¿Sabías tú que, como cristiano, has sido llamado para heredar bendición? ¿Has pensado en los requisitos para obtener esta bendición y cómo afecta la vida del cristiano? Pídele a Dios cada día que te bendiga con sus bendiciones para que, a su vez, tú puedas bendecir a otros.
Hay unas palabras en la Biblia que a menudo me hacen reflexionar. Se encuentran en 1 Pedro 3:9, donde el apóstol Pedro dice: “No devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición”.
¿Sabías tú que, como cristiano, has sido llamado para heredar bendición? ¿Has considerado el peso de esta herencia y el valor que tiene? ¿Has pensado en los requisitos para obtener esta bendición y cómo afecta la vida del cristiano?
Los padres terrenales nombran como herederos a sus hijos. Sin embargo, les heredan bienes materiales. Son bienes que la polilla y el orín corrompen, y que los ladrones minan y hurtan (Mateo 6:20). La herencia que da nuestro Padre celestial consiste en bienes espirituales y eternos. En 1 Pedro 1:4 encontramos tres características de los bienes que Dios ha prometido a sus hijos: Son incorruptibles; son libres de contaminación; nunca se marchitan.
El término “bendición” proviene de un vocablo latino que hace referencia a la acción y efecto de bendecir. Este verbo, por su parte, es una forma de denominar la acción de alabar, ensalzar, o engrandecer. La bendición, por lo tanto, es la expresión de un deseo benigno que se dirige a una persona o a un objeto1. La bendición que Dios ha prometido a sus hijos es todo lo bueno de sus bienes espirituales en Cristo (Efesios 1:3). Es su forma de compartir su benignidad con sus hijos. Él ha prometido su favor y apoyo para con sus hijos dondequiera que estén. ¿Habrá alguna herencia en este mundo que iguale esta bendición?
El tema de la bendición se remonta a las auroras de la existencia del mundo. En Génesis capítulos uno y dos, leemos de la creación de los cielos y la tierra. Tres veces dice que Dios bendijo lo que había hecho (Génesis 1:22,28; 2:3). A partir de estas bendiciones, todo lo creado fructificó y se multiplicó en gran manera.
Pasaron muchos años y vemos que Dios bendice de la misma manera a Noé (Génesis 9:1). Después les habla a Abraham, Isaac, y Jacob. ¿Cómo sería escuchar de la propia boca de Dios estas palabras: “Y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición” (Génesis 12:2)? ¿Cómo sería, después de una prueba difícil como la que sufrió Abraham, oír a Dios decir: “Por mí he jurado… de cierto te bendeciré… En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Génesis 22:16-18)?
A través de los siglos, esta herencia ha bendecido a mucha gente. Rahab, la ramera de Jericó, creyó la promesa de Dios (Josué 2:8- 14). Ella llegó a ser madre en el pueblo de Dios y a formar parte del grupo de antepasados de Jesús. Rut, la moabita, renunció a toda su parentela con el fin de ser partícipe de esta bendición (Rut 1:16- 17). Estos ejemplos, junto con incontables más, dan testimonio de la firmeza de la bendición de Dios.
Tan firme fue la promesa de Dios a Abraham que unos mil años después, lo vemos confirmándolo con un juramento al rey David (Salmo 89:3-4). Vez tras vez, Dios le recuerda a su pueblo por medio de los profetas que él no se ha olvidado del cumplimiento de su bendición.
Por fin, en el cumplimiento de los tiempos, apareció Jesús (Gálatas 3:14). Ahora, en Cristo, el creyente goza de “toda bendición espiritual en los lugares celestiales” (Efesios 1:3). En los versículos que siguen, el apóstol Pablo enumera estas bendiciones. Veámoslas en breve (Efesios 1:4-14):
Entre estas bendiciones también aparecen palabras que expresan la actitud con que Dios las da. Notemos algunas:
¡Aleluya! “Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén” (Apocalipsis 7:12). La lengua humana jamás podrá expresar la grandeza de las bendiciones en Cristo Jesús. La gloria de las riquezas de este mundo se ve insignificante a la luz de ellas.
¿Por qué aún buscan los cristianos los bienes y las riquezas de este mundo como si fueran valores importantes? ¿Por qué creen algunos que como hijos del Rey tenemos el derecho a recrearnos placenteramente con los bienes de este mundo? ¿Aún no entendemos que “gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” y que “teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:6 y 8)? Y, volviendo a Efesios 1:4- 14, ¿aún no comprendemos que la herencia de nuestro llamamiento se trata de bendiciones espirituales en Cristo y no de bienes materiales?
Volvamos a nuestro texto en 1 Pedro 3:8-13. Veamos allí unos detalles importantes respecto a la herencia del cristiano y cómo influye en nuestra vida.
Primero, observamos que la bendición de Dios es el objetivo de nuestro llamado (vocación) como cristianos. Una vocación es una carrera o profesión. Muchas personas invierten los mejores años de su vida, todo su talento, y el mayor esfuerzo, estudiando y preparándose para ejercer una carrera que prometa prestigio y buenas ganancias económicas. Pero el apóstol Pedro afirma que el llamado del cristiano es una vocación mucho más importante que las carreras de este mundo. Es la vocación de la fe, un llamado celestial. Es la vocación que escogieron Rahab, Rut, y muchos otros que dejaron su carrera para unirse a la causa del pueblo de Dios. Es la vocación que garantiza, como herencia, las bendiciones de Dios en Cristo.
Segundo, la bendición de Dios se comparte con otros. Con lo anterior en mente, la bendición de Dios se vuelve muy práctica en la vida del creyente. El texto dice: “No devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo” (1 Pedro 3:9).
¿Qué quiere decir Dios con esto? ¿Cómo es posible devolver mal por mal si gozamos de las bendiciones de la paz y el perdón en Cristo? ¿Cómo podemos aborrecer a nuestro prójimo si hemos sido adoptados hijos de Dios? ¿Cómo podemos amargarnos con Dios o con nuestro hermano si hemos sido hechos aceptos delante de Dios? El apóstol Pedro nos amonesta diciendo: “Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables” (1 Pedro 3:8). Las bendiciones de Dios en la vida del creyente rebosan de su interior como ríos de bendiciones que bendice a los que lo rodean.
Tercero, la bendición de Dios es condicional. En los versículos 10-12 de nuestro texto vemos claramente que hay requisitos para obtener la bendición de Dios. Además, es posible perderla. Dicen: “El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua del mal, y sus labios no hablen engaño; apártese de mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.”
Aprendamos del ejemplo de Caín. Cuando él, debido a sus malas obras, perdió la bendición de Dios, clamó: “Grande es mi castigo para ser soportado” (Génesis 4:13). Seamos advertidos por el ejemplo de Esaú, que por una sola comida menospreció la bendición de su padre Isaac. Él, aunque después procuró la bendición con lágrimas y con muy amargo clamor, 8 la procuró demasiado tarde y fue desechado (Hebreos 12:15-17).
Quiero citar una pregunta que hace el apóstol Pedro en el versículo 13 del texto: “¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien?” Esta pregunta no encuentra respuesta en la matemática, ni en el razonamiento humano. La respuesta del apóstol en el versículo 14 jamás cabe en el pensar de la ciencia de este mundo. Pero, para los que gozan de las bendiciones espirituales en Cristo, es una realidad. Dice: “Bienaventurados sois”. Ningún daño, pérdida, o maltrato que sufra el cristiano por obedecer a Dios puede jamás perjudicar ni destruir las bendiciones de Dios en su vida. Ninguna ley humana puede jamás impedir ni restringir la libertad que goza el cristiano por medio de estas bendiciones. Ningún ser humano ni el poder del enemigo jamás podrá detener los ríos de bendición que fluyen de la vida del creyente para bendecir a otros.
Hermano, pídale a Dios cada día que te bendiga con las bendiciones espirituales en Cristo. Luego, bendice a los que están a tu alrededor. Sé una bendición a tu cónyuge, a tus hijos, padres, y hermanos. Sé una bendición a tus compañeros. Bendice a tus amigos, a tus enemigos, al que lo merece, y al que no lo merece. Pídele a Dios cada día que te bendiga con sus bendiciones para que, a su vez, tú puedas bendecir a otros. Pues, para esto has sido llamado. No desprecies la herencia maravillosa de Dios.
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