¿Estamos nosotros buscando los puestos de mayor importancia, poder, y reconocimiento? ¿Qué dice Jesús de esas ideas y esos pensamientos tan naturales y comunes? Jesús es nuestro ejemplo perfecto, porque él “no vino para ser servido, sino para servir.”
Mi papá antes criaba cerdos. Bien recuerdo que teníamos que cuidarlos muy bien cuando comprábamos otros cerdos. En cuanto llegaban cerdos nuevos, todos empezaban a pelear. Al parecer, cada cerdo quería imponer su autoridad. Sin una atención especial durante esas primeras horas, los cerdos se habrían matado entre sí.
Cuando yo era niño, a veces jugábamos un juego al que llamábamos “Rey del cerro”. Uno del grupo se subía a una pequeña loma y trataba de defender su posición. La meta era bajar al “rey” que se encontrara en la cima para conquistar el cerro y ser el siguiente “rey”, mostrándose así el más poderoso de todos.
Los políticos también usan todas sus capacidades para lograr lo que a ellos les favorece, aunque tengan que pisotear a otros.
En el tiempo de Jesús, los fariseos daban limosnas, hacían oraciones, y ayunaban para ser vistos de los hombres. No les interesaba lo que pensara Dios. Su objetivo era la alabanza de los hombres. En Mateo 23 Jesús condena de manera clara y fuerte esas actitudes. Estos fariseos confeccionaban su ropa de forma sobresaliente, tratando de dar a conocer su espiritualidad. Procuraban los primeros asientos en las cenas (posición social), las primeras sillas en las sinagogas (poder religioso), y las salutaciones en las plazas (reconocimiento público y ventajas económicas).
Jesús claramente afirma que él es nuestro único Maestro y que todos nosotros somos hermanos. Por supuesto que hay posiciones de mayor responsabilidad en el pueblo de Dios, pero Jesús nos enseña que esas posiciones se deben asumir con una actitud de humildad y servicio para el bienestar de la iglesia.
Aun los mismos discípulos de Jesús no entendían la diferencia radical entre la forma en que opera el mundo y la naturaleza del reino de Dios. En Marcos 10:35-45 se ve que Juan y Jacobo quisieron asegurar para sí las mejores posiciones en el reino terrenal que ellos esperaban pronto. Ellos pensaban: “Si somos los primeros en pedir las mejores posiciones, hay buenas posibilidades de que Jesús nos las conceda”.
¿Qué pensaron los demás discípulos cuando se dieron cuenta de la petición de estos dos hermanos? La Biblia dice que ellos se enojaron contra Juan y Jacobo. ¿Por qué se enojaron? Probablemente porque en su mente entretenían pensamientos similares, y les dolió que los hermanos se les hubieran adelantado. Quizá alguno pensó: “¡Qué lástima que no me apresuré más…!”
¿Es así también en la iglesia? ¿Estamos nosotros buscando los puestos de mayor importancia, poder, y reconocimiento? ¿Qué dice Jesús de esas ideas y esos pensamientos tan naturales y comunes? Veamos….
Jesús les llamó la atención a los discípulos para corregir sus ideas equivocadas. “En el mundo, la grandeza es enseñorearse (aprovecharse) de los débiles que no se pueden defender”, dice Jesús, “pero no será así entre vosotros” (en la iglesia).
Al final del pasaje, Jesús dice que hay una manera de ser grande en el reino de Dios. Se logra ser grande en el reino de Dios a través de servir a los demás. “El que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos.” Servir es buscar el bien de otros. No es buscar beneficios personales. Las preguntas importantes del siervo son: “¿En qué puedo ayudar…?” y “¿Qué necesita mi hermano de mí?”
Jesús es nuestro ejemplo perfecto, porque él “no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Jesús no buscó su propia comodidad ni el bienestar personal. Su venida del cielo a este mundo para morir por nosotros es prueba amplia de eso.
En la cena de la última noche, antes que Jesús fuera entregado, se observa que los discípulos todavía no entendían esta enseñanza tan fundamental del reino de Jesús. Para celebrar esta cena especial usa ron un aposento prestado. Puesto que era prestado, no había un siervo esperando a la puerta para lavarles los pies como se acostumbraba.
Sin duda, todos se miraban unos a otros mientras entraban. El lebrillo con agua y una toalla estaban junto a la puerta. Sin embargo, cada uno pensaba: “Hazlo tú, Felipe.” “¿Por qué no puede Tomás lavar los pies de los invitados?” Y así fue como todos evitaron la tarea, pues cada uno se consideraba más importante que los demás. Ninguno quería humillarse a lavar los pies de los demás. Cada uno quería asegurarse de que Jesús lo tomara en cuenta para las posiciones más importantes del reino, supuestamente terrenal, que ellos esperaban.
Después de la cena, Jesús se levantó y empezó a lavar y secar los pies de sus discípulos. Todos se avergonzaron aunque Jesús no había reprendido a nadie. Jesús aprovechó esta oportunidad para instituir la práctica del lavatorio de los pies. Todavía hoy, dicho lavatorio nos ayuda de manera gráfica y práctica a recordar que el reino de Jesús es un reino de servicio sin egoísmo. Tener un puesto es nuestra oportunidad y obligación de servir.
En la iglesia no debemos luchar por los mejores puestos, creyendo que así podremos ejercer autoridad sobre otros. Al contrario, debemos estar dispuestos a servir cómo y dónde mejor podamos, sin preocuparnos de si nos están observando o si estamos recibiendo reconocimiento o agradecimiento.
Servir es buscar el bienestar de los demás. Servir es estimar “cada uno a los demás como superiores a él mismo” (Filipenses 2:3). Hermano, ¿está usted sirviendo a los demás?