Jesús ofrece ayudarnos con las cargas de la vida. El yugo de Cristo nos anima a seguir caminando, y nos enseña a obedecer aunque no lo sentimos. El yugo es un medio que Jesús usa para guiarnos por el camino verdadero de su voluntad. Si nos enyugamos con Cristo, no tendremos que caminar sin rumbo.
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:29-30).
Jesús usa de ejemplo un objeto que desde tiempos antiguos ha sido un instrumento muy útil, el yugo. Sus oyentes, de inmediato, podían imaginar un par de bueyes que tiran de una carreta o arrastran un arado. Al cuadro podían agregar una carga grande que un buey, por sí solo, no podría llevar. También los hacía recordar que el éxito de los bueyes dependía de aquella pieza de madera atada a la cabeza de ambos. El yugo que les impedía seguir cada uno su propio camino, era, en realidad, el instrumento que los capacitaba para realizar el trabajo. El yugo, en el tiempo de Jesús era un instrumento indispensable para el trabajo cotidiano. También lo es en la vida cristiana hasta hoy. Veamos unos ejemplos:
Imaginémonos a un niño que lleva un cántaro lleno de agua. El cántaro es pesado y el niño corre el peligro de tropezar en cualquier momento. El niño quiere ser valiente y pone todo su empeño. Pero ya está cansado y no avanza mucho. Luego, se acerca un adulto y agarra una de las dos asas para ayudarle al niño a llevar la carga. De inmediato vemos que se ilumina de alegría la cara del niño.
En este ejemplo podemos ver un cierto cuadro del yugo que ofrece Jesús. Él ofrece ayudarnos con las cargas de la vida. Jesús no nos quita la carga por completo, sino que lleva el peso que no podemos llevar y camina a nuestro lado. Nos ofrece su compañerismo en medio de las dificultades, y al mismo tiempo nos da la fuerza para llevar nuestra parte de la carga. Así la experiencia dolorosa se convierte en una oportunidad para experimentar la gracia de Dios en nosotros. En lugar de una herida que duele, experimentamos sanidad y alivio.
El buey enyugado se ve obligado a caminar cuando el otro buey se adelanta. Y cuando el otro buey se detiene, éste también tiene que detenerse. En la vida cristiana, a veces queremos adelantarnos cuando Dios quiere que nos detengamos. Un hijo adolescente desea adelantarse y tomar sus propias decisiones sin el consentimiento de sus padres. Un joven soltero quiere adelantarse y aventurar con el sexo fuera del matrimonio. Una joven enamorada quiere experimentar el matrimonio cuando sus padres o hermanos maduros de la iglesia le aconsejan esperar más tiempo. Éstos son solamente unos pocos ejemplos de los muchos que pudiéramos citar.
A veces el yugo de Cristo nos anima a seguir caminando cuando no queremos caminar. Cuando por nuestros sentimientos o por nuestros gustos deseamos detenernos, pero Cristo nos indica que sigamos adelante, es necesario seguir lo que él dice.
Hay una gran confusión doctrinal sobre este punto hoy día. Muchos dicen que no harían cierta cosa hasta que no les “nazca del corazón”. Su obediencia depende de sus sentimientos. Pero la Biblia nos enseña que no debemos esperar a sentir las ganas de perdonar al que nos ha ofendido o pedir perdón del que hemos ofendido. Es un mandamiento que tenemos que obedecer, sea que sintamos el deseo o no. Tenemos que hacer a un lado los sentimientos y obedecer. Lo mismo es cierto en cuanto al amar al hermano. No podemos esperar a sentir los sentimientos de amor hacia él para amarlo. La enseñanza del yugo nos indica que hay que obedecer primero, y dejar que los sentimientos sigan después. Lo mismo aplica para amar a los enemigos. No lo sentimos por naturaleza, pero el yugo de Cristo nos enseña a obedecer aunque no lo sentimos. ¿Será por eso que “hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros” (1 Corintios 11:30)?
En unas ocasiones, Moisés quiso adelantarse cuando debía refrenarse, y también quiso echarse atrás cuando debía adelantarse. Cuando aún vivía en Egipto, él sentía que Dios lo llamaba a ser el libertador de su pueblo que vivía bajo esclavitud (Hechos 7:25). Moisés se adelantó para seguir el llamado que sentía. Creía que sus hermanos comprenderían que tenía la capacidad para llevar a cabo ese llamado. Pero todavía no había llegado el momento de Dios. Él primero quiso enseñarle a Moisés a ser humilde y no confiar en sus propias capacidades y ambiciones. Moisés pasó 40 años en el desierto cuidando ovejas hasta que Dios lo llamó de una manera formal.
Pasados los 40 años, vemos a Moisés echándose atrás por temor cuando Dios le decía que siguiera adelante (Éxodo 4:1, 10). Moisés creía que sus hermanos jamás creerían en su capacidad para sacarlos de Egipto. También temía al faraón. Pero Dios le dijo: “Ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (Éxodo 4:12). ¿Cuántas veces hacemos lo mismo y resistimos el yugo de Jesús?
El yugo no permite que el buey siga su propio camino. Así también es el yugo de Cristo. Nos impide desviarnos a la derecha o la izquierda y así nos guarda de las trampas del diablo. El yugo es un medio que Jesús usa para guiarnos por el camino verdadero de su voluntad.
Jesús, en el versículo 28 de Mateo 11, nos invita: “Venid a mí”. Esta invitación nos infunde esperanza y confianza. Nos da dirección. Nunca tendremos que enfrentar el futuro a solas. Dondequiera que Jesús nos guíe, él estará a nuestro lado. En todo lo que Jesús nos mande, él nos dará la fuerza para hacerlo. Aunque tengamos que morir por Cristo, él nos dará la seguridad de la vida eterna.
En el versículo 30 del texto, Jesús dice: “porque mi yugo es fácil; y ligera mi carga”. Si caminamos con Jesús tal y como él nos dirija, las cargas de la vida resultarán mucho más livianas. Los problemas que enfrentamos 21 tendrán solución. Las heridas que otros nos causan no serán perjudiciales. El cántaro de agua nunca más será demasiado pesado. Cada día podremos caminar con el corazón libre y en paz. Jesús nos será un amigo fiel y amable.
Si nos enyugamos con Cristo, no tendremos que caminar sin rumbo. Jeremías 10:23 dice: “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos”. Estamos perdidos si tratamos de ordenar nuestra propia vida. Jamás puede salir bien. De lo contrario, si estamos enyugados con Cristo, tendremos quién ordene nuestros pasos en las decisiones importantes de la vida, y tendremos la seguridad de que un futuro bello nos espera. Podemos caminar con confianza cuando Jesús lleva la responsabilidad de dirigir y nosotros lo apoyamos.
Es posible romper el yugo para hacer lo que yo quiero. Hay muchos que quieren las bendiciones que Jesús ofrece, pero no están dispuestos a someterse completamente a él. Un pie anda con Jesús y el otro pie con su propia voluntad. Caminar así hace que el yugo sea una gran molestia. Como al buey mal portado, el yugo nos causa llagas sumamente molestas. Seguir a Jesús se convierte en una tarea sumamente pesada y penosa. El cristiano que anda así tarde o temprano se desanima y deja la fe.
Hay personas que quieren andar con Jesús pero rechazan el yugo de él. No aceptan los consejos de los hermanos espirituales que Dios ha puesto para su bien. Resienten la disciplina de la iglesia. Andan débiles y frustrados porque no ven el yugo como un instrumento de la misericordia de Dios. Les parece que los hermanos son como sal en las llagas que ha causado el yugo. Por fin, salen de la iglesia frustrados y amargados contra los hermanos… y contra Dios.
Como vimos antes, el yugo se convierte en una carga para muchos. Se incomodan cuando el yugo los restringe y les impide adelantarse en lo que quieren hacer. Sienten duro el jalón cuando el yugo se opone a la carne. Pero, para el cristiano que ama a Dios, el yugo es una verdadera bendición. Le garantiza la vida abundante que Dios ha preparado para los suyos. Por otra parte, el que rechaza el yugo, está destinado al fracaso espiritual.