El “misterio de Cristo” revela el propósito eterno que Dios ha tenido a través de toda la historia humana.
Qué es un misterio? Para que exista un misterio, tiene que haber cosas ocultas que no entendemos. El apóstol Pablo dijo que a él le fue dado el privilegio de anunciar el Evangelio y aclarar ese misterio que era escondido desde los siglos (Efesios 3:8-9). ¿Será que hasta el día de hoy ese misterio queda oculto para nosotros? Quizá sea porque no tenemos la capacidad de ver todo el panorama del tiempo desde la perspectiva de la infinidad de Dios. ¿Será que Dios revela su misterio sólo a los que están dispuestos a creerlo y ponerlo por obra? El mensaje de la salvación ha sido divulgado por todo el mundo, sin embargo, siempre existen aquellos que no han oído y otros que no le prestan atención.
El apóstol Pedro nos muestra que aun muchos de los profetas no entendieron con claridad el mensaje de la salvación de que profetizaban. Dice: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 Pedro 1:10-11).
En el libro de Apocalipsis, capítulo cinco, vemos el cuadro de un misterio, un libro sellado con siete sellos que según parecía nadie podía desatar. Juan (y la humanidad) lloraban mucho porque el contenido del libro quedaba oculto. Parece que él presintió que el libro contenía alguna clase de respuesta para él. Pero cuando se buscó quién fuera digno de abrir el libro, no se halló a ninguno. Luego uno de los ancianos le dijo a Juan: “No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Y miré, y vi ... un Cordero como inmolado” (Apocalipsis 5:5-6). Este Cordero “fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8).
Obviamente, el contenido del libro no fue un misterio para el Cordero. Él en realidad había estado esperando desde el principio del mundo el gran momento en que se revelaría el gran plan para la humanidad. Jesús vino, y reveló el plan de salvación que Dios tenía preparado para el ser humano. Hoy, unos dos mil años después, Jesús espera el día cuando su novia, la iglesia, esté a su lado para siempre. ¡Qué bendición poder apreciar el mensaje de la cruz! Podemos verlo de este lado de la historia, de este lado de la cruz. Nos llenan de asombro y de gratitud la inexplicable sabiduría y misericordia de nuestro gran Dios.
Voy a usar el siguiente diagrama para mostrar la diferencia entre la manera en que el hombre piensa según el tiempo, y la manera en que Dios piensa en el contexto de la eternidad. Sabemos que la iglesia nació después de la muerte y resurrección de Jesús en el día de Pentecostés (Hechos, capítulo dos). Pero, Dios percibió el nacimiento de la iglesia ya desde antes de la fundación del mundo.
Los versículos indicados debajo de “4000 a.C.” confirman que la iglesia de Jesucristo fue el plan eterno de Dios, aun antes de la creación. Él sabía en su omnisciencia que Adán iba a pecar, y que necesitaría de un salvador. Él sabía que Adán jamás hallaría una solución por su desobediencia y por problemas de la vida a causa de su pecado. Él sabía que si creaba al hombre, tendría que enviar a su Hijo para morir por él.
En cierta época, para mí fue difícil entender el misterio de los dos pactos que encontramos, uno en el Antiguo Testamento y otro en el Nuevo Testamento, y me llegaban preguntas como las siguientes:
En cierta ocasión, cuando yo enseñaba una clase sobre “Los dos pactos”, de pronto se me ocurrió una iluminación que me impresionó. Pensé: Deja de tratar de reconciliar todos los detalles que parecen estar en conflicto entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. ¿Por qué? Porque SON DOS PACTOS DIFERENTES.
Después del fallecimiento de mi padre, los hijos nos reunimos para dialogar sobre los detalles del testamento que él había dejado. En el taller de mi padre, había una pequeña máquina de soldar y una sierra, entre otras herramientas. Si en vida de mi padre, yo hubiera ido al taller presuntuosamente y llevado estos artículos, se me habría considerado ladrón. Sin embargo, después del fallecimiento de mi padre, llevé estos mismos artículos en pleno día sin ninguna pena, y nadie me acusó de ladrón. ¿Cuál fue la diferencia? La diferencia consistía en que se había introducido una nueva ley. ¿Cuál fue esa nueva ley? ¿Será que ya no era un delito llevarse lo ajeno? ¡No! Lo que había cambiado fue que mi padre había fallecido, y que los artículos que antes le pertenecían a él, ahora eran propiedad de sus hijos por el testamento que él había dejado.
En Hebreos 9:16-17, se nos enseña el concepto de testamentos que fue de uso común en aquella época. El plan de un testamento entraba en vigencia cuando la persona que hizo el testamento fallecía. En el caso de Cristo, el testamento para nuestra salvación fue hecho cuatro mil años antes de que se efectuara, cuando Cristo, el testador, murió en la cruz. Este don inefable del “misterio de Cristo” que es “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27) fue destinado antes de la fundación del mundo (1 Pedro 1:19-20). Dios esperó cuatro mil años para poder experimentar la comunión íntima con el ser humano a un nivel que no fue posible antes del Calvario.
Vemos que el Nuevo Testamento fue “escrito” con la sangre de Cristo, antes de que Moisés subiera al monte de Dios. El apóstol Pablo emplea la frase: “el pacto previamente ratificado por Dios para con Cristo” (Gálatas 3:17), es decir, fue ratificado para con Abraham, lo cual ocurrió muchos años antes de que se introdujera la ley de Moisés. Cuando entendemos que el nuevo pacto es el eterno plan de Dios, nos pone en perspectiva la diferencia que existe entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.
Para el apóstol Pablo, el “misterio de Cristo” le fue revelado mientras estuvo en Arabia (Gálatas 1:16-17), un concepto completamente contrario a lo que se le había enseñado estando en el judaísmo. Ese mismo Jesús que él había estado persiguiendo fue la esperanza de Israel durante los cuatro mil años anteriores, entretejida en la ley y los profetas del Antiguo Testamento. Desde antes del principio, Dios anhelaba la comunión con los seres que él había creado a su imagen con la capacidad del libre albedrío. Él quería que el hombre escogiera voluntariamente seguirlo, para así poder manifestarle su sabiduría, luz, y amor (Efesios 3:8-10).
Quizá entendamos los primeros rudimentos de la salvación que tenemos en Cristo Jesús. Pero, ¿comprendemos cómo se relaciona el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento respecto a esto? Los detalles “escondidos” de esta salvación entretejidos en el antiguo pacto han sido un misterio para muchos. El apóstol Pablo en 1 Corintios 1:18-25 explica que ni los sabios, ni los escribas, ni los disputadores de ese siglo comprendieron. Él afirma que si los principales de ese siglo los hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de gloria (1 Corintios 2:8).
Dios entretejió innumerables detalles acerca de su Hijo Jesús a través del Antiguo Testamento en forma de sombras y figuras. Éstas, de modo “escondido” describen la muerte y resurrección de Jesús, y proporcionan a la iglesia la salvación que él quería efectuar. Hoy, con la mente de Cristo y la revelación del Espíritu Santo, podemos entender estos detalles con mucho más claridad (1 Corintios 2:10).
Ahora, si esto fue el plan original de Dios, ¿por qué esperó cuatro mil años desde Adán hasta Cristo? Probablemente nuestra mente finita no alcance a comprender la mente de Dios en prolongar ese tiempo de espera. A la vez, a través de ese laberinto de acontecimientos y diferentes reyes en medio de un pueblo terco y rebelde, obviamente Dios tenía un plan divino en preparar a la humanidad para el Salvador Jesús. Quizá no comprendamos la mente de Dios, pero fíjese en estas palabras: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo” (Gálatas 4:4).
Dios hizo su pacto inicial con Abraham y con su simiente unos dos mil años antes de la venida de Jesús. “No dice: Y las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo” (Gálatas 3:16). Unos 430 años después, Dios introduce la ley (Gálatas 3:17). Pero, si la ley de Moisés no era el cumplimiento del pacto que Dios hizo con Abraham, ¿por qué se introdujo? El apóstol Pablo contesta esta pregunta con decir: “Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa” (Gálatas 3:19). Es decir, la ley fue añadida por causa del pecado, pero no para quitar el pecado, pues “la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados” (Hebreos 10:4).
Jesús enseñó por medio de parábolas para que se cumpliese lo dicho por el profeta cuando dijo: “Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo” (Mateo 13:35). El misterio de Cristo fue escondido hasta que él vino al mundo y lo reveló. Hoy nos queda el reto, y a la vez gozamos de la bendición de ver a Cristo en el Nuevo Testamento. Es una bendición descubrir señales de la provisión de Dios, para nuestra redención a través del Antiguo Testamento. Dios tenía enfocado todo el plan desde antes de la fundación del mundo y lo reveló de la manera que él quiso. “Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4). Jesús dijo a los judíos que deben escudriñar las Escrituras porque “ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).
En conclusión, el “misterio de Cristo” revela el propósito eterno que Dios ha tenido a través de toda la historia humana. Es un pueblo que es “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9). Cuando se cumplió la venida del Cordero divino, el pacto del Antiguo Testamento fue reemplazado por el nuevo pacto, la ley de Cristo. El Antiguo Testamento y la ley de Moisés sirvieron de ayo para nosotros, llevándonos a Cristo (Gálatas 3:24). El Antiguo Testamento nos muestra cómo es Dios, el problema del hombre, y el deseo que Dios tiene para la humanidad. El Nuevo Testamento nos enseña el Evangelio y cómo debemos vivir. Así que, no debemos enredarnos con cuestiones y discusiones acerca de la ley de Moisés y otras prácticas del Antiguo Testamento. Concentrémonos en conocer a Jesús, examinar su vida, y seguir sus enseñanzas para nuestra vida hoy.
- Autor desconocido
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(Este artículo se encontró en nuestros archivos con el nombre de un hermano muy conocido. Pero al pedirle permiso de publicarlo, él indicó que no lo había escrito. Así que, pedimos disculpas por no saber quién es el autor de este artículo).