Estemos dispuestos a morir

En las Américas, se está exigiendo que nos amoldemos a las perversiones de la cultura. Y los que no doblan la rodilla ante las presiones, sufrirán cada vez más el menosprecio y quizá aun prisiones. ¿Estamos dispuestos a identificarnos con Cristo y sufrir las consecuencias? ¿hasta la de la muerte?

—Si no dejas de predicar ese mensaje de Jesús y la cruz, a ti también te voy a crucificar.

El que hablaba era Aegeas, gobernador de cierta región en Grecia. Se dirigía al apóstol Andrés, que había estado predicando el Evangelio de Jesús en esas regiones.

—Señor gobernador —respondió el apóstol—, yo no predicaría de la gloria de la cruz si no estuviera dispuesto a morir en ella.

En seguida, llevaron a Andrés y lo amarraron a las vigas toscas de una cruz. Allí quedó colgado el apóstol por tres días. Sin embargo, Andrés no dejó de predicarle el Evangelio a la gente hasta que, por fin, su Creador y el Tesoro de su corazón lo llevó a estar con él.

Hoy día, la iglesia de Cristo en las Américas vive en un ambiente en que nos cuesta identificarnos con los sufrimientos del apóstol Andrés. Al contrario, hacemos todo lo posible para no sufrir. Esta mentalidad ha influenciado a la iglesia de tal forma que preferimos ceder a nuestra cultura malvada antes que sufrir por resistir y reprender la maldad. Estamos dispuestos a creer que las palabras de Jesús referentes al sufrimiento se aplican a otra época, o al menos a otras regiones del mundo.

Damos por sentado que la persecución predicha por Jesús para sus seguidores se limitó a la época de la iglesia primitiva, y probablemente a la Edad Media. Elogiamos a los cristianos de Europa del siglo 16, la época de la Reforma, que también entendieron el alto costo de seguir a Jesús. Sabemos también que aun hoy día, en algunas partes del mundo, los cristianos sufren persecución por su fe en Jesucristo. Pero en América, la mayoría de los cristianos tiende a creer que el sufrimiento es una teoría de la vida cristiana y no una experiencia de la vida real.

¿Qué dijo Jesús en cuanto al sufrimiento de sus discípulos? En Juan 15:18 y 20 dice: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán.”

¿Qué quiso decir Jesús con estas palabras? Y ¿cuál es nuestra interpretación de estas palabras? ¿Decimos: “Gracias, Señor, porque la persecución es cosa del pasado, porque hoy no es más que algo teórico”? Pero notemos qué dijo Jesús. Él no dijo que es posible que enfrenten persecución, o que algunos sufrirán persecución, o que los creyentes carnales sufrirán persecución. Jesús dio a entender claramente que el que lo sigue a él, sufrirá persecución. ¿Por qué, pues, hoy no sufrimos más persecución? ¿Será porque no seguimos a Jesús debidamente o con suficiente determinación? ¿Por qué no se ve hoy la persecución que se vio en el primer siglo, o durante la Reforma? ¿Qué espera Dios de nosotros hoy?

Quiero ser sincero; creo que muy a menudo he negado esta verdad, creyendo que esta regla no se aplica a mí. Me ha sido difícil creer que hoy debo estar dispuesto a sufrir por Cristo. ¿Será que esa actitud me ha perjudicado en mi relación con Jesús? ¿Resisto la idea de sufrir físicamente por mi Señor? La verdad es que, si no estoy dispuesto a morir físicamente por Cristo, tampoco estoy muy bien preparado para vivir por él.

Jesús no hablaba en metáforas cuando nos dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lucas 9:23-24).

Una metáfora es el uso de palabras con un sentido distinto del natural con el fin de expresar y destacar una idea por medio de una comparación. Es una forma de ver algo simbólicamente en lugar de tomarlo de forma literal. ¿Será que éste fue el objetivo de Jesús cuando habló de sufrir persecución o cuando nos dijo que debemos estar dispuestos a perder la vida? ¿Era Jesús un rey simbólico únicamente? ¿Será que la muerte de él fue algo metafórico? ¡No, rotundamente NO!

Pero ¿de verdad hablaba Jesús de estar dispuestos a sufrir físicamente? Algunos dirán que no, que eso sería demasiado radical. Dicen que hablar de sufrimiento sería como tener un complejo de mártir, y tratar de aparentar un nivel espiritual extraordinario.

Pensemos en el caso de Sadrac, Mesac, y Abednego cuando el rey exigió que todos se postraran delante del gran ídolo que él había levantado. Cuando estos tres israelitas enfrentaron la decisión, su negación no fue sencillamente un asunto metafórico. ¿No hubieran podido ellos razonar que, para no causar alborotos ni problemas innecesarios, podían postrarse en cuerpo, pero en el corazón permanecer de pie como acto de lealtad a Dios? Sin embargo, su fe era mucho más que una mera metáfora. Cuando permanecieron de pie, sobresalieron claramente en medio de la multitud que se había postrado en tierra. Estos tres varones estaban dispuestos a identificarse con la verdad y reprender así las obras de maldad.

Cuando Jesús dijo: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32), no estaba hablando únicamente de repartir tratados bíblicos en la calle o predicar y cantar en el parque central. Ser levantado significaba la muerte. Él se refería a la cruz, ese cruel instrumento de muerte. Se refería a entregar su cuerpo físico a la muerte. No estaba hablando de forma metafórica. Y fue de esa manera que Jesús reprendió las obras de maldad y se convirtió en piedra de tropiezo para los que no creyeron. Él estaba dispuesto a dar su vida; morir por la causa de la salvación. Jesús lo deja muy claro: la manera de vencer al mundo en nuestra generación no es por medio de hacer concesiones con la cultura pecaminosa de hoy día. El mundo no se convence de la verdad por medio de métodos modernos de evangelismo. El mundo se convence cuando ve que los creyentes están dispuestos a dar su vida por la verdad del evangelio. Nuestro mensaje y el testimonio de nuestra vida debe ser tal que reprenda las obras de maldad e incomode a esta generación. Jesús no da lugar para diluir el Evangelio ni para transigir con esta generación con el fin de evadir el sufrimiento. La palabra “testigo” significa “mártir”, y ser un mártir de Jesucristo significa estar dispuesto a sufrir persecución, malentendidos, maltratos, y hasta la muerte por causa de la verdad.

En octubre del año 2014, un niño resbaló y cayó en el foso de un tigre en un zoológico de la India. El tigre, por la curiosidad de ver al niño en su territorio, empezó a juguetear con él como un gato juega con un ratón. Los presentes gritaron, le arrojaron piedras al tigre, y tomaron videos; pero nadie se atrevió a meterse en el foso y rescatar al niño. Después de unos 15 minutos de tan horroroso escenario, la fiera mató al niño y lo devoró. Si ese niño hubiera sido el hijo tuyo, ¿habrías perdido tiempo tomando videos mientras el tigre jugaba con él? ¿Te habrías limitado a gritar y llorar por 15 minutos? O ¿habrías arriesgado tu vida entrando en el foso para rescatar a tu hijo? ¿Habría sido tu amor por tu hijo un acto de vida o muerte, o habría sido una simple intervención metafórica por medio de gritos y filmaciones?

Parece que Adán quiso evadir su responsabilidad cuando su esposa fue tentada a desobedecer a Dios. Frente a una situación con tan graves consecuencias para él, su esposa, y sus descendientes, Adán tomó una actitud pasiva e indiferente. No se “interpuso” cuando la serpiente le habló a Eva. Y mientras avanzaba el proceso de rebelión entre la serpiente y Eva, Adán callaba. ¿No se parece Adán a muchos cristianos de hoy día?

Un rasgo clave de los primeros cristianos frente a la persecución fue que no creían que esta vida fuera lo más importante. Más bien, no esperaban sobrevivir. Para ellos, las palabras de Jesús cuando dijo: “Yo os envío como corderos en medio de lobos”, era un asunto de la vida real. Una oveja entre lobos significa prácticamente una muerte segura. Los lobos de maldad son feroces y su intención es matar y destruir.

Notamos que en el juicio de nuestro Señor Jesús, la injusticia llegó a un colmo. El sistema judicial lo halló inocente. Sin embargo, fue azotado, le fue puesta una corona de espinas en la cabeza, y fue golpeado. Su juicio fue una muestra descarada de un proceso totalmente injusto. De la misma manera, no podemos esperar que el creyente fiel reciba un trato justo en un sistema que más bien lo persigue. No podemos esperar un trato justo cuando nos identificamos verdaderamente con Cristo en medio de esta generación impía.

Alrededor del año 400 d.C., un monje católico llamado Telémaco iba caminando en frente de un estadio romano donde peleaban los gladiadores. Cuando percató lo que estaba sucediendo, saltó a la arena del estadio para intentar detener la lucha salvaje entre los gladiadores.

“¡En el nombre de Jesús, dejen de pelear!” gritó. Pero a nadie le importaban sus palabras. Los espectadores querían más sangre. Pero, Telémaco no se dio por vencido. De nuevo gritó: “¡En el nombre de Jesús, dejen de pelear!”

Los gladiadores, atónitos de ver el espectáculo que causaba el monje, dejaron de luchar para saber qué era lo que éste decía. Sin embargo, la multitud encolerizada apedreó al monje hasta matarlo.

De repente, los espectadores se callaron. La escena del religioso asesinado los golpeó a todos. Poco a poco la gente empezó a abandonar el estadio. Al rato, los gladiadores salieron y luego el emperador también salió. Solamente quedó el cuerpo de Telémaco que yacía en el suelo del estadio. Dentro de la misma hora, el emperador emitió un edicto en que abolió los combates de gladiadores, algo que no había logrado prohibir antes.

Decimos: “Qué valor el de este hombre para meterse en medio de los gladiadores, entrenados para matar”. Pero, nosotros también tenemos que estar dispuestos a saltar a la arena y alzar la voz contra el pecado para denunciarlo tal y como es. El divorcio, el aborto, las contiendas en las iglesias, el adulterio, la pornografía, entre muchas otras perversiones están causando estragos en nuestra sociedad y también en la iglesia.

En ninguna parte de su vida vemos a Jesús cruzado de brazos, observando el desenfreno de la maldad. Él habló firme y claramente, y como consecuencia fue perseguido. Y él dice que sus discípulos deben hacer lo mismo. No lo hacemos con armas carnales. Nos interponemos con armas espirituales que son poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas (2 Corintios 10:4). Debemos estar dispuestos a mantener una postura firme sobre los principios que Dios estableció en su Palabra y no ceder ante las fuerzas modernas que tratan de torcer las leyes de Dios para llamar a lo malo bueno (Isaías 5:20).

Lamentablemente, para muchos es muy fácil despotricar por medio de las redes sociales contra algunos de los males de hoy. Lo pueden hacer desde la seguridad de su casa sin tener que encarar las represalias. Pero pocos quieren ensuciarse con los problemas del vecino, en un esfuerzo de serle una ayuda. Nadie quiere amonestar al amigo que le ha sido infiel a la esposa. Pocos están dispuestos a meterse en el estadio y exponerse al menosprecio y los peligros que conlleva el ser un testigo fiel de Jesús.

El varón cristiano que no se involucra en los chistes y las vulgaridades de los compañeros de trabajo, es un estorbo para los malvados. Sin embargo, cuando les habla de la santidad de Dios, se convierte en un estorbo aun más grande. La mujer cristiana que se viste honestamente reprende de forma gráfica la maldad a su alrededor. Su testimonio de modestia hace resaltar lo malo de la inmodestia y pone de relieve lo que es una vida santa. Ella es llamada a demostrar la belleza de la santidad de Dios a un mundo decaído e inmoral que sigue las directrices de Hollywood y la perversa cultura general.

Los ejemplos anteriores son algunas maneras en que debemos reprender la maldad. Sin embargo, ¿qué tal Dios nos llama a algo aun más drástico? Si estuviéramos más dispuestos a enfrentar la maldad de este mundo, ¿quién sabe cuántos terminaríamos en la cárcel? Esto no sería improbable en esta época en que la sociedad ejerce tanta presión a favor de la perversión. En las Américas, cada vez más se está exigiendo que nos amoldemos a las perversiones de la cultura. Y los que permanecen de pie y no doblan la rodilla ante las presiones, sufrirán cada vez más el menosprecio y quizá aun prisiones. ¿Estamos dispuestos a identificarnos con Cristo y sufrir las consecuencias?

Jesús vino a este mundo para morir y así ofrecernos vida. Nos pide a nosotros que muramos también para que otros puedan vivir. Este ciclo es el plan que Dios tiene para el cristiano. Jesús dice: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Juan 15:11). Pero nos cuesta mucho cumplir con el versículo 13 que dice: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos”.

Jesús también dice en Juan 16:2 que llegará el momento en que los que maten a los creyentes, creerán que le hacen un favor a Dios. Ésta es una realidad en algunas partes del mundo hoy. No es metafórico; es un compromiso con las filas del reino de Cristo. Es una resolución de estar dispuestos a estorbar la maldad. Y aunque relativamente pocos han sufrido esto en el mundo occidental, la sociedad se está volviendo cada vez más hostil al cristianismo.

No debemos extrañarnos de las asechanzas que vienen a probar nuestra fe como si fueran algo anormal. La muerte es sorbida en victoria (1 Corintios 15:54). La muerte perdió la batalla. La muerte es nada más el medio que nos lleva de este mundo perdido y decadente a las bellezas y glorias del cielo. No tenemos que temer la muerte. Debemos regocijarnos cuando somos llamados a compartir con Cristo en sus sufrimientos. Y un día, cuando aparezca Cristo en toda su gloria, recibiremos la plenitud de gozo incomparable.

En el cielo gozaremos de la comunión con los redimidos y participaremos del banquete de la Nueva Jerusalén. Estaremos así en compañía del Novio, perfecto y santo en toda su gloria. Él nos revelará los misterios que no hayamos entendido. La frase “No te desampararé, ni te dejaré” de Hebreos 13:5 cobrará un nuevo sentido. La satisfacción perfecta nunca terminará. La belleza será eterna e irá en aumento. El deseo será cumplido en su plenitud para siempre.

Bien sabemos que vamos a adorar a Dios en el cielo, sin embargo, esa realidad va mucho más allá de lo que alcanzamos a imaginar. Si fuera posible lograr tan siquiera un pequeño vistazo de las bellezas de nuestro hogar con Jesús en el cielo, y si pudiéramos entender tan sólo un poco de sus planes para nosotros en el cielo, nos bastaría para anhelar la muerte. No sería difícil permanecer fielmente frente a la persecución por causa de nuestra lucha contra la maldad.

Mark Batterson dice: “Es hora de dejar de vivir como si el propósito de la vida fuera llegar con calma y seguridad a la muerte. Es hora de ponerlo todo en el que lo es todo y prepararnos para la muerte”.2

El llamado de Dios para su iglesia es permanecer de pie cuando todos los demás doblan la rodilla. Nos pide interponernos cuando vemos que Satanás sugiere ideas de rebeldía al hermano. Nos pide meternos en el foso, y saltar a la arena; no con armas carnales, sino con armas espirituales, en defensa de la verdad del Evangelio de Cristo. Adelante, hermanos.

* * * * *

  1. Van Braght, Thieleman J., The Martyr’s Mirror, Herald Press, 1938.
  2. Baerson, Mark. Going All In: One Decision Can Change Everything, Zondervan, 2013
Detalles

Volver a la lista