Preguntas sin respuesta

¿Es una desgracia no saber o no entender el porqué de una circunstancia? ¿Tendrá Dios un propósito para nuestro bien en ocultar las respuestas? Aprendemos la disciplina de callar y reconocer la soberanía de Dios en el valle oscuro de las preguntas sin respuesta.

Recientemente un hermano muy apreciado sufrió una crisis que jamás esperaba en su vida. Debido a una infección que afectó el nervio óptico, el hermano perdió gran parte de la vista. Como nos sucede a todos, el hermano lucha con la pregunta: “¿Por qué me sucedió esto?” Y en muchos casos, la respuesta a esta pregunta no se halla fácilmente.

Mientras reflexionaba sobre esta realidad, me hice otra pregunta: ¿Es una desgracia no saber o no entender el porqué de una circunstancia? ¿Tendrá Dios un propósito para nuestro bien en ocultar las respuestas?

Busqué en la Biblia anécdotas de personas que lucharon con preguntas a las cuales no hallaban respuesta. Veamos unas preguntas que tenían estas personas en situaciones difíciles.

Job

“¿Por qué no morí yo en la matriz, o expiré al salir del vientre? ¿Por qué me recibieron las rodillas? ¿Y a qué los pechos para que mamase? ¿Por qué no fui escondido como abortivo…? ¿Por qué se da luz al trabajado, y vida a los de ánimo amargado...? ¿Por qué se da vida al hombre que no sabe por donde ha de ir, y a quien Dios ha encerrado?” (Job 3:11-12, 16, 20, 23).

Job, después de quedar destituido de todas sus posesiones, de sus hijos, y aun de su propia salud, se hizo muchas preguntas sobre el porqué de su dilema. Eran preguntas para las cuales no hallaba respuesta.

David

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor?” (Salmo 22:1).

Al parecer, David se expresó de esta manera al amanecer, después de una noche oscura y difícil mientras huía del rey Saúl que procuraba matarlo. Estas palabras también eran proféticas de lo que sufriría Jesús en la hora más difícil de su vida, cuando clamó en la cruz: “Elí, Elí, ¿lama sabactani?” (Mateo 27:46). ¿Será posible que el mismo Hijo de Dios se haya humillado a la condición más desalentadora del ser humano? ¿Se habrá humillado al punto de no saber el porqué de su angustia? Hebreos 2:17 dice que él se hizo “en todo semejante a sus hermanos”.

Los discípulos de Jesús

Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?” (Juan 9:2).

Obviamente, los discípulos no entendían por qué el hombre nació ciego. La idea común era que la ceguera de ese hombre se debía a su propio pecado o al de sus padres. Se creía que el ciego no tenía más remedio que sufrir su desgracia.

El rey Josafat

“¡Oh Dios nuestro! ... No sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (2 Crónicas 20:12).

El rey Josafat supo que un gran ejército venía contra él. Se atemorizó y humilló su rostro delante de Jehová. ¿Puedes imaginarte a este soberano, en la cumbre de su carrera como rey, cuya fama corría por todas las naciones, llegar al punto de no saber qué hacer?

El rey Salomón

Ahora pues, Jehová Dios mío, tú me has puesto a mí tu siervo por rey en lugar de David mi padre; y yo soy joven, y no sé cómo entrar ni salir” (1 Reyes 3:7).

Salomón era un príncipe, hijo del renombrado rey David. Era un joven intelectual, y escogido de entre todos sus hermanos para ser rey sobre la nación más poderosa de aquel entonces. Y ahora, Dios le habla en sueños y ofrece darle lo que él le pidiera. Sin embargo, lo oímos decir: “Soy joven y sin experiencia; y no sé cómo enfrentar la gran responsabilidad que me espera”.

El eunuco de Etiopía

“¿Y cómo podré [entender lo que leo], si alguno no me enseñare?” (Hechos 8:31).

El eunuco era un funcionario de la gran reina de Etiopía. Había hecho un viaje a Jerusalén y ahora regresaba a su tierra. En el camino leía las Escrituras. Pero tenía un problema. No entendía lo que leía.

Saulo, el fariseo

Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6). Dios tenía un plan especial para este fariseo orgulloso que ahora se encuentra humillado, con el rostro en tierra. Pero no se lo revela. Se limita a darle instrucciones para un primer paso. Le dice: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:6).

En estas anécdotas no sólo aparecen preguntas sin respuesta. También se aprecia que el propósito de Dios es el bien de sus siervos. Estas preguntas sin respuestas sirven de disciplinas que le abren la puerta a Dios para que él pueda llevar a cabo sus propósitos en la persona; y esto para su bien. Veamos ahora algunos beneficios y disciplinas que podemos captar en estas anécdotas.

La disciplina de callar y reconocer la soberanía de Dios

Vemos esto en Job. Primero vemos a Job y sus amigos razonando y discutiendo entre sí. Job lucha por saber el porqué de su dilema. Sus amigos creen que tienen las respuestas. Sin embargo, una vez que Dios habla, Job reconoce que hablaba lo que no entendía. Calla y se humilla ante la soberanía de Dios. Este acto abre la puerta a la bendición de Dios en su vida. También permite que Dios les dé el golpe final a las pretensiones de Satanás.

La aprobación de Dios en la vida de Job sobrepasa incontables veces los valores materiales que éste había perdido. Además, Job nunca habría aprendido la sabiduría de que darse callado si no se le hubiera ocultado el porqué de su experiencia.

Jesús es otro ejemplo. Cuando clamó “Dios mío, Dios mío, ¿por qué…?”, no estaba reclamándole a su Padre por haberlo abandonado. No fue una queja, sino un clamor de angustia que expresaba las limitaciones a que él mismo se había sujetado. Fue un reconocimiento de que el propósito de su Padre se estaba cumpliendo en su cuerpo. Todo esto lo sufrió para llegar a ser “autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hebreos 5:9).

Nadie aprende la disciplina de callar y reconocer la soberanía de Dios sentado en lo alto de la silla del éxito y la vida fácil, sino en el valle oscuro de las preguntas sin respuesta.

La disciplina de desconfiar de mi propia capacidad y poner mi confianza en Dios

Hay los que se creen contar con todas las respuestas. Quizá se consideran sobresalientes en esta materia. Pero, por lo común, es mejor tener más preguntas que respuestas. Ser ligeros en responder nos pone en la categoría de necios (Proverbios 18:13). La Biblia dice: “Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar” (Santiago 1:19).

Recordemos al rey Josafat que no puso su confianza en su propia capacidad, sino clamó: “No sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos”. Escuchemos a Salomón cuando sueña aquella noche y dice a Dios: “Yo soy joven, y no sé cómo entrar ni salir”. Con esta actitud, no hay límite a lo que Dios puede hacer a favor de la persona.

La disciplina de reconocer lo que soy en realidad

Job confesó que era vil y que no tenía las respuestas (Job 40:4). Llegó a aborrecer su propia opinión y prudencia, y se arrepintió en polvo y ceniza (Job 42:6). David dijo que él era gusano y no hombre (Salmo 22:6). Salomón reconoció que era joven y sin experiencia. No existe una posición de más sabiduría que reconocer lo que en realidad somos. Tal actitud es una puerta abierta para Dios. Le permite cumplir sin impedimentos sus propósitos en nuestra vida.

Veamos el fin de Job. Tras reconocer lo que era en comparación con el Omnipotente, sus amigos que se creían sabios son reprendidos por Dios y Job termina en la capacidad de intercesor para ellos (Job 42:7-8). Y qué bendición oír a Dios referirse a Job con todo cariño cuando dice: “mi siervo Job”.

La disciplina de buscar el consejo y la sabiduría de otros

El sabelotodo no pide consejo y hasta rechaza al que le ofrece una palabra de sabiduría. Al que se cree intelectual le parece vergonzoso rebajarse a escuchar el consejo de una persona de condición que él considera más baja que la de él. Sin embargo, el que reconoce que no entiende y tiene más preguntas que respuestas, busca ayuda.

En esto sobresale el eunuco de Etiopía. Este funcionario de alta clase social manda detener su carruaje. Luego se dirige a Felipe, un humilde diácono de Jerusalén, y confiesa que no entiende lo que está leyendo. Le pide que suba al carruaje y le enseñe. Por lo contrario, en la anécdota de Juan, capítulo 9, los fariseos se ofenden por el consejo sencillo, pero sabio, del que había sido ciego. Tal es su disgusto que escupen las palabras: “¿Y [tú] nos enseñas a nosotros?” (Juan 9:34).

La disciplina de dar un paso a la vez

A veces, cuando enfrentamos una decisión o dificultad, el camino se vuelve oscuro y no sabemos qué hacer. Queremos saber de inmediato y con todo lujo de detalles cuál es la voluntad de Dios en el caso. Se nos hace difícil esperar en Dios y seguir su dirección un paso a la vez.

Recordamos lo que hizo el rey Josafat en la anécdota de 2 Crónicas, capítulo 20. Él no tenía ni la mínima idea de cómo Dios lo libraría del enemigo que venía contra él. Pero una cosa sí sabía. El profeta había aconsejado: “...Paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros...” (2 Crónicas 20:17). Luego mandó que al día siguiente salieran al encuentro del enemigo. Por fe, Josafat dio estos primeros dos pasos y Dios se encargó del resto.

Lo mismo sucedió con Saulo. Cuando hizo la pregunta: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”, Jesús no le reveló su plan. Se limitó a decirle que entrara en la ciudad. Tres días después, Jesús le mostró el siguiente paso por medio de Ananías. Así sucesivamente, Jesús le fue abriendo el camino hasta que por fin, unos años después, lo vemos de lleno desempeñando su papel de apóstol a los gentiles. Esto no habría sucedido si Saulo no hubiera esperado en Dios para seguir la luz un paso a la vez.

¿Qué quiero decir con esto? ¿Debemos voluntariamente hacernos los ignorantes y no esforzarnos por entender las causas de lo que nos sucede? No. Pero sí quiero decir que responder debidamente a las preguntas sin respuesta es una disciplina que le abre de par en par la puerta a Dios. Le permite manifestar su sabiduría y cumplir sus propósitos al pequeño entorno de nuestra vida. No hay límite a lo que Dios puede hacer en la vida del que aprende esta disciplina.

Por otra parte, quiero decir que el que se cree intelectual, cierra esta puerta y se pone en la categoría de los necios. Y creo que Dios diría lo mismo, pues la Escritura dice: “Si alguno … se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio” (1 Corintios 3:18). “Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo” (1 Corintios 8:2).

Concluimos, pues, que podemos encontrar la paz y seguridad en someternos a la soberanía de nuestro gran y omnisciente Dios en todo momento, aun cuando parece que todo está sin sentido. No tenemos que tener las respuestas para descansar en nuestro bondadoso Padre que busca el bien para sus hijos. Pueda ser que Dios nos revelará unos propósitos por los cuales hemos tenido que pasar por una situación difícil, pero no tiene la obligación de hacerlo. Lo más probable es que tendremos que esperar hasta llegar al cielo para darnos cuenta de muchas de las respuestas que buscamos. “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (Colosenses 3:15). “Sea la luz de Jehová nuestro Dios sobre nosotros, y la obra de nuestras manos confirma sobre nosotros” (Salmo 90:17).

Dios nos dice: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jeremías 29:11).

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El hermano Pablo habla desde el trasfondo de la experiencia personal cuando nos habla de “preguntas sin respuesta”. Hace varios años, sufrió un accidente que ha cambiado totalmente su vida. La vida nunca vuelve igual para él, y quedan muchas preguntas sin respuesta.

 

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