La doctrina de la “no resistencia” se refiere a las enseñanzas de Jesús respecto a lo que debe ser la respuesta del cristiano frente a la oposición de sus enemigos. Este artículo vuelve atrás a la historia y muestra como algunos pusieron por obra las enseñanzas de Jesús.
Nota de introducción:
La doctrina de la “no resistencia” se refiere a las enseñanzas de Jesús respecto a lo que debe ser la respuesta del cristiano frente a la oposición de sus enemigos. El término viene del sermón del monte cuando Jesús dijo: “No resistáis al que es malo” (Mateo 5:39). Jesús enseñó aquí que el cristiano no busca venganza o represalias por los que le hacen el mal. Él enseñó que debemos amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen, hacer bien a los que nos aborrecen, y orar por los que nos persiguen (Mateo 5:44). Este artículo vuelve atrás a la historia y muestra como algunos pusieron por obra las enseñanzas de Jesús.
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Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.” Romanos 12:20
No toda la comunidad cristiana entiende de la misma forma la doctrina bíblica sobre la no resistencia. Hay algunos que la toman tal y como la Biblia dice. Otros le dan cierto reconocimiento a la doctrina, pero en un sentido abstracto. No la toman como un dogma (o una doctrina) que determina la manera de vivir, ni como un modelo que define la vida práctica del creyente.
La Biblia es la Palabra de Dios, y sus mandamientos son la máxima autoridad para nuestra vida diaria. Consideremos los siguientes versículos: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:19-21).
Si aceptamos estos versículos como la ética absoluta para el cristiano, no nos queda más opción que rehusar hacer uso de la fuerza, tanto en la vida privada, como en la guerra. La base de esta ética cristiana de la no resistencia la encontramos tanto en la letra como en el espíritu del Nuevo Testamento. No es necesario que nos preguntemos hasta qué punto nos pide la Biblia que evitemos el uso de la fuerza. Si vamos a obedecer lo que nos manda la Biblia, definitivamente serán muchas las áreas de nuestra vida que se verán afectadas.
A continuación, vamos a presentar unas anécdotas de la historia relacionadas con la enseñanza de la no resistencia. Observe cómo esta doctrina produce resultados positivos en la vida de aquellos que la toman en serio.
Un joven de la época de los zares en Rusia entendió, después de estudiar la Palabra de Dios, que el cristiano no debe prestar servicio militar. Cuando fue presentado ante los magistrados, él le testificó al juez de que el cristiano ama a sus enemigos, que hace el bien a los que lo maltratan, que vence el mal con el bien, y que por lo tanto no puede prestar servicio militar. El juez le respondió y dijo:
—Sí, yo entiendo. Pero tiene que ser realista. Esas leyes de que usted habla son las leyes del reino de Dios, y ese reino todavía no ha llegado.
El joven se enderezó y dijo:
—Señor, yo reconozco que para usted, ese reino aún no ha llegado, ni ha llegado para Rusia ni para el mundo. Pero el reino de Dios sí ha llegado para mí. No puedo seguir odiando y matando a otros como si aún no hubiera llegado ese reino, porque yo pertenezco al reino de Dios.
Los hermanos suizos, del siglo 16 creyeron, al igual que los apóstoles, en la doctrina de la no resistencia. Conrado Grebel, un líder del movimiento anabaptista, escribió lo siguiente: “Los verdaderos cristianos somos como ovejas en medio de lobos …. No usamos la espada del mundo ni participamos en la guerra, ya que renunciamos por completo quitarles la vida a otros. Ya no estamos bajo el Antiguo Pacto”. Felix Manz, compañero de Conrado Grebel, dijo: “Ningún cristiano utiliza la espada contra la maldad ni la resiste con la fuerza”. Pilgram Marpeck dijo esto de los anabaptistas: “Todos los conflictos mundanos y carnales, como también las luchas aquí en la tierra y las guerras, han sido anulados y abolidos por ellos…”. En el principio, los anabaptistas de los Países Bajos tomaron la misma postura que los hermanos suizos. Uno de ellos, Dirk Philips, testificó: “El pueblo de Dios se arma no con armas carnales … sino con la armadura de Dios y con las armas de la justicia … y con la paciencia cristiana, para así tomar posesión del alma y vencer a los enemigos”. Otro de ellos, Menno Simons escribió: “Los regenerados no van a la guerra, ni se involucran en los conflictos. Son hijos de paz … Su espada es la espada del Espíritu con la cual pelean con buena conciencia por medio del Espíritu Santo”.¹
En Mateo 5:9, Jesús dice: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
En el siglo 18, aún existían ciertas medidas de persecución de los anabaptistas de Suiza. Una noche, unos jóvenes maleantes fueron a la casa de un anciano pastor anabaptista. Querían probarlo a ver si en realidad perseveraría en la doctrina de la no resistencia que predicaba. Se subieron al techo de la casa del pastor y comenzaron a quitarle la paja.
El pastor se despertó por el ruido que se oía en el techo. Se levantó para ver qué sucedía y vio la obra de destrucción que hacían los jóvenes. ¿Qué hizo este hombre de Dios? Sin duda, lo que vio produjo en él un sentido de indignación, pero no se dejó vencer por ese impulso. Empezó a orar y luego entró de nuevo en la casa. Le dijo a su esposa:
—Amor, levántate y prepáranos una comida. Han llegado unos trabajadores. —Su esposa se asustó, pero pronto entendió lo que quiso decir.
Entre tanto, los intrusos siguieron su trabajo malintencionado. Después de un rato, el anciano pastor volvió a salir y les dijo:
—Ustedes ya han trabajado bastante. Sin duda tienen hambre. ¿Por qué no bajan del techo y pasan adelante para que coman algo? Lentamente y con mucha vacilación, los jóvenes se bajaron del techo y entraron en la casa. El anciano los hizo sentarse a la mesa. Tímidamente los jóvenes se sentaron y en seguida, el anciano inclinó la cabeza para orar. Su oración fue ferviente, y con mucho amor y seriedad. Oró por los jóvenes, para que Dios les suavizara el corazón y despertara la conciencia. También oró por sí mismo. Los jóvenes ahora tenían mucha vergüenza por lo que habían hecho. Hasta perdieron el apetito por la comida. Luego, uno por uno se levantaron y volvieron al techo, esta vez no para terminar su obra de destrucción, sino para reparar el daño que habían hecho. Hicieron esto porque en su conciencia ardían las ascuas de fuego que el anciano pastor había echado sobre su cabeza.²
Hace muchos años en el país musulmán de Siria, un hombre llamado Abu Dugaam sufrió una severa persecución porque había aceptado las enseñanzas de unos misioneros cristianos. Recientemente se había casado, pero el suegro le quitó su nueva esposa. Los aldeanos destruyeron su casa nueva. Finalmente, como rehusaba negar su fe en la Palabra de Dios, lo llevaron a un montón de leña y le dieron la oportunidad de decir sus últimas palabras. El gentío agitado que se había reunido se asombró de que no maldijera ni llorara. Abu no conocía las historias de los mártires de la antigüedad. Sin embargo, mostró el mismo espíritu que ellos habían tenido. Se arrodilló y oró por sus perseguidores. Luego, como impulsados por una fuerza misteriosa, los perseguidores se retiraron uno por uno, y regresaron a la aldea. Finalmente, Abu Dugaam se encontraba solo, pero muy cerca de la presencia de Dios.³
En el año 295 d.C., un joven que se llamaba Maximiliano fue llevado ante un comandante militar en África del Norte. Había sido reclutado por el ejército romano. Pero Maximiliano era cristiano y había aceptado las enseñanzas de Jesús. El dijo:
—No puedo servir como soldado. No puedo hacer lo malo. Soy cristiano.
El comandante lo amenazó y dijo:
—Ponte el uniforme o te va a costar la vida.
Pero Maximiliano no se intimidó. Aun ante la muerte no se retractó. Conocía bien a su Señor, y parecía no temerle a la muerte. En realidad, él sabía que más allá de la muerte estaría con Jesús su Señor. Le respondió al comandante:
—No pereceré. En el momento que parta de este mundo, mi alma vivirá con Cristo mi Señor.
El joven Maximiliano tenía apenas años. Fue ejecutado por desobediencia civil. Murió porque estuvo dispuesto a perseverar en las verdades bíblicas que la iglesia de Cristo ha enseñado desde los tiempos de los apóstoles.⁴
Unos vándalos asaltaron la pequeña capilla de una iglesia cristiana de cierta ciudad y destruyeron todo lo que podían. Sin saber lo que había pasado, los hermanos de la iglesia se reunieron como de costumbre para celebrar el culto del domingo por la mañana. Hallaron la capilla en ruinas. El pastor reunió a los hermanos y allí afuera cantaron himnos, celebraron la Cena del Señor, y ofrecieron sus ofrendas. Finalmente, el pastor dio un sermón. Al concluir el culto, les dijo a los hermanos que no le comentaran a nadie lo sucedido. Luego invitó a los que tuvieran voluntad a llegar el lunes para empezar con el trabajo de restauración.
El lunes, se presentaron casi todos los hermanos de la congregación. Los hombres trabajaron en la reconstrucción y las mujeres se ocuparon en preparar las comidas. Así la obra siguió adelante. La escena hacía pensar en el relato de la reconstrucción del muro de Jerusalén bajo la dirección de Nehemías. El trabajo de limpieza y reconstrucción de la capilla progresaba ya que había voluntad de trabajar. Se acercaron muchos curiosos para ver qué sucedía. Los hermanos muchas veces detuvieron sus labores para cantar himnos de alabanza en medio de las ruinas.
Un día, cuando ya faltaba poco para terminar la reconstrucción, unos jóvenes pasaron y observaban la escena. El pastor tenía el presentimiento de que algunos de ellos eran los responsables del daño a la capilla. Sin embargo, los hermanos de la iglesia se mostraron amables con los visitantes y les cantaron unos himnos. Algunos de los jóvenes terminaron echando una mano al trabajo.
El primer domingo después de terminar el trabajo, la capilla se llenó de gente. Y al final del servicio, cuando el pastor extendió una invitación a todo el que quisiera entregarle su vida al Señor, un grupo de unos doce jóvenes pasó adelante. Confesaron que ellos habían sido los que habían destruido la capilla. Pidieron el perdón de Dios y de la iglesia. Le entregaron su vida a Jesús y fueron bautizados. Más adelante, uno de esos jóvenes llegó a ser pastor de la iglesia.
Solamente el cristiano verdadero hubiera podido resolver un problema como éste para la gloria de Dios tal y como lo hicieron ellos. No es de sorprendernos que, de ese día en adelante, esa iglesia experimentó mucho crecimiento.⁵
Corría el año 1759. El ejército francés había derrotado al ejército ruso y había invadido su territorio. Allí en suelos prusianos, los franceses montaron su campamento. Entonces el comandante envió al segundo al mando junto con unos soldados en busca de forraje para los caballos. Hallaron a un granjero anabaptista en el camino y le ordenaron buscarles un campo de cebada para pastorear los caballos. El granjero les preguntó:
—¿Por qué tengo que ir con ustedes para buscar pasto?
El soldado, amenazándolo con su espada, le contestó:
—La razón es muy sencilla. Usted tendrá que hacerlo si yo lo ordeno. ¿Entiende?
—No le tengo miedo a su espada —respondió el granjero con calma—. Pero vengan conmigo, porque mi Dios dijo: “Al que quiera … quitarte la túnica, déjale también la capa”. Luego los llevó en medio de un bosque a una distancia considerable. Cuando al fin se detuvo, el soldado le dijo:
—Hemos visto varios campos de cebada en el camino. ¿Por qué nos trajo hasta aquí?
—Los otros campos que pasamos son propiedad de otros —respondió el granjero. No son míos. Yo quise traerlos a este campo porque es el mío. Aquí pueden echar sus caballos para que pasten.⁶
El 18 de julio del año 1957, Paul Coblentz, un granjero joven y miembro de una iglesia de orientación anabaptista de los Estados Unidos fue matado a tiros en su casa. Era las 10 de la noche cuando oyó que el perro ladraba como si alguien estuviera acercándose a la casa. Paul se acercó a la puerta. Allí estaban dos hombres. Estaban ebrios. Uno de los hombres apuntó al señor Coblentz con un arma de fuego. Empujaron la puerta y se metieron en la casa. Primero buscaron dinero, y después empezaron a golpear a la familia. Cuando golpearon a uno de los niños varias veces, el señor Coblentz se levantó del piso donde los tenían y salió corriendo por la puerta para buscar ayuda de su padre que vivía en la siguiente casa. El hombre que tenía el arma, disparó y según los reportajes, “la bala perforó la puerta de cedazo y penetró en la espalda del señor Coblentz. Éste cayó al suelo a unos pocos metros de su casa. El hombre con el arma salió de la casa y se paró junto al herido en el suelo. De un modo calmado y deliberado, puso el arma contra la cabeza del herido y a sangre fría disparó de nuevo. En seguida, una luz se encendió en la casa del vecino y un hombre salió corriendo, pero los dos intrusos salieron huyendo a la oscuridad.”
La policía hizo una búsqueda intensiva de los dos delincuentes. Al fin los capturaron a unos 650 kilómetros del sitio del asesinato. Fueron enjuiciados y al asesino lo sentenciaron a morir electrocutado.
La familia del fallecido y los hermanos de la iglesia fueron conmovidos profundamente por la tragedia. Pero su respuesta no fue de odio, sino de amor. Un periodista escribió lo siguiente: “La violencia del homicidio en esta comunidad de orientación anabaptista aparentemente no ha logrado que cambien sus creencias en lo que la Biblia dice: ‘Mía es la venganza … dice el Señor’.” Durante el proceso judicial, muchas familias cristianas de la comunidad invitaron a los padres del homicida a la casa. Cuando finalmente el joven fue sentenciado a la muerte, los mismos hermanos de la iglesia firmaron una petición y mandaron muchas cartas al gobernador de modo que la ejecución se aplazó siete horas. Algunos de los pastores de la comunidad visitaron al homicida en la cárcel. Y gracias a estos esfuerzos, antes de ser ejecutado, éste se entregó al Señor Jesús.⁷
Corría el año 1757 y la familia de Jacob Hochstetler cayó víctima de un ataque de los indígenas. Ellos formaban parte de una comunidad de orientación anabaptista en lo que hoy es parte de los Estados Unidos. Esto sucedió durante el conflicto armado entre las colonias ingleses y francesas de los Estados Unidos. Los franceses les pagaban a los indígenas por atacar a las colonias del territorio inglés y matar a los habitantes. Muchos de los colonos habían salido de la zona en conflicto. Pero la familia de Jacob se había quedado con la esperanza de no tener problemas con los indígenas.
Una noche, mientras la familia dormía, el perro ladró fuertemente, despertando a uno de los hijos. Éste abrió la puerta para ver qué pasaba y fue alcanzado por una bala en la pierna. Inmediatamente, toda la familia se levantó. En la oscuridad divisaron a unos diez indígenas. Los dos hijos mayores, José y Christian, agarraron sus armas de fuego para defenderse.
Pero antes que pudieron hacer más, el padre los detuvo. Él era cristiano con orientación anabaptista y su creencia en las enseñanzas de Jesús le hizo impedir que dispararan contra los indígenas. Los hijos le rogaron que hiciera a un lado su doctrina y su creencia para que ellos pudieran defender a la familia. Pero Jacob se mantuvo firme en la doctrina bíblica de la no resistencia, la de no buscar venganza, y de no devolver mal por mal. Él había migrado a América precisamente para poder vivir esa doctrina. Había abrazado esa doctrina y la había enseñando a su familia como mandato bíblico. Finalmente, los indígenas incendiaron la casa, y al amanecer, mataron a unos de la familia y llevaron cautivos a otros.
Esta historia de la matanza y el secuestro de esta familia anabaptista se suma a la historia de sufrimientos de los anabaptistas en su afán por vivir la Palabra de Dios.⁸
El pastor Myron Augsburger cuenta la siguiente historia de su padre: “Cuando yo era joven, mi papá trabajaba en la construcción de apartamentos. Después de unos meses de trabajar, lo ascendieron a encargado de la cuadrilla. Pero aquél era el puesto que un compañero de trabajo deseaba también. Pasaron unos días y el hombre que quería el puesto trató de varias formas de volver a los demás compañeros en contra de mi padre. Uno de los métodos consistía en burlarse de las creencias bíblicas de mi padre. Se burlaba de la forma en que predicaba la doctrina de la no resistencia, la de vivir en paz con todos los hombres, y no recurrir a la violencia para defenderse.
“Con el paso del tiempo, varios trabajadores fueron despedidos, incluso el hombre que estaba molesto con mi padre. Por varios días cuando iba al trabajo, mi padre notaba que aquel hombre estaba parado en frente del sitio donde estaban trabajando, esperando con unos cuantos compañeros más que les volvieran a dar trabajo.
“Un día había necesidad de contratar a dos hombres para cumplir con cierto trabajo, y mi padre se fue al portón. Buscó entre todos los que estaban allí. Primero llamó a un carpintero y lo puso a trabajar. Luego buscó entre el grupo a su rival y le ofreció trabajo”.
Muchos años después, el pastor Myron volvió a la misma ciudad como evangelista. Una noche después del culto, un desconocido se acercó y le preguntó si conocía a un tal C.A. Augsburger. Cuando le dijo que era su padre, él respondió: “¡Él sí era un hombre de Dios! Lo vi en su actitud en el trabajo.” Obviamente lo que le motivó a ese hombre ir a escuchar la predicación del Evangelio era el ejemplo del padre de Myron, un hombre que había mostrado su compromiso con Cristo de ser pacificador.⁹
Aprincipios del siglo 19, un hombre de los Estados Unidos que se llamaba Benedict Miller vio que se estaban desapareciendo mazorcas de maíz del granero. El granero se encontraba en la parte superior de un galpón grande. El acceso al granero era por medio de una escalera. El señor Miller, con la intención de saber quién era el que le robaba el maíz, improvisó una trampa en el granero para atrapar al ladrón.
Un día por la mañana mientras la familia se desayunaba, se oyeron unos gritos. Al investigar de dónde provenían los gritos, observaron que un hombre estaba encerrado en el granero. El señor Miller salió y le preguntó al hombre:
—¿Está atrapado?
—Sí —le dijo el hombre—. No puedo salir. Por favor, ayúdeme a salir de aquí.
—Bueno, con mucho gusto lo ayudo a salir, pero bajo una condición —dijo Miller—. La condición es que usted nos acompañe para el desayuno cuando yo lo deje libre.
—No tengo hambre —respondió el hombre—. No puedo quedarme. Por favor, ayúdeme a salir de aquí.
—La verdad es que sólo puedo ayudarlo bajo esa condición —respondió el señor Miller.
Al fin el hombre consintió y le abrieron el granero. Con mucha pena, el ladrón le siguió al señor Miller a la casa. Mientras desayunaban, platicaron de muchas cosas, pero ni una vez se comentó el maíz que había desaparecido. Después de aquel día, el maíz no volvió a desaparecer.¹⁰
El objetivo de estas anécdotas es mostrar la importancia de la ética que Cristo nos enseñó: amar al prójimo en todo aspecto de la vida. El que sufrió en la cruz, el mismo que hubiera podido llamar a 12 legiones de ángeles para socorrerlo, escogió antes el camino del amor y clamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Un amor como éste puede sanar las relaciones rotas y reconstruir los puentes que han sido derribados. La base, el enfoque, el “corazón” de la doctrina de la no resistencia es el amor divino en el corazón del ser humano. Elimina por completo la necesidad de las armas. Al mismo tiempo destruye la amargura, la malicia, las malas sospechas, y el odio en cada relación. El amor es el ungüento del perdón que restaura las relaciones rotas, y señala a otros a Jesús, el amoroso Salvador.
El amor en la no resistencia bíblica se expresa en la vida cotidiana únicamente conforme reconocemos que nuestro reino no es de este mundo. Si no has experimentado este amor en tu vida, te ruego que te entregues al que es la fuente del amor. El poder de Dios te hará una nueva criatura en Cristo Jesús y ese mismo poder te trasladará al reino de su amado Hijo. Entonces serás bendecido y bienaventurado 12 como pacificador, y serás llamado hijo de Dios (Mateo 5:9).
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Nota: El hermano Border también usó los siguientes versículos en su discurso, pero fueron omitidos en escrito para mayor brevedad: Mateo 5:9; 38- 45; Romanos 12:17-21; 1 Tesalonicenses 5:14-15; Colosenses 3:12- 15; 1 Pedro 2:21-23; 3:9.
1 Citas de Wenger, John C. The Doctrines of the Mennonites, Herald Press, 1950, p.33
2 De Horsh, John, The Principle of Nonresistance as held by the Mennonite Church, Eastern Mennonite Publications, Ephrata, PA, 1927, pp.48-49
3 De Lawson, James Gilchrist, Best Sermon Pictures, Moody Press, p.229
4 Wenger, J.C., The Way of Peace, Herald Press, 1977, p.16
5 Fuente desconocida
6 Horsch, op.cit., p.49
7 Pennypacker, Nathaniel, “We Do Not Kill in Revenge” Detective magazine, Nov. 1957, Comentary taken from Willard Roth, “What Does Christ say About War?” Peacemaker Pamphlets, Herald Press, 1964, p.8-9
8 Fuente desconocida
9 De Augsburger, Myron S., The Expanded Life, Abingdon Press, 1972, p.24
10 Fuente desconocida (Otra versión de esta historia dice que aquel día el señor Miller despidió al ladrón con un gran saco de maíz.)