Dios es el gran origen de todo lo que existe. Es el ser divino que creó todo lo visible como lo invisible. La verdad de Dios, quién es él, y cómo es él, revela la realidad más importante en que podemos meditar. Sin embargo, al hablar de Dios, no hallamos palabras que expresen adecuadamente cómo es él. Por una parte, hasta un niño puede pronunciar la palabra “Dios”. Y aun en su inocencia puede entender que se refiere a un ser grande y poderoso. A la vez, el erudito más preparado en teología no halla palabras adecuadas para describir a Dios y sus atributos. Uno de esos atributos es su eternidad.

¿Qué es la eternidad? ¿Cómo se explica? ¿Habrá alguna comparación en términos de capacidad, o días, o años que refleje la noción de lo que es la eternidad? ¿Desde cuándo ha existido Dios y hasta cuándo existirá? ¿Habrá algún límite en toda la esfera de la eternidad de lo que Dios puede hacer o lo que sabe? Además, ¿quiénes somos nosotros, los seres humanos, en vista de la eternidad de Dios? ¿Qué nos enseña este atributo de Dios?

Debemos entender que Dios no se puede comparar con el ser humano. No envejece. No está sujeto a enfermedades, dolencias, o la posibilidad de morir. Vive y se sostiene por sí mismo. No es viejo ni joven. Además, es consciente de todo el pasado y todo lo que ha de venir. Es eterno. Y esa verdad es incomprensible. La Biblia nos da a entender que Dios es inefable, es decir, no se puede explicar ni definir. Dice el salmista: “Grande es Jehová, y digno de suprema alabanza; y su grandeza es inescrutable” (Salmo 145:3). En el libro de Isaías hallamos estas palabras: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:9).

En la Biblia abundan las meditaciones y doxologías que aluden a este gran atributo de Dios. Una de estas meditaciones es la de Moisés en el Salmo 90. Analicemos lo que dice este siervo de Dios y cómo contesta él las preguntas anteriores.

Moisés ve al Dios eterno como un refugio de generación en generación. Probablemente escribió este salmo hacia el fin de su vida. Ya habría visto pasar unas tres generaciones. Había pasado los primeros 40 años de su vida en el palacio del rey de Egipto.

La segunda etapa de su vida la pasó en el desierto, pastoreando las ovejas de Jetro, su suegro. Los últimos 40 años se ocupó en guiar al pueblo de Israel a través del desierto con destino a Canaán.

Muchas y variadas habían sido las experiencias de Moisés. Y ahora, al mirar atrás, él ve la poderosa y eterna mano de Dios moviéndose de una generación a otra, cuidando y ordenando los acontecimientos con gran sabiduría para cumplir la promesa que había hecho a Abraham.

“Abraham…” Ahora sus pensamientos se remontan más de 500 años atrás, cuando Dios llamó al patriarca Abraham por primera vez. Dios había estado con Abraham y sus descendientes durante todo ese tiempo de muchas generaciones. Dios nunca se había envejecido ni su brazo se había debilitado. Otro salmista testificó de lo mismo cuando dijo “[Dios] no consintió que nadie los agraviase, y por causa de ellos castigó a los reyes. No toquéis, dijo, a mis ungidos, ni hagáis mal a mis profetas” (Salmo 105:14-15).

Ahora Moisés, al meditar en esto, puede ver claramente que el poder del Dios de sus padres es sin límite. Sus misericordias son nuevas cada mañana; su sabiduría no tiene igual. “Ciertamente Dios nos ha sido refugio perpetuo durante todas estas generaciones”, musitó Moisés.

En seguida, este siervo de Dios toma su pluma y, con gran emoción, escribe las primeras palabras de su salmo: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación”.

Moisés compara al Dios Eterno con el hecho histórico más remoto en las narraciones de los historiadores.

Moisés era historiador. Él había reunido muchos datos que sus padres habían traspasado de una generación a otra. Compiló los hechos importantes de los primeros 2500 años desde la creación del mundo. Moisés había recopilado esta información a manera de diez grandes historias, o “generaciones” como él las llamó en Génesis, su primer libro (Génesis 5:1).

Moisés también era profeta. Dios hablaba cara a cara con él. Y en esta capacidad, Moisés podía confirmer por inspiración del Espíritu Santo que estos datos eran verídicos y confiables.

Ahora este historiador y Profeta se detiene y medita. La antigua historia de la creación del universo y de Adán, después Noé, Abraham, Isaac, y Jacob, todos estos figuraban en la historia como testimonio de que Dios era Dios desde el principio. La voz que Moisés mismo había oído decir: “YO SOY EL QUE SOY” era la misma voz que había hablado en el principio cuando dijo: “Sea la luz”. ¿Cuál otro dios podría igualar en capacidad de tiempo, poder, y sabiduría al que era desde el principio?

Otro salmista tomaría su pluma para escribir: “Desde el principio tu fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, más tú permanecerás… Pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán” (Salmo 102: 25-27).

Ahora Moisés, en profunda meditación, añade a su salmo y escribe: “Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo… tú eres Dios”.

Moisés compara la eternidad de Dios con los siglos que se pierden de vista en la niebla de lo desconocido.

No era tan difícil comprender que Dios fuera desde el principio. Los hechos históricos lo comprobaban. Pero, en lo profundo de su ser, Moisés sabe que Dios es aun mucho más que esto. Dios no sólo era desde el principio; él es sin principio. Y él no tiene fin. Este pensamiento era para Moisés mucho más profundo de lo que alcanzaba comprender; lo que puede comprender la mente humana.

El hombre mide su existencia en días y años. Mide la historia en siglos y milenios. Sin embargo, ¿cómo se mide la existencia de Dios? No existe ninguna medida humana que se aplique a su eternidad.

Se ha dicho que si un ave se limpiara el pico en la superficie de una gran roca una vez cada mil años, la eternidad apenas habría empezadocuando la roca llegara a desgastarse.

El salmista alude a la eterna sabiduría de Dios diciendo que Dios conoce el número de las estrellas y a todas llama por sus nombres (Salmo 147:4). Pero aun el número “miles de millones” es una cifra insignificante en comparación con la cantidad de estrellas que en realidad existe. Y, ¿saber el nombre de cada una? ¡Incomprensible! (Inefable).

El diccionario dice que “eternidad” significa “perpetuidad que no tiene principio ni fin”. Los israelitas en la época de Moisés llamaban “olam” a la eternidad, término que daba la idea de “siglos que desaparecen de vista en la niebla de lo desconocido”.

Un salmista escribió así: “Bendito Jehová Dios de Israel, desde la eternidad [olam] y hasta la eternidad [olam] (Salmo 106:48). Eliú, amigo de Job lo trata de explicar de esta forma: “Ni se puede seguir la huella de sus años” (Job 36:26).

El apóstol Pablo añade a este misterio del Dios eterno cuando prorrumpe con esta doxología: “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal… sea honor y gloria por los siglos de los siglos” (1 Timoteo 1:17).

Moisés mismo había registrado en el libro de Génesis la ocasión en que por primera vez se invocó a Dios como “Jehová Dios eterno [olam]” (Génesis 21:33). De allí, los hombres de Dios muchas veces aluden al Dios “olam” cuya existencia desaparece de vista en la niebla de lo desconocido.

Como ya vimos, se han hecho muchos intentos por expresar la eternidad de Dios y describirla. Sin embargo, estos intentos sólo confirman el hecho de que la mente humana no puede extenderse más allá que la noción de tiempo que conocemos. Es decir, no es posible usar analogías humanas para describir a Dios. No existen palabras humanas que puedan definirlo.

Ahora Moisés, al meditar en este atributo tan incomprensible de Dios, de nuevo toma su pluma y le da la más profunda expresión que la mente del hombre jamás haya podido emitir sobre la existencia de Dios: “Desde el siglo [olam] y hasta el siglo [olam], tú eres Dios”. Moisés pone en perspectiva la vida del hombre frente al Dios eterno.

Luego, Moisés en sus meditaciones enfoca al hombre. ¿Quiénes somos nosotros en comparación con el Dios eterno? Provenimos del polvo de la tierra y a la tierra volveremos. Este siervo de Dios ya se acercaba a los 120 años de edad, pero en realidad, el promedio de la vida del hombre era de unos 70 años, y unos 80 años para los más robustos. Y aunque el hombre viviera mil años, pensó él, delante de los ojos de Dios serían como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche, o como un sueño pasajero. Luego pasa a comparar la vida del hombre con la hierba que en la mañana florece y crece, y por la tarde se corta y se seca.

Moisés ve claramente que la incomprensible eternidad de Dios pone en perspectiva la brevedad de nuestra vida física. Y dicha realidad impacta profundamente a este siervo de Dios. Él mismo había relatado en el libro de Génesis la historia de la desobediencia de Adán. Las consecuencias de este pecado resultaron severas. La tierra fue maldita por su causa. Con dolor tuvo que comer de ella todos los días de su vida. Y al fin, su cuerpo físico volvió al polvo del cual fue tomado (Génesis 3:17-19).

Pensando en esto, Moisés vuelve a tomar su pluma, y escribe: “Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, (La versión actualizada dice: ‘Haces que el hombre vuelva al polvo.’), y dices: Convertíos, hijos de los hombres… porque con tu furor somos consumidos, y con tu ira somos turbados”. Moisés eleva su plegaria al Dios eterno a favor del hombre.

Luego concluye su salmo con otra plegaria. En vista de la eternidad de Dios y la brevedad de la vida del hombre, empieza su plegaria al Dios eterno con estas palabras: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”.

¿Cómo? ¿Moisés, historiador y profeta, jefe de estado del pueblo de Israel, y veterano de casi 120 años, rogando que se le enseñase algo? Sí, al contemplar detenidamente la verdad del Dios eterno, este siervo de Dios reconoce cuán pequeño es el hombre y cuán necesitado es de las misericordias de Dios. Él comprende las graves consecuencias de la rebeldía del hombre contra Dios. Él ve cuán faltos somos en saber conducirnos en nuestra breve peregrinación por este mundo. Entiende que el objetivo principal del ser humano no debe ser el de asegurar su futuro en esta vida, sino el de prepararse para morir. Reconoce también que por más que aprendamos en esta vida, nada sabemos como debemos saberlo hasta que, postrados delante del Dios eterno, hayamos clamado: “¡Enséñame!”

Al contemplar la eternidad de Dios, ¿qué nos toca a nosotros? No queda más que prepararnos para la eternidad. Nuestro cuerpo físico no es eterno. Estamos sujetos a enfermedades, dolores, y muerte. Sin embargo, Dios puso en nosotros un alma inmortal cuando nos creó. El alma nuestra existirá para siempre. Fuimos creados a imagen de Dios, y parte de esa realidad es el hecho de que nunca dejaremos de ser. Cuando muera este cuerpo mortal, nuestro espíritu volverá a Dios. Un día Dios resucitará a este cuerpo mortal y entraremos a la eternidad futura. En esa eternidad futura, hay solamente dos destinos para el ser humano. Cuando Cristo venga, será juzgado “según lo que [cada uno] haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10). Jesús dice en Mateo 25:46 que en el juicio “irán éstos [los del lado izquierdo] al castigo eterno, y los justos [los del lado derecho] a la vida eterna”.

Alabado sea Dios por su gran amor y misericordia. Él ha hecho provisión para que el ser humano pueda reconciliarse con su eterno Creador, y así vivir eternamente con él. De lo contrario, nos espera el castigo eterno de Dios, una separación eterna que nunca terminará.

Detalles
Idioma
Español
Autor
Duane Eby
Editorial
Publicadora La Merced
Temas

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