¿Cuál es nuestro deber como seguidores de Jesús hacia las autoridades civiles? ¿Cuál debe ser nuestra actitud para con ellas? ¿Debemos en todo tiempo obedecerlas o existen casos en que necesitamos desobedecerlas? ¿A quién le debemos nuestra mayor lealtad?
La Biblia nos enseña que el gobierno del país en que vivimos es una autoridad establecida por Dios. Es su deber castigar al malo. Si no fuera así, reinaría la anarquía. Imagínese cómo sería vivir en un país sin ley ni orden. En Romanos 13:4, el apóstol Pablo dice que el gobierno es servidor de Dios para nuestro bien. Es responsable de llevar la espada y vengador para castigar al malo.
A la luz de lo anterior, ¿cuál es nuestro deber como seguidores de Jesús hacia las autoridades civiles? ¿Cuál debe ser nuestra actitud para con ellas? ¿Debemos en todo tiempo obedecerlas o existen casos en que necesitamos desobedecerlas? ¿A quién le debemos nuestra mayor lealtad? Estas preguntas exigen la atención cuidadosa de todo cristiano como buen ciudadano. Gracias a Dios, él no nos ha dejado sin dirección al respecto. Veamos lo que la Biblia nos enseña.
Los seguidores de Jesús debemos tener el testimonio de ser ciudadanos ejemplares. No debemos resistir a las autoridades ni oponernos a ellas, sino someternos a ellas como buenos ciudadanos y honrarlas. Debemos hacer el bien (Romanos 13:1-5; 1 Pedro 2:13- 17), y siempre estar dispuestos a servir en toda obra buena (Tito 3:1). Debemos pagar honradamente los impuestos (Romanos 13:6-7). También es nuestro deber orar por nuestros gobernantes para que “vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Timoteo 2:1-2). En todo somos responsables de vivir de tal manera que merezca la alabanza de los gobernantes (Romanos 13:3)
Hoy en día se oyen en casi cualquier lugar muchas críticas en contra el gobierno. Se dice que debemos exigir nuestros derechos. Se organizan marchas y manifestaciones, y se hacen huelgas. Se usa cualquier táctica para ponerles presión a los gobiernos y a obligarlos a ceder ante los deseos del pueblo. No es nuevo aun oír de revueltas y golpes de estado en que se derroca al gobierno.
A veces entre los supuestos cristianos se oye de algunos que se jactan de haberse burlado de la ley. Hay los que creen que se puede salir con las suyas siempre y cuando las autoridades no se den cuenta. Pero el apóstol Pablo nos dice que debemos obedecer por causa de la conciencia delante de Dios, y no por miedo de que nos descubran. Nos manda respetar, honrar, y obedecer al gobierno y sus leyes aun cuando lo creemos ser un gobierno injusto.
El apóstol Pablo escribió los pasajes que vimos antes mientras gobernaba el régimen tiránico y despótico de Nerón, un dictador tan perverso que algunos historiadores concluyen que tenía trastornos mentales. Perseguía ferozmente a los cristianos. Se cuenta que alumbraba la ciudad de Roma encendiendo a los cuerpos de cristianos crucificados a lo largo de las calles. Sin embargo, en ese ambiente tan difícil, Pablo no critica al rey nial gobierno, sino que nos manda respetar y obedecerlos. Y él nos manda seguir su ejemplo.
Aunque vivimos en este mundo y nos sujetamos a las leyes de nuestro país en todo lo que podemos, como cristianos somos primeramente ciudadanos de otra patria. Ésta es celestial, eterna, el cielo, “de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). Ya no somos nuestros. Hemos sido comprados por precio (1 Corintios 6:19-20). Hemos sido libertados de la potestad de las tinieblas, y trasladados al reino de su amado Hijo, Jesús (Colosenses 1:13). Nuestro rey es Jesús, el Rey de reyes, y Señor de señores (1 Timoteo 6:14-16). Nuestra primera lealtad es a él (Filipenses 2:9-11; 1 Timoteo 1:17). Estamos comprometidos a la causa del reino de Dios y a la obediencia a él en todo lo que pide de nosotros. Su Palabra (la Biblia) es la regla de nuestra vida (Juan 12:48).
Esta verdad se recalca con el testimonio bíblico de que, como cristianos, somos extranjeros y peregrinos en este mundo (1 Pedro 2:11; Hebreos 11:13; 1 Pedro 1:17). El residente extranjero en un país tiene todas las obligaciones que vimos antes hacia el gobierno del país en que vive. Sin embargo, su identificación y lealtad patria quedan con el país de su ciudadanía. Así también es el cristiano como ciudadano del reino de Dios y residente extranjero en este mundo.
Entre los que creen poseer el derecho de exigir sus derechos hay algunos grupos cristianos que se han organizado para poner presión sobre el gobierno para ceder a sus deseos. Creen que es su deber ejercer ese derecho para ser la luz del mundo como Jesús enseñó, involucramiento en los asuntos civiles, sino dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbra vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16). En lugar de usar presión política, debemos ser luz por medio de vivir una vida santa y piadosa y así glorificar al Padre. Jesús nos enseñó que somos de otro reino (Juan 18:36).
Los cristianos, mientras esperamos ser trasladados a nuestra patria celestial, vivimos de forma temporal como buenos ciudadanos en este mundo. Esta verdad a veces trae consigo conflictos. Hay ocasiones cuando la ley de nuestro país pide o manda algo que viola las leyes de Dios. En tales casos nos llega la pregunta: ¿Qué debemos hacer? ¿A quién obedecemos?
Jesús nos dice: “Ninguno puede servir a dos señores” (Mateo 6:24). Tenemos que escoger con quién está nuestra lealtad. El cristiano ha hecho un pacto de lealtad a Jesús. Hay veces en que este compromiso con Jesús nos lleva a conflictos con el gobierno civil de nuestro país. Los apóstoles de Jesús tuvieron ese problema en Hechos 4 y 5. Después de que Jesús había ascendido al cielo, los apóstoles, llenos del Espíritu Santo, siguieron predicando el evangelio. En una ocasión los magistrados llevaron a Pedro y Juan ante el concilio. Allí se les prohibió enseñar más en el nombre de Jesús. Sin titubear, ellos respondieron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19-20). Cuando el concilio los soltó, volvieron a los otros discípulos y juntos llevaron el caso a Dios en oración. Dios les confirmó su aprobación y ellos entonces desobedecieron al concilio y continuaron predicando. De nuevo fueron arrestados y llevados ante el concilio. Al llamarlos a cuentas por su desobediencia, ellos respondieron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Durante toda la historia muchos de los seguidores fieles de Dios se han visto obligados a desobedecer las leyes civiles para mantenerse fieles a Dios. Cuando Nabucodonosor mandó a todo el pueblo a adorar a la estatua que él había levantado, los tres amigos de Daniel respondieron: “No es necesario que te respondamos sobre este asunto. He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado” (Daniel 3:16-18).
La historia nos dice que todos los apóstoles de Jesús sufrieron severas persecuciones y el martirio antes de ceder a la presión y las leyes que les prohibían predicar el evangelio. Pablo expresa este compromiso en Hechos 21:13: “Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús”.
Desde los tiempos de Jesús hasta el día de hoy, miles de cristianos han escogido el martirio antes que violar las leyes de Dios. En muchos países del mundo, hasta el día de hoy es prohibido ser cristiano o predicar el evangelio. En muchos lugares las leyes exigen hacer lo que el cristiano no puede hacer por razones de su conciencia delante de Dios.
La Biblia nos dice que servir a Dios traerá persecución (2 Timoteo 3:12). “Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán, y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre” (Mateo 24:9). “… pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello” (1 Pedro 4:16). Desde el principio, el sufrimiento por la causa de Cristo ha sido parte de ser cristiano.
Hoy en día, en el mundo occidental, la gran mayoría de los países gozan de la libertad de culto. Para muchos creyentes la idea de verse obligado a desobedecer a una ley de su país a causa de la fe es casi inconcebible. Pero no siempre ha sido así, y no es así en todo lugar. En especial, este conflicto viene para los que se adhieren a toda la doctrina de Cristo como la regla para su vida.
Aunque en general se ha gozado de libertad de culto, siempre el creyente se ha enfrentado con decisiones difíciles a través de los años. Por ejemplo, algunos gobiernos han exigido el reclutamiento al servicio militar en casos de conflictos armados. Pero Jesús dijo que sus siervos no pelearían porque su reino no es de este mundo (Juan 18:36). Hay casos en que los cristianos sufren mucha presión por no acudir a las urnas electorales y participar en los partidos políticos. Y hay los que tienen que desobedecer al gobierno que los prohíbe congregarse en el nombre de Jesús como manda la Biblia.
Hoy en día el creyente enfrenta un mundo que más y más milita contra los valores cristianos. Vivimos en tiempos de muchos cambios. Se está tratando de refundar las normas de la moralidad en nuestra sociedad. Los gobiernos cada vez más quieren tener el derecho de darles a nuestros hijos la formación intelectual y moral. Existen leyes basadas en los derechos humanos que prohíben disciplinar a los hijos en conformidad con la Palabra de Dios. Otro caso que está en la primera plana de la sociedad moderna es el matrimonio de personas del mismo sexo. ¿Qué van a hacer los pastores cristianos si se les pide realizar una ceremonia de casamiento a una pareja del mismo sexo cuando la ley prohíbe la discriminación?
¿A quién vamos a obedecer cuando el gobierno entra en conflicto con la Palabra de Dios y el espíritu de Cristo? Es probable que en el futuro experimentaremos amenazas de dimensiones que no conocemos ahora. ¿Estaremos dispuestos a escoger la desobediencia civil antes de desobedecer a Dios? ¿Estamos preparados para hacerlo? Porque hoy todavía es necesario “obedecer a Dios antes que a los hombres”.
La decisión de no obedecer al gobierno cuando pide violar a la ley de Dios, no debe tomarse livianamente. Al considerar la opción de la desobediencia civil, hay varias cosas que hay que tomaren cuenta: