Simons. Con la ayuda de Dios, Menno organizó muchas congregaciones y escribió muchas obras importantes para defender la fe verdadera contra las falsas doctrinas de la Iglesia Católica, de la transigente reforma protestante, y de los revolucionarios fanáticos.
Tan influyente fue la labor de este hombre de Dios, que los que se unieron al movimiento en Holanda se llamaron “menonitas”. Con el tiempo los hermanos anabaptistas de Suiza, Francia, Alemania y otras partes se conocieron como “menonitas”.
Estos creyentes en Cristo padecieron mucho, siendo perseguidos tanto por los católicos como por los reformadores protestantes. Muchos murieron ahogados, quemados en la hoguera, decapitados, estrangulados, encarcelados y deportados. Pero su fe no se podía exterminar, porque fueron ellos los verdaderos representantes de la fe apostólica. Formaban una iglesia que sufría y llevaba su cruz y nunca perseguía a otros ni tomaba parte en guerras, ni seguía las locuras y costumbres del mundo.
De esta manera ha sido que la fe clara y reluciente de los anabaptistas se ha transmitido por más de cuatrocientos años por sus seguidores, que hasta hoy se llaman menonitas. Durante este largo tiempo, la luz se debilitaba algunas veces. Pero cuando los hombres volvían a la norma perfecta de la iglesia según el Nuevo Testamento, la luz brillaba otra vez tan clara como nunca.
La larga lista de mártires habría sido mucho más larga si no hubiera sido por el inesperado refugio que se les ofreció en la colonia americana de William Penn. Cuando el pacífico Penn recorría a Holanda y Alemania predicando, los menonitas fueron sus amigos más cordiales. Así que les ofreció bondadosamente un hogar en la región llamada Pensilvania, en América del Norte, que el rey de Inglaterra acababa de concederle. Muchos menonitas aceptaron con mucho gusto la oferta. El hambre, los peligros de los indios y las dificultades en labrar los bosques de América, parecían nada comparadas con las pruebas angustiosas y las persecuciones horrendas que habían padecido por más de un siglo.
Los primeros inmigrantes (trece familias en total) llegaron a la América del Norte el seis de octubre del año 1683. Pocos días después que llegaron, se reunieron en la cueva de Pastorius para echar suertes sobre las catorce parcelas de terreno que les fueron medidas. Comenzaron inmediatamente a cavar sótanos y a construir chozas. En menos de un año después de su desembarco, se había establecido una pequeña aldea llamada Germantown (que traducido es “Villa Alemana”), y nuevos inmigrantes llegaban constantemente. Hasta 1700, la mayoría de los inmigrantes se originaron de Holanda y Alemania.
La colonia sufrió grandes dificultades y privaciones durante el primer año. Por ser tan pobres los colonizadores, la aldea fue apodada “Armentown” (es decir “Villapobre”). Había que construir casas, limpiar campos, sembrar tierras y conseguir alimentos y ropa para los niños además de otros gastos menudos. Al principio, los colonizadores vivían pobremente y no cosechaban mucho. Pero trabajaban contentos y perseveraban con fe en Dios, y al fin superaron toda dificultad. Dentro de pocos años se había establecido una colonia próspera en Germantown y sus alrededores.
El primer pastor de la iglesia fue William Rittenhouse, quien vino de Amsterdam, Holanda, en 1688. Los cultos religiosos se celebraban en los hogares o al aire libre hasta 1708, cuando se construyó una casa de madera para el culto público. Esta casa sirvió también como colegio en el cual Cristóbal Dock, un admirado maestro, dio clases por algunos años. Después fue reconstruida en 1770 y hoy es una de las iglesias más antiguas en la América del Norte.
Cuando los hermanos de Suiza oyeron del refugio que Penn generosamente ofrecía a los perseguidos menonitas de Europa, muchos de ellos se dirigieron también a la tierra donde se les dijo, “los menonitas serán prósperos y felices”.
En 1709, Hans Meylin, Hans Herr y otros emigraron de Europa y se establecieron en lo que es ahora el condado de Lancaster. Quedaron tan impresionados de la nueva localidad que decidieron enviar a Europa a un representante con la intención de traer a la América del Norte a los familiares que habían dejado atrás. Durante varios años la colonia creció muy rápidamente. Se dice que desde 1709 a 1735, más de quinientas familias emigraron de Suiza y Alemania y se establecieron en el condado de Lancaster.
Después de establecerse la colonia en Lancaster, no hubo ninguna colonización nueva y permanente de menonitas europeos en la América del Norte por aproximadamente un siglo. Luego de la primera oleada de inmigrantes, que duró por casi medio siglo, el número bajó un poco, y los que vinieron generalmente se ubicaron en una de las colonias ya establecidas. La mayoría de las otras colonias menonitas en el oeste de Pensilvania, en Canadá, Maryland, Ohio y Virginia no se establecieron por inmigrantes de Europa, sino por miembros de las colonias americanas ya establecidas.
Entre 1810 y 1830 un gran número de menonitas vinieron de Suiza a la América del Norte. Habiendo perdido la esperanza de conseguir la libertad religiosa en su país, se despidieron tristes de sus hogares y amigos y se dirigieron hacia América. Eran gentes tranquilas, temerosas de Dios, conscientes, serias, piadosas, sencillas en sus costumbres y en su modo de vestir, no resistentes y dedicadas a Dios y la iglesia. Sanos en mentes y cuerpos, incansables y económicos en sus negocios, pronto lograron establecer una colonia próspera en el condado de Wayne, Ohio. A partir de este tiempo, los inmigrantes menonitas que vinieron de Alemania, Suiza, Rusia y otros países, se extendieron por Pensilvania, Ohio, Virginia, Indiana, Illinois, el oeste de los Estados Unidos y por Canadá. Debido a la bendición de Dios y a su creencia firme en la doctrina bíblica de la no resistencia, sus establecimientos coloniales llegaron a ser bastante pacíficos y prósperos.
Desde el principio del movimiento anabaptista, los menonitas creían que la Biblia enseña un modo de vida que se manifiesta en todos los aspectos de la vida: el hablar, el vestir, los negocios, la vida social, las diversiones, la educación y la relación con el gobierno civil.
Hoy la mayoría de los descendientes de los primeros anabaptistas se han desviado notablemente de las actitudes de sus antepasados. La mayor parte de las iglesias Menonitas, Amish-menonitas, Hermanos, Hermanos en Cristo, Baptistas y otras iglesias relacionadas, han abandonado la visión apostólica de sus antepasados. Entre los grupos decadentes muy pocos de sus miembros se dedican a la evangelización. Pocos tienen suficiente poder y disciplina para dar un testimonio claro y separado del mundo. Muchas de estas congregaciones aceptan o toleran el uso de vestidos de moda, cosméticos, joyas, tabaco, bebidas alcohólicas, la radio y la televisión (esos tubos que llevan la corrupción del mundo a los hogares). Permiten que sus miembros se unan en yugo desigual con incrédulos en los negocios, que pleiteen en juicio, que se divorcien, que se casen por segunda vez y que las mujeres se corten el cabello. Se han unido con iglesias mundanas y apóstatas aceptando sus falsas doctrinas. Algunas apoyan la defensa y la lealtad a la patria con el servicio militar.
Lo anterior indica claramente que en la actualidad muchos menonitas se han extraviado de las verdades de la Biblia, por las cuales muchos de sus antepasados dieron sus vidas. También indica que existen muchas ramas de menonitas diferentes con muchas creencias y prácticas diferentes entre ellos. En las páginas siguientes se explican brevemente algunas de las enseñanzas de la Biblia, las cuales aun hoy día creen y practican las congregaciones de fieles menonitas y creyentes de la Biblia.
1. La Biblia enseña que la iglesia y el estado son dos instituciones distintas, ordenadas por Dios, cada una con una responsabilidad particular:
2. La Biblia enseña a no resistir al que es malo:
3. La Biblia prohibe a los cristianos el buscar pleitos:
4. La Biblia enseña a no hacer juramentos:
5. La Biblia enseña a no conformarse con el mundo:
6. La Biblia enseña a no disfrutar de diversiones, deportes y entretenimientos mundanos:
7. La Biblia enseña a no usar oro, perlas ni ropas costosas o inmodestas:
8. La Biblia enseña a no participar en las sociedades secretas:
9. La Biblia enseña a no participar en sindicatos:
10. La Biblia enseña principios a los cuales se oponen los seguros de vida:
11. La Biblia enseña que las mujeres deben dejarse crecer el cabello:
12. La Biblia enseña que la mujer cristiana debe cubrirse la cabeza:
13. La Biblia enseña que los cristianos deben lavarse los pies por orden de Cristo:
14. La Biblia enseña a ungir con aceite a los enfermos:
15. La Biblia enseña que los cristianos deben de saludarse con “ósculo santo” (un beso):
16. La Biblia prohibe los matrimonios con incrédulos y el divorcio:
“¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46).
La obediencia es obligatoria para poder ser salvo:
“Salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9). “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5:32). “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados” (Romanos 6:17).
La desobediencia será castigada con la perdición eterna:
“Cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecieron al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tesalonicenses 1:7-9).
La seguridad del alma depende de oír y seguir a Cristo:
Dijo Jesús, “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen” (Juan 10:27).
En 1964, se reunieron los hermanos ordenados de varias congregaciones, que buscaban mantener y promover la fe histórica bíblica de la iglesia Menonita. Expresaron la fe de la iglesia en esta declaración doctrinal de dieciocho artículos, que trata la conservación de las normas fundamentales de nuestra fe cristiana. Los imprimimos aquí para su provecho espiritual.
Creemos que la Biblia es la pura y expresada Palabra de Dios dada por inspiración del Espíritu Santo; que es auténtica en su materia, autorizada en sus consejos, libre de error en los escritos originales y la única regla verdadera de fe y de práctica (Éxodo 4:12; 2 Samuel 23:2; Salmo 12:6; 119:160; Jeremías 1:9; Mateo 5:18; 24:35; 2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:20, 21).
Creemos que hay un solo Dios eterno, infinito, perfecto y que no cambia, quien existe y se revela en tres personas—el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Deuteronomio 6:4; Salmo 90:2; Génesis 17:1; Salmo 147:5; 139:7-12; Isaías 40:28; 57:15; Malaquías 3:6; Génesis 1:2, 18; Hebreos 1:8).
Creemos que Jesucristo es el Hijo eterno de Dios (Juan 1:1, 2, 14, 18; Hebreos 1:8; 13:8), que fue concebido del Espíritu Santo (Mateo 1:20; Lucas 1:35), y nació de una virgen—el Dios y hombre perfecto (Isaías 7:14; Mateo 1:23). El fue sin pecado (2 Corintios 5:21), el sacrificio señalado por Dios (Isaías 53:5, 6; Gálatas 3:13), quien, por Su muerte en la cruz, hizo la única expiación por el pecado, derramando Su sangre (1 Pedro 2:22-24). Así reconcilió al hombre con Dios (Romanos 5:8-10; 2 Corintios 5:18-20). El resucitó de los muertos corporalmente (Mateo 28:6; Hechos 3:26; 10:39-41; 1 Corintios 15:20), ascendió a la gloria (Hechos 1:11; Efesios 1:19-21), donde está “viviendo siempre para interceder por [nosotros]” (Hebreos 6:20; 7:25; Apocalipsis 1:18). Él es la única cabeza de la iglesia (Colosenses 1:18).
Creemos que el Espíritu Santo es divino y la tercera persona del trino Dios. Él convence al mundo de pecado, de justicia, y de juicio. Él mora en el creyente, lo consuela, lo guía a toda la verdad, le da poder para servir y le capacita para llevar una vida justa (Hechos 5:3, 4; 2 Corintios 3:3, 17; Juan 16:7, 8, 13; 1 Corintios 3:16; Gálatas 4:6; Hechos 1:8; Romanos 8:1-4).
Creemos que la historia en cuanto a la creación según el libro de Génesis, es verdadera y fue un hecho histórico (Génesis 1:1, 21, 27; Éxodo 20:11; Marcos 10:6; Hebreos 1:10; 4:4; 11:13).
Creemos que el hombre fue creado por un acto del mismo Dios, a Su imagen, y conforme a Su semejanza. Por una desobediencia el hombre llegó a ser pecaminoso por naturaleza, muerto espiritualmente, sujeto a la muerte natural y al poder del diablo. De esta condición caída no puede salvarse, pues ha llegado a ser parte de todo hombre (Génesis 1:26, 27; 2:7, 16, 17; 3:1-7; Efesios 2:1-3, 12; Juan 6:44; Romanos 5:6, 12).
Creemos que el hombre se salva sólo por la gracia de Dios y por la fe en la obra redentora de Cristo. El hombre se justifica de todo pecado por fe en la sangre de Jesús derramada. Por medio del nuevo nacimiento el hombre llega a ser hijo de Dios, partícipe de la vida eterna y recibe toda bendición espiritual en Cristo (Efesios 2:8; Romanos 3:20-26; Hechos 13:38, 39; Juan 1:12, 13; 3:4, 8, 16; 5:24; Efesios 1:3).
Creemos que es el privilegio de todo creyente saber que ha pasado de muerte a vida. Dios es poderoso para guardarle sin caída, pero la obediencia por fe es necesaria para mantener la salvación y crecer en la gracia (1 Juan 3:14; 5:13; Romanos 8:16; 2 Corintios 12:9; Judas 24, 25; Romanos 1:5; 16:25, 26; Gálatas 3:11; Juan 8:31; 2 Pedro 1:5-11).
Creemos que la iglesia es el cuerpo de Cristo, compuesta de todos los que por medio del arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo, han sido renacidos y bautizados por el Espíritu en un solo cuerpo. Es su divina misión predicar el evangelio a toda criatura y enseñarle la obediencia a todos los mandamientos de Cristo (Mateo 16:18; Efesios 1:23; Colosenses 1:18; Hechos 20:21; Lucas 24:47; Hechos 17:30; 16:31; Gálatas 3:26; 1 Corintios 12:13; Mateo 28:19, 20; Marcos 16:15; Hechos 1:8).
Creemos que el Señor ha dado a la iglesia la autoridad según las Escrituras para: (1) escoger administradores; (2) dirigir la celebración de las ordenanzas; (3) ejercitar disciplina sana; (4) organizar y conducir su obra de acuerdo con su alto llamamiento y para tener mayor eficiencia (Hechos 6:1-6; 13:1-3; 2 Timoteo 2:2; Tito 1:5-9; 2:15; Mateo 28:15-20; Efesios 4:11-16; Hebreos 13:17; Hechos 14:21-23; 2:15).
Creemos que el bautismo cristiano debe ser administrado sobre la confesión de fe. La cena del Señor se debe observar en memoria de Su muerte entre todos los que están unidos en la fe y que tienen paz con Dios. El lavatorio físico de los pies se debe celebrar por todos los creyentes. La mujer cristiana debe cubrirse la cabeza. El ósculo santo es el saludo que se debe practicar apropiadamente entre todos los creyentes. La unción con aceite debe ser administrada al enfermo que la pida con fe. El matrimonio de hombre y mujer fue establecido por Dios y se deshace sólo por la muerte. El cristiano debe casarse con otra que también esté “en el Señor” y que sea de la misma fe según varias escrituras (Lucas 22:9, 20; 1 Corintios 11:23-28; Hechos 2:38; 8:12; 18:8; Juan 13:1-7; 1 Corintios 11:2-16; 6:20, Santiago 5:14-16; Marcos 10:6-12; Romanos 7:2; 1 Corintios 7:39; Amós 3:3).
Creemos que somos llamados con un llamamiento santo a una vida separada del mundo y su ignorancia, sus prácticas pecaminosas y sus métodos. Además, creemos que es el deber de la iglesia apartarse de todo movimiento que pretenda reformar la sociedad independientemente de la virtud de la muerte de Cristo y el nuevo nacimiento (1 Pedro 2:9; Tito 2:11-14; 2 Corintios 6:14-18; Romanos 12:1, 2; Efesios 5:11; 1 Juan 2:15-17; 2 Tesalonicenses 2:6; Hechos 4:2; Juan 3:3, 6, 7).
Creemos que todo cristiano debe honrar, hacer oraciones, pagar los tributos y obedecer en todo a las autoridades civiles. Sin embargo, si se presentan circunstancias en que tal obediencia violara la ley superior de Dios, debiéramos “obedecer a Dios antes que a los hombres”. Creemos que la iglesia y el gobierno son instituciones separadas, y que los miembros de la iglesia deben sujetarse al gobierno, pero no deben participar en sus funciones ni tampoco en las guerras carnales según las enseñanzas de Cristo y los apóstoles (1 Pedro 2:13, 14, 17; Romanos 13:1-7; 1 Timoteo 2:1, 2; Hechos 5:29; Mateo 22:21; Marcos 10:43-45; Juan 18:36; 2 Corintios 10:5).
Creemos que los cristianos deben vestirse “de ropa decorosa, . . . no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos” (1 Timoteo 2:9, 10; 1 Pedro 3:4-6).
Creemos que las Escrituras del Nuevo Testamento prohiben el hacer juramentos (Mateo 5:33-37; Santiago 5:12).
Creemos que las sociedades secretas se oponen a la doctrina y espíritu del evangelio (Juan 18:20; Efesios 5:11, 12; 1 Juan 3:17; Gálatas 6:10).
Creemos que el sacar seguro de vida se opone a la confianza y fe que el cristiano debe tener en la voluntad y el cuidado de su Padre celestial (Jeremías 49:11; Efesios 1:22, 23).
Creemos que los días finales serán marcados por un desorden general y un abandono a la fe. De parte del mundo, se multiplicará la maldad, y “los hombres y los engañadores irán de mal en peor”. De parte de la iglesia, habrá gran apostasía, y “el amor de muchos se enfriará”. También habrá muchos falsos maestros que engañarán y serán engañados. Las condiciones presentes en el mundo advierten que ya vivimos en esos tiempos peligrosos (1 Timoteo 4:1, 2; Romanos 16:17, 18; 2 Timoteo 3:1-5, 13; 2 Pedro 2:1, 2, 10; Mateo 24:11, 12; 2 Tesalonicenses 2:3).
Creemos en la resurrección corporal de Jesucristo y en la resurrección corporal de todos los hombres, tanto de los justos como de los injustos— los justos a resurrección de vida, y los injustos a resurrección de condenación (Juan 5:28, 29; 20:20, 24-29; Lucas 24:30, 31; Hechos 24:15; 1 Corintios 15:20-23, 42-44).
Creemos en la venida personal y cercana de nuestro Señor como la esperanza bendita del creyente. Nosotros los que vivimos, los que quedamos, juntos con los muertos en Cristo quiénes serán resucitados, seremos arrebatados para recibir al Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor (Juan 14:2, 3; Hechos 1:11; Mateo 24:44; Hebreos 10:37; Tito 2:11-13; 1 Tesalonicenses 4:13-18).
Creemos que en el tiempo entre la muerte y la resurrección, los justos estarán con Cristo en un estado de dicha y consuelo consciente. Pero los impíos estarán en un lugar de tormento, en un estado de sufrimiento y desesperación consciente (Lucas 16:1931; 23:43; Filipenses 1:23; 2 Corintios 5:1-8; 1 Tesalonicenses 5:10; 2 Pedro 2:9).
Creemos que el infierno es el lugar de tormento, preparado para el diablo y sus ángeles, con quiénes los impíos sufrirán la venganza del fuego eterno por los siglos de los siglos. El cielo es la morada final de los justos donde vivirán en plenitud de gozo por los siglos de los siglos (Mateo 25:41, 46; Judas 7; Apocalipsis 14:8-11; 20:10, 15; 2 Corintios 5:21; Apocalipsis 21:3-8; 22:1-5).
“Todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). La vida espiritual no se hereda de los padres cristianos. Todos nacemos con una naturaleza pecaminosa y todos hemos pecado. La Biblia manda a todos los hombres que se arrepientan y se conviertan antes de ser bautizados y recibidos por la iglesia. Las iglesias fieles de hoy día mandan que se haga lo mismo. En la iglesia tenemos que someternos los unos a los otros en el temor de Dios. Cuando todos toman su cruz y la llevan en pos de Jesucristo, hay verdadera unión e igualdad. Todos son invitados a ser miembros de la Iglesia Menonita cumpliendo estos mandamientos. Véanse Efesios 2:1-22 y Hechos 2:37-40.