El cristiano y las elecciones políticas

En este artículo, examinaremos unos principios bíblicos y ejemplos que nos dan una guía clara con respecto al deber del cristiano hacia sus gobernantes.

Introducción de la redacción: ¿Es correcto que el cristiano participe en las votaciones para presidente o para cualquier otro cargo gubernamental? Este asunto ha sido una polémica para algunos grupos cristianos. En realidad, para el que desea adherirse al Evangelio de Jesucristo, este tema abarca un ámbito mucho más amplio que sólo las elecciones políticas. Encierra todos los campos de nuestra vida como extranjeros y peregrinos aquí en la tierra (Hebreos 11:13). La idea de que al cristiano le corresponde participar en los asuntos políticos sobrepasa unos principios fundamentales del Nuevo Testamento. Ha sido causa de que la luz pura y distintiva de la iglesia se vuelva opaca. Además, hace que la iglesia se enrede en líos complicados e incómodos que arruinan su testimonio. La historia repetidas veces nos comprueba lo perjudicial que esto es para la iglesia de Jesucristo. Pensemos en un ejemplo: Hay dos candidatos para la presidencia. El liberal favorece el aborto provocado de embarazos no deseados. El otro candidato refuta esta práctica en sus campañas, pero su vida demuestra inmoralidad, abusos, mentiras, y una degradación moral en general. El cristiano, para votar, tendría que escoger una de estas dos opciones que serían igual de malas. Quizá razone que es mejor optar por el que defiende la vida de los inocentes, que apoyar al que pisotea como basura los valores de la moralidad. Pero, ¿le agrada a Dios que sus hijos acudan a las urnas electorales y apoyen un mal para contrarrestar otro mal? ¿Es el deber de la iglesia ocuparse en solucionar y corregir los problemas sociales de corrupción, perversión, y egoísmo en el mundo?

En este artículo, examinaremos unos principios bíblicos y ejemplos que nos dan una guía clara con respecto al deber del cristiano hacia sus gobernantes.

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En la historia de la humanidad, han existido diversos sistemas de gobiernos. En realidad, el sistema “democrático” es relativamente nuevo. No se usó en la época de la Biblia, así que, no tenemos directrices específicas sobre el tema de la participación en las elecciones de los puestos públicos. Sin embargo, el Nuevo Testamento muestra la regla que debe servir de dirección para guiar la mentalidad del cristiano respecto a los gobiernos del mundo y los servidores públicos.

El principio de los dos reinos

En el Nuevo Testamento, Jesús y los apóstoles establecieron con mucha claridad la distinción entre el reino de Dios y el reino de este mundo. Jesús le dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). En otra ocasión, él dijo a sus discípulos: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor” (Mateo 20:25-26). El principio fundamental de la diferencia en los dos reinos se amplía en los siguientes dos puntos.

Los dos reinos tienen misiones distintas.

Como seguidores de Jesús somos llamados a ser la sal y la luz del mundo. Nuestra misión es hacer discípulos de Jesús de entre todos las naciones (Mateo 5:13- 14; 28:18-20). El estado, o el gobierno “es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo” (Romanos 13:4). La misión de la iglesia es muy distinta a la misión del gobierno.

Los dos reinos utilizan métodos distintos.

Los dos reinos utilizan métodos distintos para llevar a cabo su misión. La enseñanza de Jesús fue: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mateo 5:44). El estado o gobierno es responsable de usar la fuerza para mantener el orden, “porque no en vano lleva la espada” (Romanos 13:4). Cuan do Pedro sacó la espada para defender a Jesús, éste lo reprendió diciéndole: “Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mateo 26:52). Jesús dijo a Pilato: “Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían… pero mi reino no es de aquí” (Juan 18:36).

El voto es una autorización

¿Por qué no puede el cristiano simplemente dar su voto y luego esperar que Dios haga su voluntad? Esto a primera vista parece un razonamiento lógico y correcto. Pero en realidad, la persona que participa difícilmente mantendrá fielmente el espíritu de extranjero y peregrino sobre la tierra como lo enseña la Biblia. Junto con esto, dar el voto es un medio por el cual la persona colabora con los gobernantes para gobernar las naciones de este mundo. Al ejercer el voto, el votante autoriza al político a participar en el proceso de hacer las leyes civiles que gobiernan la conducta de los ciudadanos. Le concede la autoridad a desempeñar actividades que son contrarias a la ley de Cristo, como el uso de la fuerza para hacer cumplir las leyes. Aunque el cristiano en este caso no utilice la fuerza de forma activa, sí le autoriza a otro que lo haga.

Cómo seguidores de Jesús, debemos ocuparnos en otra batalla, la guerra espiritual contra el pecado. Las armas que se emplean en esta batalla no son fusiles ni misiles. El seguidor de Jesús se equipa con la “armadura” de la verdad, la justicia, la paz, la fe, y la Palabra de Dios. El apóstol Pablo describe detalladamente esta armadura en Efesios 6:10-18 y 2 Corintios 10:3-6.

Participar en la política traza líneas confusas

El cristiano que participa en la política enfrenta otro dilema. Si da su voto para el candidato de su parecer, ¿qué le impedirá a aspirar el puesto él mismo? ¿Qué respuesta válida se podría ofrecer en este caso para no servir también como legislador, gobernador, o presidente? Si nosotros participamos en las elecciones de oficiales públicos que tienen la autoridad y el poder de declarar la guerra a otra nación, también tendremos que tomar responsabilidad de las guerras que ellos declaran al adversario. Lo que estaríamos diciendo es: “No me expongo a los peligros de la guerra, pero autorizo a que otros lo hagan”.

Para muchos que se dicen cristianos, el asunto de participar en la política ni siquiera es un dilema. Se dice que, para arreglar los problemas del mundo, es necesario que el cristiano ocupe puestos públicos. Pero, ¿le corresponde al cristiano corregir los problemas sociales del mundo? Si tú eres cristiano, te invitamos a evaluar tu postura sobre los principios que Jesús mismo estableció y que los apóstoles confirmaron.

El testimonio del cristiano

La participación en la política da una mala imagen del testimonio de la iglesia como seguidores de Cristo, y su ejemplo de amar hasta los enemigos se confunde. Nuestra manera de vivir debe ser santa, lo cual nos apartará del mundo y manifestará que no somos de aquí. Esto debe ser claro en nuestra conducta, en nuestra apariencia personal, en nuestra actitud para con los que nos hacen el mal, y en fin, en toda nuestra manera de vivir. Por lo tanto, si participamos en la política, somos como una fuente que pretende dar agua potable y al mismo tiempo da agua contaminada. Así es el testimonio del que pretende ser seguidor de Cristo y también se identifica con el sistema del mundo. Esto refleja un cuadro confuso del seguidor de Cristo.

Tomemos en cuenta la soberanía de Dios

Dios es soberano. Él “muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes” (Daniel 2:21). Él pone presidentes y quita presidentes conforme a sus propósitos. Esto debe ser motivo de que no nos afanemos por lo que ocurre en el mundo político y secular. Por el contrario, como seguidores de Cristo, nuestro testimonio debe ser de plena confianza en Dios. El profeta Daniel testificó delante del rey Nabucodonosor “que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere” (Daniel 4:25).

En la historia de la iglesia anabaptista conservadora, hubo ocasiones en que ciertos grupos sufrieron mucha presión para hacer concesiones con respecto a su postura de no participar en la política. Las causas han sido variadas. En algunos casos ha sido por causa de algún candidato a la presidencia que representaba una amenaza a los valores bíblicos. En lugares donde predominan muchas necesidades económicas, un candidato quizá ha ofrecido ayudas económicas a los que lo apoyaban para ganar en las elecciones. Pero ¿no sería mejor confiar en la soberanía de Dios y en su poder, tanto para poner a la persona que él quiere como para suplir nuestras necesidades? Él pone y quita los gobernantes tal y como él quiere.

La responsabilidad del cristiano

El Nuevo Testamento nos da instrucciones escritas en cuanto a la manera en que debemos relacionarnos con los líderes de las naciones. Pero no nos instruye en ningún lugar que debemos intervenir en los asuntos del gobierno, ni en la votación de funcionarios del gobierno. Sí tenemos una responsabilidad ante los gobernantes. El apóstol Pablo nos manda orar por ellos (1 Timoteo 2:1-2). Nos manda obedecer a los que tienen dominio sobre nosotros, siempre y cuando sus órdenes no nos comprometan a desobedecer el mandato de Dios (Romanos 13: 1-6; Tito 3:1; 1 Pedro 2:13-16; Hechos 5:29). Debemos pagar los impuestos (Mateo 22:15-22; Romanos 13:7). Debemos respetar y honrar a los gobernantes, y no hablar mal de ellos (Hechos 23:5; Romanos 13:1-2; 1 Pedro 2:17).

Lo que practicaba la primera iglesia

La iglesia desde el principio tomó una postura explícitamente en contra de la participación en la política. No fue sino hasta el cuarto siglo cuando la iglesia y el estado se unieron que eso cambió. Tertuliano (160-220 d.c.) escribió lo siguiente: “¿Debe el [cristiano] procurar la venganza contra el que le ha hecho un daño? ¿Debe [el hijo de paz] ser el que aplica las cadenas, la cárcel, la tortura, y el castigo?”1 Se dirigió a los jefes del gobierno para explicar la posición de los líderes de la iglesia con respecto a la participación del cristiano en la política, diciendo:

“No existe [entre nosotros] ningún esfuerzo por buscar gloria y honra para nosotros mismos. Por lo tanto, no sentimos ningún incentivo válido por participar en sus reuniones públicas. Además, los asuntos del estado son totalmente ajenos a lo que a nosotros nos corresponde.”2

El testimonio de los primeros anabaptistas

Los primeros anabaptistas del siglo 16 no participaron en la política tampoco. En una declaración de sus creencias que redactaron en el año 1527, afirmaron lo siguiente: “No es apropiado que el cristiano sirva como magistrado por las siguientes razones: La magistratura del gobierno es una entidad de este mundo (carnal), pero el cristiano se dirige por el Espíritu Santo. Las viviendas de los del mundo están aquí en la tierra mientras para el cristiano, Jesús está preparándole una morada en el cielo. La ciudadanía de los magistrados es de este mundo, mientras la ciudadanía del cristiano es del cielo. Las armas de guerra y los conflictos en este mundo son carnales, mientras las armas del cristiano son espirituales, y contra las fortalezas del diablo. Los de este mundo se arman con armas de hierro, pero el cristiano se arma con la verdad, la justicia, la paz, la fe, la salvación, y la Palabra de Dios.”3

Jesús espera que sus seguidores sean la sal de la tierra, como un preservante justo en medio de una cultura perversa. Debemos dejar brillar nuestra luz, mostrando con nuestras palabras y nuestros hechos el camino de Jesús. Debemos orar fervientemente que Dios nos dé gobernantes que lleven a cabo los propósitos de él. Si Dios pudo llamar al rey Ciro de Persia “mi pastor” (Isaías 44:28), él también puede levantar a quien él quiere hoy para cumplir sus propósitos, aunque sean hombres corruptos. Al mismo tiempo, debemos cumplir fielmente la misión que Jesús nos ha encomendado. Llamemos al pecador a entregar su vida a Jesús, perdonemos al que nos hace mal, y mostremos a todos el amor de Dios, incluso a nuestros enemigos.

-Equipo de redacción: Steven Brubaker, Merle Burkholder, John Coblentz, Matt Landis, Gary Miller, Marvin Wengerd, David Yoder Viewpoint, June 2024

Notas:

  1. Bercot, David, A Dictionary of Early Christian Beliefs (Henderson Publishers: Peabody, Massachusetts, 1998) p.545
  2. Ibid p.545
  3. https://christianhistorinstitute.org/study/madule/schleitheim
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