La muerte… lo que a todo el mundo le espera, pero tan difícil de enfrentar para el ser humano. La muerte… tan implacable, y a veces tan inesperada. La muerte... dolorosa. A la vez, en el caso de los que mueren en Jesús, no tenemos que entristecernos como los que no tienen esperanza.
—¡Papá murió!
—¿Qué?
—¡Papá murió! Acaban de avisarme.
Me quedé atónito. No podía creerlo. “Mi querido hermano en Cristo, miembro de nuestra iglesia, y amigo muy cercano. ¿Cómo es posible? Anoche en el culto estaba de lo más bien.” La mente se me llenó de pensamientos, y preguntas. Un torbellino se apoderó de mí.
La muerte… lo que a todo el mundo le espera, pero tan difícil de enfrentar para el ser humano. La muerte… tan implacable, y a veces tan inesperada. La muerte... dolorosa.
A la vez, en el caso de los que mueren en Jesús, no tenemos que entristecernos como los que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13). Porque Jesús resucitó, nosotros que vivimos en él, esperamos ser resucitados para vida eterna con él. ¡Qué consuelo tan grande! El apóstol Pablo nos insta a alentarnos unos a otros con estas palabras.
Ya hace dos días que le dimos sepultura al hermano fallecido. La separación es difícil. Todavía parece un mal sueño del que uno quisiera despertarse y darse cuenta de que no era cierto. Pero la realidad persiste, es un hecho y no es fácil.
A la vez, ha sido un tiempo de reflexión. El apóstol Pablo nos dice que el aguijón de la muerte es el pecado. El que está en pecado, tiene razón de temer la muerte. “Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo.” Pero cuando el problema del pecado ha sido resuelto por medio de la sangre de Jesús, “sorbida es la muerte en victoria.” El poder de la muerte es devorado o destruido debido a que la resurrección de Jesucristo triunfó sobre la muerte eterna causada por el pecado.
Hoy le doy las gracias a Dios por la victoria en Cristo Jesús. Doy las gracias a Dios porque no tenemos que llorar como los que no tienen esperanza. El dolor persiste… el vacío que deja el hermano es tan obvio, y estamos tristes. Sin embargo, como dijo un hermano del difunto, estamos tristes por la salida de él, pero alegres por su llegada a la presencia del Señor.
¿Cómo es la vida suya, amado lector? Si hoy fuera el día de su encuentro con la muerte y se encontrara frente al trono de Jesús, ¿cómo sería la tristeza de los suyos? ¿Podrían con toda confianza decir: “Él estaba preparado... nuestra tristeza está repleta de esperanza?”