Paz, paz

¿Ha experimentado la paz que Cristo da? Si no, arrepiéntase hoy y sea lleno de la paz que sobrepasa todo entendimiento. Si la ha experimentado, cuídela con toda diligencia, evitando las cosas que la estorban.

En estos tiempos se oye mucho acerca de la paz. Se está haciendo un gran esfuerzo por traer la paz a los países latinoamericanos. Tanto los cristianos como los incrédulos, estamos contentos de ver que se toman medidas hacia este fin. Le deseamos a toda nación libertad y tranquilidad. Debemos agradecer a Dios y al gobierno la protección que nos brindan y la libertad de adorar a Dios como lo manda la Biblia.

Pero no debemos confundir la paz civil con la paz que Cristo ofrece en el Evangelio. Él dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Jesús deja que los gobernantes y políticos hagan acuerdos y compromisos para obtener y mantener la paz entre las naciones. Pero él ofrece mucho más que esto. “Mi paz os doy”, dice. Esta paz es la que hay en el corazón. Es amistad con Dios, nuestro Creador. Llena con completa satisfacción aquel vacío que los placeres y vicios del mundo nunca pueden satisfacer. Esto es porque el Espíritu Santo, el autor de la paz, vive en nosotros. La paz de este mundo es muy superficial. Se rompe por cualquier desacuerdo. La paz de Dios permanece mientras andemos con él.

Cristo abrió el camino a la paz con Dios cuando quitó la barrera de enemistad que nos separaba de él. Esta barrera es el pecado. “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios” (Isaías 59:2). Dios no soporta ningún pecado en su presencia. Él es santo.

Cristo quitó este pecado cuando lo tomó sobre sí y pagó con la muerte. En 1 Pedro 2:24 dice: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”. También en Efesios 2:15 dice: “Aboliendo en su carne las enemistades…para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades”. Gracias a Jesús, que murió en nuestro lugar, tenemos paz con Dios. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios…” (Romanos 5:1).

Debemos apreciar la paz que tenemos con Dios. Qué precioso es vivir diariamente con paz en el corazón. En el día de la muerte nada tendrá valor sino la paz con Dios. En Filipenses 4:7 dice: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

También debemos cuidar bien la paz con Dios. No debemos permitir que nada la destruya. Somos responsables de guardarla. Con el poder del Espíritu Santo debemos evitar todo lo que estorba la paz y la comunión con Dios.

Quiero que veamos una lista de unas cosas que matan la paz con Dios:

El pecado o la desobediencia. En Isaías 57:20-21 dice: “Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, …No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos”. Cuando desobedecemos lo que sabemos ser la voluntad de Dios, perdemos la paz con él. Esto, porque al desobedecer edificamos de nuevo la barrera de pecado que nos separa. El cristiano que aprecia la paz con Dios obedece al Señor en todo lo que él dice.

La negligencia o pereza. Qué fácil es caer en esta trampa. Aun la persona más espiritual tiene que luchar con este enemigo tan astuto. En Santiago 4:17 dice: “Y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado”. El apóstol Santiago no está hablando de pecados grandes, sino de la pereza o el descuido en lo que sabemos. Y Hebreos 2:3 dice: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” Para mantener la paz viva en nosotros se requiere mucha diligencia. En 2 Pedro 1:5 dice: “Poniendo toda diligencia” y en el versículo 10 sigue: “Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás”. La negligencia y la pereza destruyen la paz.

El rencor, el no perdonar. En la parábola de los dos deudores en Mateo 18:23-35 vemos que aunque el siervo había sido perdonado, al no perdonar a su consiervo, perdió la paz con Dios y cayó en condenación peor que antes. Si no perdonamos, Dios no nos perdonará (Mateo 6:15). Efesios 4:32 nos dice como perdonar: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”. ¿Cómo perdona Dios? Salmo 103:12 dice: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”. ¡Así perdona Dios! Así nos toca perdonar. Sería una lástima perder la paz de Cristo por no perdonar.

Los problemas no resueltos en la familia. Los problemas matrimoniales, y los entre padres e hijos, también estorban la paz. 1 Pedro 3:7 dice: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”. En Tito capítulo 2, hablando de los deberes materiales, Pablo exhorta en el versículo 5: “Para que la palabra de Dios no sea blasfemada”. Cuando hay problemas en el hogar, se levanta una barrera de modo que las oraciones no llegan a Dios y el testimonio es manchado.

La rebeldía hacia las autoridades. Todos estamos bajo autoridades puestas por Dios. Él quiere que vivamos de tal manera que la ley no nos toca. Para mantener la paz divina debemos respetar y honrar toda autoridad. La única excepción a esta regla sería si alguna autoridad humana nos obligara hacer algo en contra de la voluntad de Dios. En tal caso tuviéramos que decir como Pedro y Juan en Hechos 4:19: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios”. En todo lo demás debemos sujetarnos para mantener la paz divina.

El amor al mundo. En la epístola de 1 Juan capítulo 2 versículos 15- 17 él advierte: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. Desde la caída de Adán y Eva el amor a las cosas terrenales ha separado al hombre de su Dios. Si estamos dominados por algún deseo de la carne (las comidas y bebidas, los deseos sexuales), o si somos esclavos de los deseos de los ojos (la moda, las vanidades, los lujos), o la vanagloria de la vida (los títulos, la fama, el prestigio), ya no tenemos parte con Dios. No podemos servir a dos maestros.

Mi amado amigo, ¿ha experimentado la paz que Cristo da al que clama en arrepentimiento y fe en Dios? Si no, arrepiéntase hoy y sea lleno de la paz que sobrepasa todo entendimiento.

Si la ha experimentado, cuídela con toda diligencia y no permita que ninguna de estas cosas le hagan perderla. Así puede llegar al juicio final con confianza porque Jesucristo es su paz y la puerta del cielo se abrirá y será recibido en la eterna presencia de Dios. Gloria sea a él.

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Language
Español
Number of Pages
2
Author
Sanford Yoder
Publisher
Publicadora La Merced
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