El discípulo de Cristo anda unido en un yugo con El, obedeciendo Sus órdenes como su Señor. El mundano no se preocupa con tales cosas, haciendo lo que más le plazca. ¿Cómo será posible unirse en negocios el cristiano con el mundano cuando tienen los objectivos tan opuestos?
Juan se rascaba la cabeza mientras caminaba rumbo a la casa. Se sentía entre la espada y la pared. Debía proveer para su esposa y sus tres niños, pero las siembras tradicionales de maíz y frijoles no alcanzaban para los gastos del hogar.
Por ello, la oferta de su tío Esteban le atraía. Había propuesto financiarle una pequeña venta comercial en el pueblo, y que trabajasen a medias. Juan sabía que era una buena oportunidad para superarse económicamente. A la vez, se preguntaba que si no se volvería una trampa pare su vida espiritual, debida a que Esteban no era creyente y pretendía vender cigarros y licor. Además de eso, la báscula para pesar del Tío Esteban la ajustaba a conveniencia propia.
Juan meditaba en la enseñanza bíblica en relación con este asunto: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (2 Corintios 6:14). Desde luego, él sabía que muchas personas ignoran eso, y creen servirle a Jesús en su vida religiosa mientras que en su vida financiera se asocian con los incrédulos.
Juan concluyó que Jesús le pide a sus seguidores que se separen de aquellos que siguen la corriente de este mundo. “Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo; No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:14-16). Según estos versículos, los seguidores de Cristo deben alejarse de la maldad, a fin de trabajar y negociar de acuerdo con las normas de Cristo.
Examinemos algunos principios que llevaron a Juan a tomar tal decisión, después de orar y meditar en ello;
Los redimidos son la habitación de Dios. “Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (2 Corintios 6:16).
Los redimidos sirven a Jesús. “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:14-15).
Todo lo que hacemos como discípulos de Cristo edifica su reino o lo daña. Toda actividad, todo trabajo o negocio agrada a Dios o lo entristece. Dios quiere que le honremos con nuestra vida. Juan no podría agradar a Dios al ayudar a su tío a vender cosas que promueven la impiedad. Perdería la bendición de Dios si se asociara en un negocio deshonrado, como lo serían las ventas con una báscula de pesas injustas.
“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Corintios 6:14, 17). Las metas de los creyentes en su trabajo no son las mismas que las de los incrédulos. El creyente trabaja para la honra de Dios y busca adelantar su reino. Una fuente de ingresos debe glorificar a Dios y dar testimonio acerca de quién es Dios, aunque esto mismo la vuelva menos lucrativa. El creyente busca asociarse con aquellos que comparten convicciones y metas parecidas. Si Juan se hubiera asociado con su tío, las metas de ambos hubiesen chocado de continuo. Poco a poco, Juan hubiera perdido su testimonio y su relación con Dios.
“Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Lucas 6:31). “Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia?” (2 Corintios 6:14).
Si la fábrica azucarera vende “50 kilos” de azúcar en un saco que pesa sólo 46 kilos, el tío Esteban se siente en derecho de dividir este mismo en 50 paquetes y de venderlos como si fuesen de un kilo cada uno. Para Juan esto sería engañar al prójimo.
Asimismo, en todo asunto, el creyente trabaja de acuerdo con principios que son distintos a los del mundo. Él no evade sus impuestos. Él da medidas cabales. Paga salarios dignos y prestaciones justas. Él procura la justicia que beneficia al prójimo y honra a su Dios. Si Juan se hubiera asociado con su tío, y hubiera tomado tan siquiera la mitad de las decisiones, su conciencia habría quedado manchado repetidas veces. ¡De ningún modo le habría convenido!
Aun en asuntos de negocios materiales y financieros, el creyente vive según los principios del reino celestial. Ya sea en un puesto de venta comercial, en una simbra a medias o en una inversión, el cristiano evita las asociaciones lucrativas con incrédulos. Las evita por no ser de este mundo, y porque sus metas y principios son distintos. El cristiano anhela un buen testimonio que glorifique siempre a Dios. Pueda que el creyente algunas veces gane menos dinero que el mundano por vivir de acuerdo con sus principios. En tales casos, él se acoge a la promesa de Jesús: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
Juan rechazó la oferta de su tío y optó por confiar en Dios, creyendo que Dios le suplirá los ingresos necesarios de modo que pueda mantener una conciencia limpia.
La dicha de una conciencia limpia no se limita a lo mencionado, sino que nos permite ingresar en una relación viva con Dios. Jesús quiere que no unamos en un yugo con Él, y que trabajemos para Él: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). Considere las promesas de uno quien quiere ser nuestro Padre y quien desea una relación personal con cada hijo:
“Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo…y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas… Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 6:16—7:1)
En todo sentido, vale la pena evitar el yugo desigual con los incrédulos. En contraste, enyuguémonos con Cristo. Él dice: “Mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:30).