Las marcas feas del pecado

Un cuento acerca de las marcas feas del pecado en nuestras vidas y como solamente Jesús puede darnos victoria sobre ellas.

 —Cuéntanos otra, por favor —rogaron los hijos—. Sólo una.

Marcos y Margarita se dispusieron a esperar la historia.

—Está bien —aceptó la madre—. Entonces se van a acostar.

”Había un muchacho llamado Juan —empezó la mamá.

Los hijos sentaron a escuchar. La mamá siempre contaba las mejores historias cuando empezaba con “Había un muchacho” o “Había una muchacha”. Cuando empezaba así sabían que ella iba a contarles de algo real, algo que ella misma conocía muy bien.

—Juan tenía muchos hábitos malos. Uno de ellos era usar el nombre de Dios en vano. Él quería ser un buen muchacho y complacer a su madre, pero cuando algo impresionante le pasaba o cuando se molestaba de momento, antes de darse cuenta ya había usado el nombre de Dios en vano.

”Su mamá estaba muy descontenta con él, y Juan se sentía muy triste. Él trataba de dejar el hábito. Pero cuando algo le ocurría, otra vez las malas palabras se le escapaban de su boca.

”La mamá de Juan trató muchas veces de ayudarlo a vencer su mal hábito. Lo aconsejaba, lo amonestaba y lo castigaba, pero los hábitos malos no se dejan fácilmente. Cada vez que Juan usaba una palabra mala decía, ‘Lo siento, Mamá; me esforzaré más’. Pero, por más que trataba, no mejoraba.

”Un día su mamá le dijo: ‘Juan, ¿sabes que todas estas palabras que estás usando están haciendo marcas feas en tu vida?’

”‘Pero Mamá, te he dicho que lo siento. Me esfuerzo por evitar esas palabras, pero esto no me ayuda.’

”‘¿Has pedido a Dios que te ayude a vencer este mal hábito?’ preguntó la mamá.

”‘No, pero lo haré,’ prometió Juan.

”‘Juan,’ dijo la madre, ‘hay una tabla nueva y bonita detrás de la casa. Tráemela, por favor, y tráeme también un puñado de clavos,’ le ordenó la madre. Cuando los trajo, la mamá llevó la preciosa tabla afuera y la clavó en un poste allí.

”‘Mira, Juan,’ dijo la madre, ‘esta tabla va a ser tu registro. Cada vez que uses el nombre de Dios en vano, quiero que salgas y pongas un clavo en ella. Entonces cada vez que pase una hora complete y no hayas dicho ni una palabra mala, puedes venir a sacar un clavo.’

”‘¡Ay___!’ gritó Juan. ‘Esto va a ser muy difícil para mí.’

”‘¡Juan! ¡Juan!’ le reprendió la madre. ‘Ahí tienes ya una marca fea. Toma; mete este clavo.’ Ella le entregó un clavo grande y feo.

”‘___, no sabía que ya habíamos empezado,’ dijo Juan.

”‘Juan, ten cuidado con tus palabras,’ ella le advirtió. ‘Ahí está el segundo clavo.’ Ella le entregó otro clavo.

”Sin ninguna palabra, Juan tomó ambos clavos y de mala gana los martilló en la tabla. Por dos horas tendría que usar sólo palabras buenas para poder quitar los dos clavos. Por eso, Juan escogió sus palabras con mucho cuidado. Al fin de una hora, había podido sacar uno de los clavos. El esperaba también prontamente sacar el otro. A él no le gustaba el significado de estos clavos. Pero cuando Juan fue a dormir esta noche, había cinco clavos en su tabla. El había podido quitar solamente uno, y éste había dejado un horrible agujero. Pero al menos era un alivio haber podido quitarlo.

”Al otro día Juan se esforzó más. A la noche solamente le quedaban cuatro clavos en la tabla. Pero no podía estar contento con clavos allí.

”El sábado por la tarde, su mamá le dijo, ‘Bueno, Juan, vamos a ver tu registro.’

”A Juan le dio gusto el poder enseñarle a su madre una tabla sin clavos, pero cuando ella no mostró satisfacción, él la preguntó: ‘¿No está contenta?’

”‘Sí, Juan, me da gozo de que no hayan clavos allí ahora. Pero mira estos horribles agujeros. La tabla está completamente arruinada aunque no tenga más clavos. Esto es lo que ocurre con tu vida. Dices que lo sientes y entonces vas y otra vez haces lo mismo.’

”Juan miró la tabla. Las marcas feas que estaban allí, parecían tan mal como los mismos clavos. Entonces él vio el desorden que había en su vida. Ahora estaba ansioso de permitir a Dios entrar en su vida, antes de volver a dañársela con más marcas horribles. Juan humildemente confesó su fracaso, y recibió a Jesús como su Señor y Salvador. Le pidió a Dios cada día que le diera la victoria sobre el pecado. En poco tiempo, todos los que conocían a Juan notaron la gran diferencia en su vida, especialmente cuando le oían hablar.

Margarita y Marcos habían escuchado atentamente.

—¡Qué bien que Juan finalmente haya vencido su mal hábito! —dijo Margarita pensativamente.

—Sí —agregó Marcos—. Nunca había yo pensado en la posibilidad de que estas palabras pudieran dejar marcas tan feas.

—Hay otras cosas que dejan marcas feas también —la madre les recordó a sus hijos—. La desobediencia, el descuido y la falta de respeto manchan vidas y dejan marcas feas por muchos años. Espero que ustedes sean muy cuidadosos en no permitir estas cosas en sus vidas.

—Yo quiero ser muy cuidadosa —agregó Margarita—. Yo no quiero que mi vida sea dañada con marcas feas.

Marcos estaba muy pensativo.

—Otras personas también pueden ver estas marcas, ¿verdad, Mamá? —preguntó.

—Sí —contestó la madre—. Tú no necesitas estar con una persona por mucho tiempo para ver si su vida está manchada con hábitos malos que dejan marcas feas.

Los hijos se iban a sus cuartos para dormir. A corta distancia, Margarita recogió algo del piso.

—¿Qué encontraste? —preguntó Marcos. Cerrando su mano fuertemente, Margarita corrió por todos lados.

—Perseguidor de encontradores —le llamó a su hermano que le seguía muy de cerca.

—Déjame ver —le dijo él—. Me atrevería decir que es mío.

Margarita corrió a su cuarto. Marcos siguió, hablándole impacientemente:

—Déjame ver lo que tienes. —Varias veces trató de agarrar la mano de su hermana que contenía el tesoro.

—¡Déjame! Me estás lastimando —le gritó. Marcos sabía muy bien que su hermana estaba tratando de engañarlo para que la soltara. Él la empujó y jaló con todas sus fuerzas.

—¡Ajá! —gritó al fin—. ¡Hermana traviesa! Tanta riña por un lápiz que no mide ni diez centímetros de largo. —Marcos le enseñó el pequeño lápiz amarillo a ella con disgusto y dio vuelta para salir del cuarto.

Al mismo tiempo, ella protestó gritando —¡Eres malo! ¡Devuélvemelo!

—¡Aaa-ay! —gritó ella.

Marcos salió del cuarto y encontró a la madre ya lista para entrar.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Y qué haces aquí en el cuarto de Margarita después que te mandé a la cama?

Marcos no encontraba qué contestarle a su madre. Bajó la cabeza sin decir nada. Margarita estaba en la cama llorando y sosteniendo su brazo.

—¿Cual es el problema, Margarita? —preguntó la madre.

Margarita le enseñó el brazo doloroso con la marca del lápiz que Marcos le había hecho. Su mamá lo curó y dijo:

—Vengan ahora, hijos. Quiero que me cuenten todo lo que pasó, porque la disputa es otra cosa que deja marcas feas en las vidas de los muchachos.

Tras oír la historia completa de boca de ambos, la madre reprendió a Margarita por su provocación y a Marcos por su impaciencia.

—Si ustedes se hubieran ido a la cama como les dije, no hubieran tenido esta horrible marca en sus registros —terminó la madre.

Marcos y Margarita fueron a sus dormitories reflexionando en la tabla que fue dañada con marcas horribles. Ellos se preguntaban si sus propios registros también tendrían en verdad horribles marcas.

La otra tarde y la subsiguiente, la madre habló de otros hábitos que dejan marcas feas. Los dos escucharon atentamente y determinaron guardarse de ellos.

Tres días después de la disputa por el lápiz, Margarita se quitó la venda de la herida. Una piel fina había crecido sobre la herida. Había cicatrizado muy bien. No había irritación alguna, pero en el centro había una pequeña marca negra.

—Mamá —Margarita llamó—, ¿qué es esto?

Tras examinar su brazo de cerca, la madre explicó:

—Es un pedazo de la punta del lápiz que se rompió y permanece allí. Una fina piel ha crecido encima ahora. No la vamos a sacar por ahora — dijo la madre—. Puede irritarle si se mueve. Es posible que se salga por sí sola.

Por semanas observaron la mancha negra, pero no causó complicaciones. Todos los días, Marcos lo veía como un recordatorio de la historia que la madre contaba acerca de las horribles marcas de otros hábitos de pecados. Años más tarde, Marcos todavía daba un vistazo a la pequeña marca negra en el brazo de su hermana y siempre recordaba la tabla.

Los hábitos de pecados dejan marcas negras en más de una forma, comprendió él.

Nota: Hay ventajas cuando los hábitos malos son vencidos, pero si uno deja hábitos pecaminosos sin crucificar la naturaleza pecaminosa es todavía un pecador delante de Dios. Sin embargo, cuando se permite a Dios crucificar esta naturaleza, entonces se podrá vencer también todos los hábitos de pecados. Esto se hace con el poder de Dios y la cooperación de uno con Él.

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