Al estudiar lo que Jesús enseñó sobre las relaciones en el matrimonio, vemos que la ley de Cristo exige un corazón puro, un corazón fiel y único. La ley de Cristo nos revela que el matrimonio une a la pareja en una sola carne, y que esta unión queda firme mientras ambos vivan.
En el Sermón del monte vemos la ley nueva que Jesús estableció. Es una ley que cumple el propósito de Dios de una manera en que la ley del Antiguo Testamento no pudo hacer. Jesús trata con el espíritu de la ley, con la condición del corazón del ser humano, y no solamente con lo físico. Al hacer esto, vemos que Jesús en algunos casos cambia la ley de Moisés por una ley mucho más superior. En otros casos, él agrega valores espirituales que el Antiguo Testamento no exigía.
A continuación queremos considerar lo que Jesús dice en Mateo 5:27-32 en cuanto al adulterio y el divorcio. Él nos hace ver claramente que el adulterio es un pecado que trae consecuencias muy perjudiciales. Dios estableció la santidad del matrimonio y no debemos violarla. Sin embargo, en la comunidad religiosa de hoy, parece que lo sagrado de la institución del matrimonio se ha perdido. Se ha distorsionado el concepto de lo que en realidad constituye el adulterio.
En el Antiguo Testamento, Dios dio el mandamiento de no cometer adulterio (Éxodo 20:14). Él quiso que los esposos se amaran y tuvieran una buena relación (véase Malaquías 2:14–16). Sin embargo, la ley de Moisés enfocaba principalmente los hechos externos (léase por ejemplo 1 Corintios 10:1-10). En los Diez Mandamientos se prohibió la codicia también. Es obvio que Dios se preocupaba por los pensamientos y no solamente por los hechos. Sin embargo, no se juzgaba como adulterio el mirar a una mujer para desearla. Aunque el mandamiento prohibía la codicia, no había ningún castigo prescrito para tal delito. El adulterio en el Antiguo Testamento consistía netamente en el acto de acostarse con una mujer que no fuera la esposa. Y el castigo por cometer adulterio era la muerte. La codicia en el corazón no se castigaba. Los resultados tal como el acto carnal del adulterio, el robo, y la idolatría sí se castigaban.
Ahora, en el Sermón del monte, Jesús afirma que el adulterio no consiste solamente en el acto físico. Para Dios, los pensamientos o deseos del corazón son como si ya se hubiera cometido el acto.
Al mirar lo que Jesús dice sobre el adulterio, debemos primero considerar lo que Dios estableció en cuanto a la relación matrimonial.
En Efesios 5:22–33, vemos claramente que el matrimonio representa la relación de Jesús con la iglesia. El apóstol Pablo menciona ambas relaciones en el mismo contexto de modo recíproco.
La relación entre esposos debe reflejar la relación de Dios con su pueblo. El esposo, en su trato con su esposa, debe reflejar a Dios y como él trata con su pueblo. La esposa debe reflejar a la iglesia y como ella se relaciona con Dios.
La relación entre esposos es la más íntima posible entre los seres humanos, pues representa más que sólo una relación social entre dos personas. Es exponerse mutuamente de una manera que exige una máxima transparencia. Es entregarse el uno al otro y acogerse de modo recíproco. Es un vínculo y una relación imposible de disolver mientras ambos vivan.
Dios estableció en el principio que la unión de un hombre y una mujer constituyera una sola carne (Mateo 19:5–6). Ya no son más dos, sino una sola carne, unidos por Dios. Génesis 2:23 expresa esta unión con decir: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne”. La unión sexual es la expresión y consumación física de la pareja en respuesta a esta unión. Esta unión íntima en realidad es un misterio que como seres humanos no lo podemos entender completamente (véase Efesios 5:30-32.).
En 1 Corintios 6:15-20, el apóstol Pablo afirma que la relación de una pareja fuera del matrimonio también constituye una sola carne, pero de forma ilícita. Es un pecado contra su propio cuerpo y contamina el templo del Espíritu Santo.
Al considerar la gravedad del acto ilícito, podemos entender que el adulterio es una traición distinta de cualquier otro pecado. En el matrimonio, el cuerpo de cada uno es propiedad de su cónyuge (1 Corintios 7:4). Y traicionar al cónyuge es rechazarlo y despreciar lo que Dios nos ha entregado para amar y cuidar.
Dado que esta relación es tan íntima que alcanza lo más profundo del ser humano, cualquier desviación de esa relación es infidelidad y es ser desleal a nuestro cónyuge.
El sexo ilícito hoy día es una epidemia. La sexualidad ha sido abaratada al punto que casi ni se reconoce con el valor sagrado que Dios le dio en el principio. Por todos lados hay desnudez y perversión. Parece que la desnudez y el libertinaje sensual han llegado a ser una parte fundamental de la cultura moderna. La pornografía es accesible para todos, y ofrece fantasías y placeres irreales sin ninguna responsabilidad.
Con tanto libertinaje a nuestro alrededor, es importante que seamos conscientes en todo momento de que la lealtad en la relación del matrimonio incluye guardar lo más íntimo del corazón para nuestro cónyuge. Jesús clasifica como pecado y un acto de infidelidad hacia nuestro cónyuge mirar algo para excitar la pasión sexual de forma ilícita. Esto es tan así que es pecado aun volver a mirar por segunda vez a algo ilícito que habíamos visto por casualidad.
Nuestra manera de relacionarnos con personas del sexo opuesto también es importante. Debemos recordar que Dios nos creó de tal manera que en cuanto el roce entre un hombre y una mujer progrese, los sentimientos emocionales también progresan. Si no se hace un alto, pueden culminar en el acto de relaciones sexuales. Aun el contacto físico con la otra persona puede ser causa de un estímulo indebido.
Es sumamente importante reservar las relaciones emocionales sólo para nuestro cónyuge, ya que tal relación interpersonal entre sexos goza de la aprobación de Dios únicamente en este vínculo. La relación íntima entre esposos diseñada por Dios incluye todo el ser y no se reduce a sólo lo físico. Así que, si mirar con codicia constituye adulterio, estimular sentimientos de deseos inapropiados también se debe considerar como tal. De la manera que no debemos compartir nuestro cuerpo con otra persona, tampoco debemos compartir las intimidades del corazón con otros fuera del matrimonio.
En 1 Tesalonicenses 4:6 nos manda no agraviar ni defraudar a nuestro hermano, y lo dice en el contexto de conservar la pureza. Si mi forma de tratar con una persona del sexo opuesto se pasa del límite de total respeto, estoy apropiándome de algo que no es mío, pues no nos pertenecemos el uno al otro. Tomar lo que no es mío es defraudar a mi hermano. Es importante entender esto aun en cosas que consideramos “pequeñas”, que nos parecen insignificantes.
El divorcio es muy común hoy día. Pocas personas se casan con el concepto de que el matrimonio es permanente, sin excepción. Se cree que si las cosas no salen bien, si uno cambia su manera de pensar, si algún día ya no siente las mismas emociones, uno puede divorciarse de su cónyuge y comenzar otra relación.
En el Antiguo Testamento, el divorcio fue permitido. La ley decía que el marido podía dar una carta de divorcio a su mujer si hallaba algo “indecente” en ella. No sabemos qué todo comprendía lo “indecente”, pero parece que no se refería solamente a casos de inmoralidad, pues en tal caso sería castigada con la pena de muerte.
Contrario a lo que permitía la ley de Moisés, Jesús hace un cambio del antiguo pacto al establecer el nuevo. Otra vez, él comienza con “También fue dicho … pero yo os digo”. En este caso, él hace un cambio radical, elevando la ley de Dios a su propósito original.
Jesús, al introducir el nuevo pacto, enseña que el divorcio no es una opción aprobada por Dios. Luego, el apóstol Pablo lo confirma en Romanos 7:2–3: “Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido. Así que, si en vida del marido se uniere a otro varón, será llamada adúltera; pero si su marido muriere, es libre de esa ley, de tal manera que si se uniere a otro marido, no será adúltera.” Hallamos el mismo mensaje en 1 Corintios 7:39, Marcos 10:11–12, y Lucas 16:18. El matrimonio es para toda la vida y casarse con otra persona mientras el primer cónyuge vive es cometer adulterio.
¿Qué hacemos con las palabras de Jesús en Mateo 5:32 y 19:9 donde dice: “Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio” ¿Será que esto deja abierta la puerta para que nos divorciemos de nuestro cónyuge en ciertos casos? Consideremos algunos puntos.
Primero, en el contexto de los otros pasajes del Nuevo Testamento, claramente vemos que las segundas nupcias no son una opción; en todo caso constituyen adulterio. Sólo en un último caso de infidelidad del cónyuge existe la posibilidad de una separación de cuerpo, pero no puede unirse con otro. El compromiso del matrimonio es hasta la muerte de uno de los cónyuges.
Si analizamos el texto griego de las palabras fornicación y adulterio, podemos ver que quizá Jesús también se refería a una costumbre de los judíos de aquella época. Cabe resaltar aquí que Mateo se dirigió específicamente a los judíos cuando escribió su evangelio. La palabra fornicación, en el griego es porneia que significa “cualquier acto de inmoralidad, incluso adulterio o consentir deseos o concupiscencias ilícitas”. La palabra adulterio es moichao, la cual es un término de significado mucho más restringido, y enfoca específicamente las relaciones ilícitas entre personas casadas.
Cuando estas palabras se utilizan juntas o en el mismo contexto como en ese caso, se restringe el significado de porneia para referirse específicamente a relaciones entre personas solteras. Según Mateo 5:32, si el hombre repudia a su mujer a no ser por causa de fornicación, causa que cometa adulterio. Esto me indica que Jesús quiso dejar claro a qué se estaba refiriendo con decir “a no ser por causa de fornicación”.
Para entender esto mejor, pasemos a Mateo 1:18-20. Aquí relata cuál fue la reacción de José al descubrir que María estaba embarazada sin que ellos se hubieran unido en matrimonio.
Los judíos practicaban la costumbre del desposorio, en lo cual la pareja de novios se obligaban al compromiso de unirse en matrimonio. Luego, el novio iba y preparaba una casa para su novia. Ya preparado todo, volvía para llevar a su novia y concluían su compromiso con la celebración de una boda (véase la parábola de las diez vírgenes).
José estaba desposado con María, pero aún no se habían unido en matrimonio. Sin embargo, cuando él descubrió que ella estaba embarazada, decidió “dejarla”. Esta palabra es la misma palabra griega que se traduce repudiar en las citas que mencionamos antes.
El desposorio sólo se podía deshacer por medio del divorcio; así que lo que José estaba pensando hacer fue deshacerse de su obligación para con María, lo cual se llevaba a cabo a través del divorcio. A la luz de esto, hay una posibilidad de que Jesús estuviera diciendo que el divorcio es lícito únicamente si uno de la pareja de desposados tuviera una relación ilícita con otra persona.
Al estudiar lo que Jesús enseñó sobre las relaciones en el matrimonio, vemos que la ley de Cristo exige un corazón puro, un corazón fiel y único. La ley de Cristo nos revela que el matrimonio une a la pareja en una sola carne, y que esta unión queda firme mientras ambos vivan. Claramente, esto es un misterio grande (Efesios 5:32) y exige un compromiso de lealtad.
Dios nos está llamando a una vida en que todos nuestros hechos nazcan de un corazón puro y una mente transformada. Ésta es la ley de Cristo en el Nuevo Testamento.