Dos mundos, dos puntos de vista. A la vez, los dos hombres sirven al mismo amo cruel y sin misericordia. Los dos necesitan de Dios y la sangre de Jesucristo que los puede limpiar de sus pecados. Dios tiene la misma compasión por ambos, y ofrece a los dos la vida eterna.
En cierta ocasión cuando hice un viaje a Panamá, tuve la oportunidad de subir a la cima del Cerro Ancón. Este cerro es conocido como un mirador natural para la Ciudad de Panamá y el canal. Mientras contemplaba el paisaje me sobrevino una sensación de tristeza y soledad difíciles de expresar con palabras. Hasta el día de hoy no he podido deshacerme de esa sensación.
La semana pasada, tuve la oportunidad de visitar de nuevo la ciudad. Una noche estuve parado en un puente peatonal, observando mis alrededores. En vano trataba de ordenar aquellos pensamientos y sentimientos que deseaba expresar. ¿Será que la escena que se desenvolvió delante de mí en seguida se relacionaba con el sentimiento de tristeza y soledad de aquella noche en el Cerro Ancón?
Vi a un indigente, de pelo largo y desordenado, sentado en una llanta. El humo de su cigarrillo subía por el rostro sin expresión. Su cuerpo estaba lleno de tatuajes. Los ojos, con una mirada vacía, vagaban en dirección a las paredes de los edificios sucios y altos llenos de grafiti y lodo. El ambiente tenebroso de este lugar se acentuaba por los enjambres de mosquitos que constantemente susurran y se reproducen, quizá producto de su propia falta de higiene.
El hombre parecía totalmente inconsciente de la basura, del ruido… el estruendo de una ciudad corriendo a alta velocidad, del ruido atronador de los altavoces que compiten entre sí. Él parecía inconsciente de los compañeros miserables que compartían la misma miseria de la vida. Cada resuello que hacía del palito blanco lo llevaba cada vez más lejos de su miserable realidad y lo conducía a sueños de lo bello y lo libre. Al mismo tiempo el pobre vivía la realidad de una esclavitud horrenda.
A menos de medio kilómetro de distancia, otro hombre abre la puerta de cristal de su lujoso condominio con aire acondicionado, y sale al balcón con una bella vista de la hermosa costa del Pacífico. Él tiene oportunidades de sobra. Tiene mucho dinero y un estilo de vida que millones de personas ni sueñan tener. Tiene un paisaje desde el balcón de su casa que vale muchísimo dinero.
Pero él no siente la caricia de la brisa del mar en este agradable atardecer. Ni siquiera se acuerda del nuevo juego de muebles en el balcón. No se emociona al ver el rascacielos que su empresa está construyendo, destacado en esa ciudad moderna. A él, aunque con cada año que pasa logra cada vez más éxito financiero, no le da satisfacción duradera. La vida para él ha perdido su significado.
Se deja caer en la hamaca y se queda mirando hacia el espacio sin ver nada. Por su propia culpa, la esposa de su juventud ha perdido su amor y cuidado por él. Ni siquiera sus hijos se preocupan por él. No le queda ni un solo amigo con quien él puede compartir. Además, nadie le ha dicho que hay algo mejor por lo cual vivir.
El hombre también enciende el malvado palito blanco, inhala el humo delicioso y lentamente exhala, saboreando la sensación que le da. Por un breve momento viaja a un emocionante mundo de éxtasis. El único propósito que tiene es satisfacerse a sí mismo. La única persona por la cual vive es él mismo. ¿No debería eso darle el placer duradero que busca? Sin embargo, se siente abandonado y triste. Él se encuentra totalmente solo.
Cualquiera diría que estos dos hombres viven en dos mundos completamente distintos. Pero el que es seguidor de Jesús, ve a dos hombres solos… solos en el mismo mundo miserable. Estas dos pobres almas ante Dios están en la misma condición. Ambos están alucinando en un mundo de fantasía de la inmoralidad, el interés propio o en drogas, y la superioridad.
Yo estoy consciente de que la escena de la Ciudad de Panamá que describí es muy común en muchas otras ciudades por todo el mundo. Pero al observarla de cerca, quedé impresionado por los “dos mundos” que quedan tan lejos y a la vez tan cerca.
Dos mundos, dos puntos de vista. A la vez, los dos hombres sirven al mismo amo cruel y sin misericordia. Los dos necesitan de Dios y la sangre de Jesucristo que los puede limpiar de sus pecados. Los dos, aunque lejos el uno del otro según el criterio del mundo, pero tan cerca según el criterio del Creador de ambos porque tienen la misma necesidad. Dios tiene la misma compasión por ambos, y ofrece a los dos la vida eterna y la libertad de la esclavitud de su amo cruel.
Estimado lector, ¿puede usted indentificarse con uno de estos dos? O ¿eres creyente, sirviendo al Creador y Salvador y en obediencia y sumisión a él? Si todavía estás sirviendo al amo cruel que te tiene atado con sus cuerdas de pecado, no importa en cuál nivel social te encuentras, el diablo está utilizando tus deseos carnales y concupiscencias para lograr sus fines contigo. Dios te quiere liberar. Dios te ofrece perdón y libertad. ¿Quieres recibir ese perdón y esa libertad?