Reflexiones sobre el dolor y el sufrimiento

Quizá tú hayas sufrido un dolor. Puede ser que hayas preguntado ¿Por qué, Dios? Y nos has recibido respuesta. Un día los misterios de Dios y los misterios de esta vida se nos revelarán. Un día, tendremos pleno entendimiento. Entre tanto, tengamos fe.

 

Hace un tiempo, nuestro infante falleció debido a una grave emergencia médica en la cual también la vida de mi esposa se halló en alto riesgo. El dolor y el sufrimiento que causó esta experiencia han sido muy intensos.

Quizá tú hayas sufrido un dolor semejante, o aun algo mucho mayor que el mío. Escribo estas reflexiones con la esperanza de servirte de ánimo en tus dificultades. Además, las escribo porque el compartir es parte del camino hacia la sanidad.

He agrupado estas reflexiones en tres partes: 1) FUERA DE NUESTRO CONTROL; 2) PREGUNTAS; 3) ESPERANZA. Sin embargo, vale mencionar que las preguntas en la segunda parte son extremadamente complejas. Las respuestas a estas preguntas a veces no parecen satisfactorias, especialmente para los que estamos en pleno duelo todavía.

Puede ser que te hayas hecho algunas de estas preguntas tan desconcertantes, o que hayas rehusado enfrentarlas y las hayas relegado a un rincón remoto de la mente, creyendo que el buen cristiano nunca debe hacerse tales preguntas. Pues ahora tendrás la oportunidad de ser honrado con relación a tus preguntas e iniciar un proceso de sanidad.

Si no te sirve de ánimo el hecho de que yo también haya luchado con tales preguntas, tal vez te anime el hecho de que tanto Job como David, entre muchas personas más, también lucharon. ¡Y bien sabemos que la Biblia dice que Job era “perfecto y recto”! ¡Y sabemos que David era un varón conforme al corazón de Dios! Yo mismo conozco a hombres de Dios que se han enfrentado con estas preguntas. Me parece que todo cristiano inteligente y honrado tendrá que enfrentarlas en alguna medida.

Nótese que la tercera parte se titula “Esperanza” y no “Respuestas”. Esto es significativo.

1. Fuera de nuestro control

En el sentido físico, la muerte es un enemigo. Por lo tanto, cuando algún ser querido muere, nuestro enemigo se anota una victoria. Queda la sensación de pérdida y derrota. Para un padre, dicha pérdida se vuelve sumamente personal y dolorosa debido a su instinto natural de proteger a sus hijos. Así fue en el caso nuestro, y esto produjo en mí la sensación intensa de fracaso personal.

Uno de los aspectos más frustrantes de la emergencia médica que nosotros vivimos fue el hecho de que yo no podía hacer nada para cambiar la situación. En el momento de crisis no pude hacer nada, y todavía no pue do. La situación estaba, y hasta el día de hoy está, fuera de nuestro control.

Cuando vemos el sufrimiento de otros, nuestra reacción natural nos manda hacer algo para resolver el problema. Sin embargo, frecuentemente no podemos hacer nada. El caso se encuentra fuera de nuestro control.

¿No es cierto que hasta nuestro Señor sufrió una experiencia dolorosa fuera de su control? Quizá el grito más desgarrador de todas las Escrituras, e incluso de toda la historia, haya sido cuando Jesús clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46).

Sabemos que somos dependientes de Dios en todo momento. Pero sólo cuando nos damos cuenta de que no podemos hacer absolutamente nada, y la muerte acecha a nuestros seres queridos, es que verdaderamente reconocemos que tenemos que depender de Dios completamente. El grito más urgente y ferviente que jamás haya salido de mis labios, procedente de lo más profundo de mis entrañas fue:

“¡Dios todopoderoso, por favor sálvanos, te ruego!”

¿Y sabes cuál fue la respuesta de Dios a mi clamor? NINGUNA. Al menos, yo no oí ninguna respuesta.

Él permitió que mi hijo muriera.

2. Preguntas

La pregunta de Jesús: “¿Por qué me has desamparado?” comienza con las palabras “por qué”. Para mí, ésta es tan sólo la primera de muchas preguntas que comienzan con estas palabras. “¿Por qué… por qué…

por qué?” Cuando nada tiene sentido, nos hacemos preguntas… ¿Por qué? “Mi Dios y yo andamos mano a mano todos los días, ¿no es cierto? ¿Por qué, pues, me abandona en el momento en que más necesito de él? ¿Qué clase de amigo es éste? ¿Qué clase de amigo puede hacerme algo así? ¿Qué clase de Dios puede hacerme algo así? Si Dios es todopoderoso, ¿por qué no intervino? ¡Dios, despiértate! ¡Haz algo!”

Mi más ferviente y urgente oración era como gritar frente a un gran vacío. Ni siquiera pude oír el eco.

Silencio absoluto. Nada. ¿Dónde estaba Dios? ¿De viaje? Tal vez debería haber gritado más fuerte, al igual que los profetas de Baal.

A veces perdemos todo control sobre nuestras circunstancias, y bien lo sabemos. Así que, le damos a Dios el timón y le decimos: “¡Me rindo! Te entrego todo, y confío plenamente en ti”. Pero después nos sentimos muy decepcionados con los resultados, incluso, con Dios mismo. Y en dicha situación, lo único que nos queda es plantear preguntas: “¿Por qué? ¿Por qué me has desamparado?” ¿La respuesta?

Silencio.

Esta fue la respuesta que recibió Jesús, y también es la respuesta para nosotros en ocasiones.

¿Por qué Dios no siempre se interpone para obrar a favor de sus hijos cuando claman a él en sus dificultades? Esta es la pregunta que levantan los que dudan de que Dios exista o que sea un Dios de amor. Pero, si somos sinceros, el cristiano hasta cierto punto también enfrenta esa pregunta. Aunque existen muchas opiniones al respecto, sólo mencionaré tres, si bien ni una de el as parece ser adecuada.

Primera opinión: Dios creó el mundo y puso en acción las leyes que rigen en él y no interviene en esas leyes. Dios nos mira desde el balcón del cielo y a veces hasta siente pena por nosotros, pero no nos rescata.

Según esta postura, lo que nos sucede es resultado de decisiones humanas y de causas naturales.

Esta opinión nos permite creer que no debemos culpar a Dios por los males que nos acontecen. Nos ayuda a aceptar lo que nos sucede. A la vez, nos hace sentir que Dios es un Dios impersonal y no se compadece de los que sufren. Pareciera que sus leyes le hacen incapaz de actuar aunque lo deseara.

Parece quitar la soberanía de Dios.

Segunda opinión: Dios sí hace milagros a favor de sus hijos con mucha frecuencia. Esta opinión es prácticamente lo contrario de la anterior, y la mayoría del cristianismo abraza esta idea. De hecho, según esta opinión, Dios siempre está deseoso de obrar milagros a nuestro favor. Sin embargo, por lo común, espera hasta que se los pidamos.

Según esta postura, si no hacemos uso de los abundantes recursos de Dios, es porque no aprovechamos la bondad de Dios. Es nuestro problema y no el de Dios. Esta opinión da a la persona la razón de creer que sólo tiene que pedirle a Dios con fe cualquier cosa y él abrirá un camino en cada Mar Rojo que enfrenta.

Pero algo pasa con esta manera de pensar. No coincide con la experiencia en la vida real, ¿verdad que no? Por ejemplo, ¿dónde estaba Dios cuando le hice las más fervientes y urgentes oraciones de mi vida?

O ¿dónde estaba Dios cuando el apóstol Pablo le pidió tres veces que le quitara el aguijón que tenía en la carne?

Si esta postura fuera válida, ¿habría alguna enfermedad terminal entre el pueblo de Dios? ¿Habría muerte? Según esta manera de pensar, no tenemos por qué morir.

Tercera opinión: Dios decide en cuáles casos va a intervenir en un problema. Esta opinión destaca la soberanía de Dios. Él no se compromete a responder a cada antojo de la humanidad, sino que hace lo que le parezca mejor.

Es bueno e importante reconocer que Dios está en control. Nada sucede que no sea según su voluntad divina. Y, puesto que Dios está en control, ¡todo está bien!

Pero del punto de vista humano, no todo está bien. Y si bien, Dios nunca comete errores, déjame decirte que el personal médico puede cometer errores; errores que resultan en consecuencias fatales.

Esta opinión nos puede llevar a creer que Dios es inconsecuente; su carácter parece contradictorio.

¿Por qué a veces contesta nuestras oraciones y otras veces se esconde? ¿Cómo decide entre las dos alternativas? ¿En base de cuáles criterios toma sus decisiones? En su trato con sus hijos, a veces Dios parece ser misericordioso, y otras veces indiferente. Su conducta no parece coherente ni lógica.

Cada una de estas opiniones plantea preguntas que siguen sin respuesta. Por ejemplo: ¿Y qué de la justicia de Dios? ¿Y de su rectitud? Por largos siglos los cristianos han sufrido persecuciones severas por hombres impíos. Si Dios fuera justo y todopoderoso, ¿por qué, suceden estas cosas? ¿Por qué los injustos oprimen a los justos? ¿Acaso esto es bueno y justo? Y Dios permite que esto suceda todos los días.

Esto me hace pensar en lo que dijo el salmista cuando persistían sus problemas: “Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón”. (Salmo 73:13). Dicho de otro modo, el clamor de él es: “Ando en rectitud con Dios, pero tengo más problemas que los impíos. Algo anda mal, al revés.” Él no veía justa la vida; por consiguiente, Dios mismo no parecía justo.

En otro salmo dice: “Mi alma está hastiada de males. Me has puesto en el hoyo profundo. Te he llamado, oh Jehová, cada día.” (Salmo 88:3,6,9). Es decir: “Señor, a diario oro y no me respondes. Me has abandonado. Ya no aguanto que me trates así.” En los salmos hay muchas expresiones semejantes a éstas.

A veces Dios no parece amoroso, ni justo. Pregúntale al salmista o a Job y te dirán lo mismo. En ese caso, ¿cómo explicamos la justicia y soberanía de Dios?

Es imposible valerse de la razón humana para explicar la justicia y soberanía de Dios. Muchas de las preguntas que tenemos acerca de Dios quedan sin respuestas. Nuestros caminos no son los caminos de Dios. Y humanamente no podemos explicar ni definir quién es él. Dios le dijo a Moisés: “YO SOY EL QUE SOY”. No hay nada que Dios tenga que explicar, ni tiene que darle cuentas a nadie.

Vemos este dilema en la vida de Job. Él tenía preguntas; montones de preguntas. Y quería respuestas. Sin embargo, ¿has notado que Dios no contestó ni una de las preguntas de Job? Pero, ¡Job era perfecto y recto! Dios mismo lo dijo. Quizá creemos que Job merecía, al menos, una pequeña explicación o una palabra de aliento. Job había sufrido mucho. Las preguntas de Job tenían que ver con la justicia… pero la respuesta de Dios tenia que ver con su poder. ¿Qué clase de “respuesta” es ésa? Ni siquiera tiene que ver con la pregunta.

Creo que Dios quiso dejarle claro a Job su necesidad de confiar aun sin entender lo que él hacía. En realidad, a todos nos enseña que debemos confiar sin importar cuánto entendamos de lo que él hace.

Los caminos de Dios son inescrutables. Y nosotros vemos por un espejo, oscuramente. Lo que sabemos acerca de Dios es muy poco. El apóstol Pablo dice que el que cree que sabe algo, aún no sabe cómo debiera (1 Corintios 8:2). Yo creo que cualquier religión que afirma entender todos los caminos de Dios es falsa y apesta de orgullo. Pablo continúa diciendo que es más importante amar a Dios que entenderlo.

Si entendiéramos los caminos de Dios, seríamos igual a él. ¿Quién querrá servir y adorar a un dios igual a sí mismo?

Yo descanso, sabiendo que Dios sobrepasa mi entendimiento. Reconozco y acepto que mi entendimiento limitado no tiene la capacidad de juzgar lo que Dios hace.

¿Dónde, pues, está Dios cuando sufrimos? Él siempre está a nuestro lado, sufriendo con nosotros.

Si no crees que Dios el Padre tiene la capacidad de sufrir, tendrías que observar a tu hijo sufrir hasta morir. Entre más amas, más sufres. La capacidad de amar y de sufrir van de la mano, y Dios nos ama con un amor perfecto. ¡Cuánto, pues, podrá él compadecerse de sus hijos!

No hay palabras que expresan lo que Jesús sufrió por nosotros, tanto física como emocionalmente.

Según afirman las Escrituras, él fue un hombre “experimentado en quebranto” (Isaías 53:3). Jesús mismo dijo: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38). Al mismo tiempo, Jesús dijo que él y el Padre uno son. Y la Biblia nos enseña que Dios estaba en Cristo, reconciliándose con el mundo. Es decir, el Padre sufrió en el Hijo.

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores” (Isaías 53:4). ¿No significa esto que él siente nuestro dolor? Yo creo que nuestras dolencias llegan a ser los dolores de Dios. Yo no entiendo por qué hay tanto sufrimiento en el mundo. Pero mi Padre sufre con nosotros, y yo descanso en ese entendimiento. Esto me da gran consuelo. Y también me da esperanza.

3. Esperanza

El apóstol Pablo dice que, si la esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales (1 Corintios 15:19). Esto me indica dos cosas: 1) esta vida es penosa; 2) nuestra esperanza en Cristo tiene que ver con la vida futura.

Como ya he dicho, en el sentido físico, la muerte es nuestro enemigo. Pero la muerte es nuestro amigo cuando nos libera de una penosa vida, llena de sufrimientos aquí, y nos abre la puerta a una vida mucho mejor.

Una de las bendiciones que resulta de la muerte de un ser querido es que para los que quedamos, la vida futura se vuelve más real, algo en lo que pensamos de antemano. El cielo se nos acerca. Nos da un vínculo fuerte con el cielo que nos encamina con ilusión en ese rumbo.

El apóstol Pablo dice que conoció a un hombre que fue arrebatado al paraíso donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. Pablo dijo: “De tal hombre me gloriaré” (2 Corintios 12:5).

Nuestro hijo también ha sido arrebatado al paraíso. ¡Imagínate lo que él podría ahora contarnos! Pero la verdad es que no podemos imaginar su nueva vida, ni lo podemos oír. Y aun si pudiéramos oír lo que él nos quisiera contar, no lo entenderíamos.

Un día los misterios de Dios y los misterios de esta vida se nos revelarán. Un día tendremos pleno entendimiento. Entre tanto, tengamos fe.

¿Qué dijo nuestro Señor en el momento en que sufría intensamente? Ya vimos que clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). Pero, ¿qué más dijo?: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23:46). A pesar del dolor y el rechazo que sintió, él tomó la decisión de entregarse por completo a su Padre.

Los fieles seguidores de Cristo hacen lo mismo. Descansemos en sus brazos. Verdaderamente es el lugar más seguro.

A pesar de lo que perciben nuestros sentidos limitados, Dios siempre es bueno, justo, y soberano.

Sigámoslo, no por vista, sino por fe. Pues esa es la fe verdadera.

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