El arrepentimiento

Cristo derramó Su sangre y murió por todos los pecadores. Dios ofrece el perdón de pecados y la vida eterna a todos. Entonces, ¿por qué no son salvos todos los hombres?

Cristo derramó Su sangre y murió por todos los pecadores. Dios ofrece el perdón de pecados y la vida eterna a todos.

Entonces, ¿por qué no son salvos todos los hombres?

Dios no nos salva a fuerzas. La Biblia nos enseña claramente que sin arrepentimiento, no hay salvación. Juan el Bautista predicó el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados (Lucas 3:3). Jesús dijo: “Si no os arrepentís, todos pereceréis” (Lucas 13:3). El apóstol Pedro dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hechos 2:38). Y ahora “Dios... manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30). Pero muchas personas no quieren arrepentirse, y por tanto no son salvos.

¿Qué es el arrepentimiento verdadero?

Cuando oímos la Palabra de Dios y vemos que no hemos cumplido con Sus leyes, Dios, por medio de Su Espíritu Santo, habla a nuestra conciencia diciendo: “Tú has pecado, y si no te arrepientas, tendrás que morir eternamente”. Ya nos sentimos miserables y condenados. Reconocemos que somos dignos del castigo de Dios.

Pero, ¿qué hacemos cuando sentimos esta culpa?

Debemos rendirnos a Dios. Si nos rendimos a Dios, Él nos guía a los siguientes pasos del arrepentimiento verdadero:

1. La contrición—una tristeza profunda por nuestros pecados. Esta tristeza es más que sólo sentir el disgusto por causa del apuro en que nos encontramos; es más que sentir la vergüenza porque alguien ha descubierto nuestro pecado; sino que es una tristeza que sentimos al darnos cuenta que hemos ofendido a Dios. Ya no guardamos un amor secreto para el pecado, porque entendemos que el castigo del pecado es el sufrimiento eterno en el infierno. Ya sentimos un pesar que nos hace aborrecer al pecado. Esta contrición nos hace hacer como hizo Pedro cuando él reconoció su pecado de negar a Jesús: “Lloró amargamente” (Mateo 26:75). Tal tristeza siempre acompaña el arrepentimiento verdadero: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación... pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Corintios 7:10).

La contrición nos lleva al próximo paso del arrepentimiento, el cual es:

2. La confesión. Cuando en verdad sentimos tristeza por nuestros pecados, estamos dispuestos a hacer como hizo el publicano en Lucas 18:13: “No quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador”. Tal confesión nace de un corazón contrito y humilde, y “al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Salmo 51:17).

Dios quiere tal confesión de nosotros. La Biblia dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13). “Si confesamos nuestros pecados, [Dios] es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Aunque la confesión es una parte del arrepentimiento, es posible confesar algún pecado sin arrepentirnos de él. Según la Biblia, Faraón, Acán, Saúl y Judas, cada uno dijo: “He pecado”, pero siguieron su propio camino en sus corazones sin dejar sus pecados. Esto no es el arrepentimiento. El fin amargo de estos hombres comprueba el error de la confesión sin tener un corazón contrito y humilde.

Pero cuando confesamos nuestros ­ pecados, Dios nos perdona y nos da poder para cambiar de caminos y vivir...

3. Una vida nueva. El arrepentimiento verdadero produce un cambio de corazón que nos hace cambiar también nuestra vida. Juan el Bautista advirtió a la gente diciendo: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento... Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mateo 3:8, 10). ¿De qué nos aprovecha llorar nuestros pecados, y aun confesarlos, si seguimos practicando el pecado como antes? Dios tendrá misericordia de nosotros solamente cuando confesamos nuestros pecados y volvemos de nuestro camino malo para vivir en la santidad y la obediencia a la Biblia (Proverbios 28:13). Este cambio de vida incluye un deseo para arreglar cuentas con las personas a quienes hemos robado o defraudado, en cuanto sea posible.

Tal cambio de vida significa más que dejar de practicar un cierto pecado solamente porque ya no nos conviene hacerlo. Significa más que empezar a hacer cosas buenas, con la esperanza de que Dios no tome en cuenta nuestros pecados pasados. Si “cambiamos” sólo por estas razones, pero no nos apartamos del pecado en nuestros corazones, no nos hemos arrepentido, y quedamos culpables de nuestros pecados. Una vida nueva siempre acompaña el arrepentimiento verdadero.

Un ejemplo del arrepentimiento

El relato del hijo pródigo en Lucas 15:11–32 nos ayuda a entender el arrepentimiento. Este joven demandaba de su padre la parte de los bienes que le correspondía. Entonces se fue a una provincial apartada, donde vivía en toda clase de pecado; pero un día se le acabó el dinero, y el joven se halló en un gran apuro. Con tiempo consiguió el trabajo de apacentar cerdos. Tenía tanta hambre que deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los cerdos; sin embargo, no lo hizo porque nadie se las daba. Este joven es como el pecador que se aparta más y más de Dios al seguir los placeres malos, y la vida desenfrenada le mete en la miseria y pobreza espiritual.

Por fin este joven hizo frente a la realidad, comprendió su necesidad y volvió en sí. Pensó: “¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre” (Lucas 15:17, 18). Esto es como la persona que se da cuenta de que no puede librarse del peso y de la condenación de sus pecados, y con contrición y remordimiento vuelve su rostro a Dios.

Entonces el joven volvió la espalda a su vida de pecado, y buscó a su padre. Esto es como el hombre que ya aborrece su vida pecaminosa, y con decisión, abandona la vida pecaminosa para andar en vida nueva.

Cuando el joven llegó a casa, dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo.” No escondió su pecado; no procuró reformarse; no culpó a otros por su pecado. Sencillamente hizo la confesión. Esto es como el hombre contrito que viene a Dios, y humildemente confiesa que es pecador indigno y vil.

Este hijo arrepentido ya estaba dispuesto a servir como jornalero en vez de ser reconocido como hijo. (Véase el versículo 19.) Esto es como el hombre que después de confesar sus pecados, se entrega a Dios para ­ obedecer Sus mandamientos y servirle por toda la vida.

¿Y qué hizo el padre con su hijo pródigo? Lo vio cuando aún estaba lejos, “y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20). Se regocijó e hizo fiesta. En lugar de hacer un jornalero de su hijo, lo aceptó por hijo. Este padre simboliza a Dios, quien anhela perdonar a todos los pecadores y vela por ellos, “no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Cuando los pecadores se arrepientan, Dios los perdona y los acepta por hijos Suyos.

Amigo lector, ¿se ha arrepentido usted? No diga que no tiene necesidad de arrepentirse; que usted es buena persona. La Biblia dice que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Por tanto, todos necesitamos el perdón de pecados, y, ¡alabado sea Dios, hay perdón! Este perdón es posible porque Cristo ha llevado nuestros pecados en Su cuerpo sobre la cruz. Ahora, por medio del arrepentimiento y la fe en Jesucristo, podemos ser justificados y tener paz para con Dios (Romanos 5:1).

En este mismo momento, Dios le está esperando, como el padre esperaba a su hijo ­ perdido. ¿No quiere acercarse a Él ahora? “Su benignidad te guía al arrepentimiento” (Romanos 2:4).

El texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.

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